'1917'. Épica, emoción y algo de barro




CRÍTICA DE CINE


'1917' (Sam Mendes. Reino Unido, 2019. 119 minutos)


Cementerio de tanta juventud, sótano de barro, mugre, tierra y trinchera, la Primera Guerra Mundial es el último conflicto bélico antes de que maquinaria e industria predeterminarán el rumbo de las batallas. El enfrentamiento se resumió en lo físico, con lo sensorial como epicentro. Se huele y se palpa en ‘1917’ esta singularidad, ya definida de inicio en ese largo recorrido por uno de esos agujeros en los que se hacinaban y del que hacían su hogar durante meses o más la soldadesca de ambos bandos. Sam Mendes potencia épica y tomando como punto de partida una de esas historias familiares transmitidas al calor de una estufa de leña ha conformado un largometraje con potencial desde antemano para dejar poso. Lo hace a nivel artístico, hinchado hasta lo epopéyico en la forma tan del uso del director británico, y se queda clavado en los cauces más estándares del género bélico en cuanto a desarrollo argumental.

En la premisa visual es irreprochable el trabajo realizado en ese aspecto, tanto en lo militar en la dirección de arte como en el apartado técnico. El tan comentado plano secuencia de dos horas no es realmente tal y se advierten más de lo regularizado esos cortes que rompen con la ilusión de lo tan publicitado. Coinciden además estas rupturas con las fases en las que se ha divido la historia, a modo de pantallas a superar. La influencia del videojuego pasada esa íntima y melancólica media hora inicial ya no ha sido solo en lo técnico. Alcanza de lleno lo argumental, con esa inmersión en primera persona a lo ‘Medal of honor’ que se adopta en el largo tramo que acaece en el poblado derruido, un paréntesis que descoloca al poderse haber situado en cualquier conflicto y salir así de ese relectura precisa y singular de lo que fue la I GM.

Adelgaza ‘1917’ no solo por la historia, previsible, si no por un tono maniqueísta que insiste en esbozar a soldados alemanes traicioneros y despersonalizados frente a la honorabilidad y valores de compañerismo y dignidad de la que hacen gala los británicos. Es sorprendente que haya pasado tan desapercibida esa distancia con la que separan la moral de los contendientes a través de acciones que, aunque individuales, estabilizan la lectura impuesta en la bibliografía del vencedor. Ahí se puede ver uno de los problemas de ‘1917’, que esa referencia temporal a la Primera Guerra Mundial aparezca tan difuminada y solo expuesta en la precisión con el que se manejan aspectos como vestuario o escenografía. La contextualización queda relegada por el factor emocional, donde las virtudes de ese lírico epílogo de ‘Salvar al soldado Ryan’ aparecen repetidas e incluso potenciadas –la familia como núcleo que mueve el sentimiento-, perdido ya todo factor anómalo o incómodo en las texturas del guion. Funciona así la película de Mendes como un reverso de los ‘Senderos de gloria’ de Kubrick, donde la épica aparecía en forma politizada y no se recurría a excesos emocionales de cara a una más asequible identificación con el espectador. La coreografía bélica luce más, pero no puede constituir lo casi único a lo que aferrarse, vínculo emocional con el protagonista aparte, en una producción de esta envergadura y al que se le queda grande la calificación de trabajo definitorio de lo que fue la Primera Guerra Mundial.

RAFAEL GONZÁLEZ

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