'GRÉGORY'. Sociología de un crimen


CRÍTICA DE SERIE 

'Grégory' (Gilles Marchand. Francia, 2019. Netflix)

Un niño de cuatro años asesinado en circunstancias poco claras, la profunda campiña francesa, vínculos familiares en los que anida la envidia y el rencor y una atención mediática que sobrepasó los límites. El denominado caso Grégory causó en la Francia de los ochenta un efecto similar a lo sucedido en Alcásser para la España de los incipientes noventa. Hay muchas semejanzas en esos casos y no solo por la parte luctuosa, como el descarnado y depredador rol que desempeñaron los medios de comunicación y que impactó a nivel traumático en el conjunto del país. El hedor que esparcieron algunos, luego se verá y sin visos de arrepentimiento en el hoy, todavía se puede sentir en determinados pasajes del documental e incluso contribuyó a justificar teorías ya no solo lindantes con la paranoia, sino desde postulados intrínsecamente machistas. Con todos estos mimbres, no es de extrañar que Gilles Marchand viera la oportunidad, ya pasado un tiempo prudencial, de examinar con detenimiento aquel trágico suceso, todavía hoy sin esclarecer, y todo lo que desencadenó.

Acierta el realizador francés en extender su relato más allá de la carnaza y posicionarlo en terrenos ya desmenuzados desde una óptima más actual. Aquello eran los ochenta y ante la necesidad de encontrar un sentido y en espíritu acorde a aquelarres de otras épocas, una de las teorías que más se potenció –y una de las dos líneas principales de investigación- consistió en culpabilizar a la madre del asesinato de su hijo. El documental centra buenas partes de sus pesquisas, las más interesantes para observadores externos, en cómo se articuló el dispositivo para culparla. Deja así que muchos testimonios, policías y periodistas a la cabeza, hablen y se retraten ellos solos mediante discursos rancios y obsoletos y que sorprende que sigan manteniendo. No precisa de ninguna voz en off para saber que en el caso de Grégory hubo otras víctimas y si este documental sirve para rescatarlas y ponerlas en su sitio ya el exhausto trabajo de reconstrucción y de visionado posterior para el espectador, un esfuerzo que puede llegar a tocar fibras sensibles, habrá merecido la pena.

La puesta en escena del primer capítulo, con tonos oscuros y analogías icónicas tomadas del cine de terror, mete de lleno al espectador en el suceso. Todo empezó con el acoso telefónico a la familia de la víctima, realizado por una voz anónima que se hacía denominar ‘El cuervo’. El rescate de esas grabaciones todavía estremece. Se cruzan en la historia rencillas familiares de largo poso, jueces de provincias enamorados de la repentina atención mediática, emociones mal facturadas, una investigación torpe y un foco mediático exacerbado. El país puso los ojos en aquel pueblo alejado de casi todo, Docelles, en la región de los Vosgos, y cada cual perfiló su opinión en base a lo que veía en televisión o leía en los periódicos. Incluso personalidades como Margarite Duras se apuntaron a las peores de las tesis. El llamado caso Grégory supone entonces un retrato sociológico de primer nivel, además de apuntalar su interés en el terreno de la no ficción por los inesperados giros que vivió, con trágicos picos de violencia incluidos y que se cuestionan hoy muchos de sus protagonistas si pudieron haberse evitado. Pasados más de treinta años, los interrogantes, como en Alcasser, siguen abiertos. Si este certero documental de cinco capítulos producido por Netflix sirve de algo, que sea para no repetir tratamientos mediáticos y que no se vuelvan a vivir juicios paralelos sumarísimos como los que sucedieron entonces, aunque otros sucesos que han golpeado cerca y recientemente hacen pensar que todo, desafortunadamente, sigue igual o peor que entonces.

RAFAEL GONZÁLEZ 

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