CRÍTICA DE TEATRO
'Jerusalem'
Autor: Jezz Butterworth
Dirección: Julio Manrique
Teatro Valle-Inclán (Madrid). Marzo, 2020
Hay que ser valiente para enfrentarse a un texto tan poderoso como el de Butterworth, pero más importante que esa osadía es tener a un actor fabuloso para dar vida a este Falstaff del siglo XXI que es el “Gallo Johny Byron”. Pere Arquillué está a la altura del desafío y borda un personaje que marca los compases de todo lo que acontece en cada instante. El Gallo ofrece todo tipo de matices y su sabiduría, picardía, ingenio, caos y entrega nunca se ven sobrepasados. Con la fiesta del Día de San Jorge como el periodo temporal en el que todo tiene lugar y sobre ese día se radiografía un sentir demasiado global. La obra comienza con esa orden de desalojo en la caravana en la que vive el Gallo en el bosque junto a unas urbanizaciones. Allí, con los restos de la farra del día anterior, Byron no teme nada. Vende drogas y suministra todo lo que cualquiera necesita. Sus hazañas en las peleas y su afición a liarla cuando el frasco ha entrado por sus venas no deben engañar a la hora de hacer un juicio a un personaje que está impecablemente descrito.
Haneke en su película ‘La cinta blanca’ explicaba la generación en su infancia que pudieron ser posteriormente los precursores del nazismo, Jez Butterworth se adelanta al Brexit y refleja esa profunda Inglaterra y el porqué de los acontecimientos que tuvieron lugar años después. El Gallo siempre se rodea de juventud que busca en él todas esas sustancias que les hacen sentirse vivos y a la vez les ayudan a evadirse de dónde están. Esa búsqueda repleta de alcohol y fiesta. Trabajar para la fiesta y terminarla para ir a trabajar a conseguir dinero para más fiesta. Pere Arquillué jamás se excede y sabe manejar con habilidad la parte pública y la privada de un personaje que está tres pasos por delante de todos los que le rodean. Su pasado le hace enigmático. Todo encaja y nada se sale de un engranaje perfectamente dramatizado. La sociedad inglesa se muestra y vemos a funcionarios -con sus secretos-, adolescentes envueltos en el furor de las drogas, uno con ganas de huir y otro con ganas de perpetuarse en ese matadero, una chica que reinó y que ahora, en el fin de su reinado se esconde de su padrastro, aquí entra Shakespeare y los ecos a ‘El sueño de una noche de verano’ son muy perceptibles. Un profesor que habla de historia, bebe y se integra, aunque lo que quiera es recuperar a su perra, ese camarero que baila y que acude a la caravana para avisar y desahogar lo que es una vida, la suya, que le resulta asfixiante. Los matones amigos del padrastro que buscan al Gallo, los recuerdos y las humillaciones del Gallo siendo meado y grabado. Las disculpas que no existen y todo en una sociedad podrida que no escucha y que cree en lo ilusorio que no les haga pensar. También se le ve con su ex y con el hijo de ambos. Hay algo ahí que puede evocar al adiós de Falstaff con Hal. El Gallo es consciente de que poco le queda ya en el lugar y que quizá no exista razón para seguir. La obra es un grito de auxilio para Inglaterra. Todo estaba claro y no se evitó, el Brexit sedujo y cautivó, de nada importaba saberlo.
Julio Manrique ofrece una dirección extraordinaria. Es capaz de conseguir que todo el movimiento que existe siempre sea acompasado. Hay ecos a alguna puesta en escena de Rigola, como puede ser al ‘Rock’n’Roll’ de Tom Stoppard. La adaptación peca de algunos errores que no están en la obra. Los secundarios no hablan el idioma bien y en la versión al castellano no se aprecian estos errores. Eso puede despistar. Se hubiese agradecido una adaptación más elaborada en ese aspecto. La dirección artística, la iluminación, el espacio sonoro y el vestuario son estupendos. El elenco es sobresaliente porque Arquillué más que interpretar, se transforma en ese Gallo Byron y el resto le acepta el guante y realizan trabajos excepcionales. Un gran montaje que refleja un ruralismo del siglo XXI con matices muy determinantes para lo que será Europa.
IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ
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