'LA GRAN COMILONA' (1973). Michel Piccoli



CRÍTICA DE CINE

'La gran comilona' (Marco Ferrari. Francia, 1973. 125 minutos)

Con la desaparición reciente de Michel Piccoli, a este cinéfilo no se le ocurre otra cosa que abrir el baúl de los recuerdos para volver a rumiar 'La gran comilona' (1973), ese disparate tragicómico, epicúreo, surrealista y nihilista, escrito por Rafael Azcona y dirigido por Marco Ferreri, que reúne a un elenco extraordinario de actores: Ugo Tognazzi, Marcello Mastrioanni, Michel Piccoli y Philippe Noiret, en una película inolvidable. 

Tal vez si el filme hubiese incluido a nuestro país entre los socios productores, siendo aún más internacional, hubiésemos podido deleitarnos también con la figura de ese otro noble y seductor nuestro que fue Francisco Rabal. Imaginaciones mías. ¿Se lo imaginan? Por añadir a un actor patrio a la altura de este portentoso grupo de europeos más o menos coetáneos de la historia del cine.  

En la película de Ferreri los sueños se hacen realidad. Si no que se lo pregunten a todos sus actores, cuyos personajes del texto tienen su mismo nombre de la vida real: Michel, Ugo, Marcello y Philippe. 

El planteamiento de esta historia amarga y dulce a la vez comienza presentándonos a los cuatro amigos en las actividades de su vida cotidiana, preparándose para el confinamiento en una mansión abandonada, con el fin de dedicarse a comer hasta morir por ello. Todos se despiden misteriosamente de sus actividades y conocidos: Michel Piccoli interpreta al director de una sala de fiestas y Marcelo Mastrioanni es piloto aéreo. 

La siguiente imagen que impresiona es la de los camiones descargando las toneladas de comida que portan en neveras, con una despensa de animales aún por despiezar. Y comer. Entonces vemos a Michel bailando con una cabeza de vaca en alto, imagen surrealista que recuerda con humor al maestro Luis Buñuel. 

Aunque la interpretación de los actores se pone fundamentalmente al servicio del naturalismo que demandan los personajes, hay también momentos puntuales de un mayor  histrionismo y evidente sobreactuación que sirven para enfatizar el efecto cómico, provocar cierto distanciamiento del espectador, redundando con ironía en el salvajismo y el instinto destructivo del ser humano, del que son víctimas los comensales: se peen continuamente, comen con las manos y haciendo ruido esos platos de chef tan elaborados, ingieren con ansiedad en contra de lo que se espera de estos burgueses refinados en otras lides -como el exquisito vestuario que portan- o lloran desconsoladamente la muerte de su amigo Marcelo.

Piccoli interpeta a un tipo sofisticado, que se pone mallas para practicar danza y camina por la casa con una bata azul de seda o comienza las cenas trinchando la carne con cuchillo y tenedor, a diferencia del resto que se regodean como cerdos. Este contraste marca a su personaje durante todo el filme. Tal vez sea este punto más grotesco de la actuación de Michel, cierta gestualidad exagerada, el que conecte con determinadas escenas de aquel experimento vanguardista titulado 'Dillinger ha muerto' (1969), que juntara al actor con este mismo director en otro proyecto con mucha dosis de parodia. 

Pero volviendo a la mesa de la glotonería, la realidad de este grupo de suicidas se irá deformando progresivamente desde un estado inicial sin fisuras aparentes hacia una sexual y escatológica historia de tetas y caca –acaban nadando en su propia mierda, literalmente–, a pesar de la afirmación de Marcelo, que reivindica así su noble causa: “no estamos aquí para una simple orgía vulgar”, como queriendo recordar al resto de la troupe que la fiesta debe durar. Y así ocurre, engordan hasta casi el punto de explotar, vomitan su propio empacho y no obstante siguen comiendo. 

Eros y Thanatos cogidos de la mano. Las dos pulsiones de este estrambótico relato cuyos creadores, guionistas y director, no desaprovechan la ocasión para homenajear, parodiar y rendir tributo al cine, la música, las artes plásticas, las corrientes del pensamiento y movimientos artísticos contemporáneos a través de la puesta en escena (fotografías, proyección de vídeos, cuadros…). Lo hacen sin caer en la ordinariez – aunque parezca contradictorio – pues hasta lo asquerosamente obsceno puede ser estilizado con elegancia, recordando al espectador que este lado oscuro forma parte de su realidad, aunque esté soterrado.  

“El espejismo, el sueño, se ha hecho realidad” reza una frase de la película. 

Fantasiosa, hedonista y heterodoxa, 'La Grande Bouffe', su título original, merece la pena ser vista al menos una vez en la vida.

JORGE BERENGUER ÚBEDA

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