'QUERIDO SEVE'. El dolor tras el mito



CRÍTICA LITERARIA

'Querido Seve'
Autor: Baldomero Ballesteros
Editorial: Tutor
Año: 2018

Severiano Ballesteros apareció en aquella época en la que el deporte español cogía polvo al salir de los límites del país. El golfista cántabro quedó enclavado entre aquellas hazañas propagandísticas del régimen en declive y el apogeo y despertar repentino que supuso la aparición en el horizonte de Barcelona 92. Ballesteros irrumpió a finales de los setenta y sedujo en los ochenta, años de efervescencia artística y deportiva, década hambrienta de ídolos y de referencias más allá de la cerrazón impuesta desde las autoridades. Su perfil reunía las características para lograr una atracción instantánea, desde su porte elegante y franqueza en la actitud, hasta esos orígenes humildes en contraposición a la estereotipada imagen elitista del golf. Había sin duda algo quijotesco en Ballesteros, que enamoró con el drive en unos años irrepetibles, como solo un pionero puede hacer por un deporte enclaustrado hasta entonces en los tópicos más gruesos posibles. Como aquella selección de baloncesto en Los Ángeles 84, consiguió que mucha gente hiciera suyos conceptos de una disciplina de la que desconocían la mayor parte de las reglas. Todavía se recuerdan las retransmisiones en TVE de sus primeros grandes triunfos, hitos que desencadenaron que los índices de práctica de golf aumentaran como no se podía haber imaginado. Todo a partir de un deportista hecho a base de intuiciones y forjado en la soledad del autodidactismo, huérfano de entrenadores o referencias más allá de lo que su olfato le permitió captar desde la infancia. 

Ballesteros nació y murió al lado de un campo de golf, fiel de principio a fin a Cantabria. “El chico de Pedreña”, así le define ya de inicio su hermano Baldomero. Antes de fallecer en 2011 a los 54 años, Seve dejó escrita en 2008 una autobiografía en la que repasó una historia de victorias inolvidables y también turbulentos fracasos. El ocaso del cántabro en los campos fue vertiginoso, una caída libre sin que nunca se supiera con demasiada exactitud qué sucedió. Casi una década después de este libro, Baldomero Ballesteros publicó ‘Querido Seve’ (2018) con la intención de “defender, honrar y preservar” la imagen de su hermano pequeño. Es una obra de reivindicación y que pone epílogo, finalmente doloroso, a todo lo que se quedó fuera de imprenta en aquella autobiografía. ‘Querido Seve’ está escrito desde el mayor de los cariños fraternales, aunque de fondo late un sentimiento de ajuste de cuentas (“el silencio de tantos años, de tantas verdades, se estaba convirtiendo una terrible injusticia”) que pueden servir para explicar el deterioro personal y profesional tan pronunciado que tuvo el golfista a partir de los años noventa. Hay un intento de cerrar heridas con la revelación de detalles familiares muy íntimos que sorprenderán al lector, incluso al más prevenido. Es mucho el dolor que se acumula en estas páginas, y sobre todo golpea aquel que ya se sabe que es irreparable. 

Como toda literatura deportiva en su vertiente biográfica, ‘Querido Seve’ acude al esquema básico del subgénero. Arranca en esa infancia humilde, ese Severiano hijo de granjero de familia de posguerra, “trabajo y trabajo”. Son interesantes esos apuntes sobre cómo era el golf en aquellos años, reservado en exclusiva a las elites sociales, políticas y económicas, sin campos públicos. Seve se abrió paso sin una formación reglada ni padrinos, con la única referencia del ejemplo de sus hermanos mayores. Empezó como caddie en el campo de golf de Pedreña. El autor habla como incluso décadas después, con triunfos en los más importantes campeonatos, todavía había gente en Pedreña que se refería despectivamente a su hermano como ‘el caddie’.  

Seve fue un profesional precoz, con 17 años. Pronto empezarían los triunfos (“sus mejores años de golf”), la fama y también los problemas en la espalda que le acompañaron toda la carrera. “No fue típico, fue épico”, escribe Baldomero, elogios que se van repitiendo quizá con demasiada insistencia a lo largo de los capítulos, cuando se supone que el que se acerque a este libro ya conoce la excelencia del protagonista, otro de esos deportistas de excepción salidos de generación espontánea, sin un árbol genealógico detrás. 

Se suceden capítulos de mayor o menor interés, como su labor como empresario o sus intentos de democratizar el golf y hacerlo más accesible a la población, en constante choque con autoridades federativas y políticas. Especialmente desagradable es la aparición de Esperanza Aguirre, presidenta por entonces de la Comunidad de Madrid y protagonista de dos incidentes referidos en la obra, uno sucedido con un Seve convaleciente de una grave operación y definitorio de una personalidad política depredadora. Seve dejó un caudal de encontronazos y en el libro se deja caer lo solo que afrontó tanto conflicto. “Tuvo muchos admiradores, pero pocos defensores”. En ese sentido, se alude al tan recurrido patrón del cainismo español para justificar cierto desprecio hacia su figura aunque, por otro lado, hay que hacer constar que se pasa de puntillas por otros aspectos que en su día fueron criticados como cuando fijó su residencia fiscal en Mónaco. 

La carrera de Seve cayó en picado a partir de 1988 y ahí es donde la obra se abre en canal. Fue el año de su matrimonio con Carmen Botín, hija de Emilio Botín, que fuera presidente de Banco Santander. Baldomero no deja dudas al respecto. “Desde ese momento vivió preso del miedo”. Metido en ese tramo, el libro es un recuento de todo aquel dolor y sufrimiento que una persona pueda custodiar años en su interior sin compartirlo ni permitirse exteriorizarlo. Esa angustia que puede llevar a alguien decir “me equivoqué en todo", como relata Baldomero que le repetía su hermano. “Nunca hubo amor, cariño verdadero ni complicidad”, explica sobre un matrimonio que aguantó 16 años. Se da la circunstancia que desde 1988 Seve no volvió a ganar un grande. “Continuó jugando más torneos que antes por no volver a casa”, remacha al respecto. El relato se oscurece e incluso se enfanga cuando toca ya el tema de los hijos y el testamento del golfista cántabro. “No fue el dolor de espalda el que le retiró, fue el dolor del matrimonio fallido”. 

Queda así expuesta totalmente la postura de la familia Ballesteros. Páginas que reflejan todo el dolor acumulado detrás de tanto trofeo y Ryder Cup’s, la puerta trasera de un deportista que, pasen los años y pese todo, seguirá siendo recordado como se merece, con ese puño al aire celebrando su primer Open Británico. “¡La metí, la metí!”

RAFAEL GONZÁLEZ TEJEL

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