'UN DURA CARRERA'. Sudor y excesos de un gregario y un deporte



CRÍTICA DE LIBRO

'Una dura carrera'
Autor: Paul Kimmage
Editorial: Libro de Ruta
Traducción: David Batres Márquez
Año: 2016 (original de 1990)

Llega con años de retraso al panorama editorial español una delicia de la literatura deportiva, a guardar en cualquier biblioteca que se precie de agasajar a un género lastrado por la hagiografía y por ediciones prácticamente ilegibles ya sea por el descuido de la prosa y la traducción o por la rapidez en la salida al mercado, con el deportista en cuestión apenas retirado o incluso todavía en activo. Que hayan pasado casi treinta años de los hechos relatados en ‘Una dura carrera’ no le resta interés a la pieza que quizá mejor describa desde dentro las miserias y algo de gloria de un deporte como el ciclismo. 

Paul Kimmage es hoy un reputado periodista, conocido por su pelea contra el dopaje y por un enfrentamiento llevado casi a lo personal con ciclistas como David Millar o Lance Armstrong. Antes fue un gregario, un ciclista del montón, de los que sufren por agarrarse a la cola del pelotón, con la paradoja de ser uno de esos contados privilegiados que consiguen saltar al profesionalismo. Desde esa posición y llegado a la Europa continental desde Irlanda, el relato de Kimmage es una transición continua entre los sueños de juventud rotos, la inocencia perdida y una madurez un tanto cínica, un proceso descrito sin ingenuidad, victimismo ni atisbos de lírica o intentos de literaturizar la realidad. Es un retrato desde el interior del sufrimiento de estos profesionales que casi nunca ocupan más que un renglón en la clasificación. Al mismo tiempo, y ese es el rasgo que le distingue de tantas otras obras de la misma raíz, rompe con el silencio que hay sobre el dopaje y se muestra creíble en lo relatado, sin que le mueva ningún rencor, afán moralizante o haya una autorreivindicación de la dignidad del protagonista.  “La mayoría de los chicos cruzaba esa línea sin tan siquiera darse cuenta, simplemente seguían los consejos de un compañero de equipo o de un auxiliar”. Como ya se pudiera leer en ‘La carrera secreta’ (Tyler Hamilton), queda expuesta la naturalidad con la que el ciclista toma la determinación de doparse. Cuando se le ofrecen estas sustancias hay un mantra que se repite, “es por tu salud”, y del que se extrae que no exime de ninguna responsabilidad al deportista que acepta dar el paso, habitualmente sumido en un estado de debilidad física.  

Al ser una obra en continua reedición (1998 y 2007), en la analizada aquí se ha añadido un prólogo en el que el autor desmenuza las secuelas tras su primera publicación –largo listado de amistades rotas y desprecio generalizado del mundillo, Kimmage llega a calificarse el Salman Rushdie del ciclismo- y se ha ampliado con un capítulo final en el que refleja cómo vivió el Tour del 2006 como corresponsal para el periódico Sunday Times, aquella ronda de la exhibición tramposa de Floyd Landis en Morzine. Kimmage concluye que la aparición de ‘Una dura carrera’ no cambió nada en el mundillo ciclista como hubiera pretendido, aunque deja caer que si la obra la llega a escribir un campeón “no habría sucedido lo mismo”. Que haya errado en su vaticinio lo ratifica que ni la confesión abierta de popes como Lance Armstrong ni las sanciones a primeras espadas en Tour, Giro y Vuelta tras diferentes operaciones policiales han conseguido acabar con la sombra de las dudas.

Prólogos, añadidos y extras pueden llegar a confundir al lector ante tanta modificación sobre el original publicado en 1990. Kimmage asegura apenas haber retocado ese texto, que se ajusta al esquema típico de una biografía deportiva. Arranca con una infancia humilde en Dublin marcada por las bondades a la bicicleta del padre y empieza a carburar una vez el protagonista se instala en Francia y se mete de lleno junto a su hermano Raphael en la pelea por dar el salto al profesionalismo. Irrumpe ahí un dibujo fino de aquel pelotón de segunda mitad de los 80, con un espacio considerado para el tridente irlandés formado por Stephen Roche, Sean Kelly y en menor instancia Martin Earley. Kimmage era el último de este cuarteto pionero del país del trébol, y a su sombra desarrolló su breve carrera entre profesionales. Sus descripciones etapa a etapa de las cuatro grandes vueltas que corrió (tres Tour y un Giro) a modo de diario son una acumulación de sufrimiento, sinsabores y decepciones. No hay lugar para la épica ni para cultivar una bella imagen del malditismo. Solo hay un ciclista que sufre demasiado para no llegar fuera de control y que se esfuerza para no caer en la que considera la peor de las vergüenzas, el abandono. 

Kimmage mantiene la discreción en su narrativa. El lector que acuda al reclamo de encontrar apellidos ilustres usando prácticas prohibidas se sentirá decepcionado. Sí que hallará una descripción de los parámetros de actuación estandarizados en aquel pelotón, en el que se estaba produciendo el salto de las anfetaminas a las hormonas, más difíciles de detectar en los laboratorios. Kimmage describe su lucha personal para no caer en el dopaje, ante la que es casi imposible no ceder. Relevantes son los pasajes en los que explica qué sucedía en la última etapa del Tour de Francia, la que acaba dando vueltas a los Campos Eliseos. La ausencia de controles antidopaje llevaba a muchos ciclistas a experimentar con su cuerpo, dando como consecuencia una última etapa de endiabladas prestaciones. Otro detalle significativo es lo que sucedía en los Criteriums. Son esas pruebas de un día que abundan en Francia en verano y en la que las corporaciones municipales mediante promotores contratan a corredores para dar lustre a la villa. El ganador sale de un amaño previo y la falta de controles hace de esas carreras un terreno abonado para el uso de drogas. Fue en una de esas pruebas donde Kimmage tomó contacto por primera vez con el dopaje. “No puedo enfrentarme a más humillaciones. La presión. Necesito el dinero”, se justificó entonces. 

Kimmage vivió también como espectador –aquel año no entró en el equipo para el Tour por sus bajas prestaciones- el escándalo que sacudió a la Grande Boucle del 88 con el positivo de Pedro Delgado, “un asunto desagradable porque, pese a que le hubieran declarado libre de culpa, este seguía sin explicar la presencia del Probenecid en su orina. Se había librado por un tecnicismo”. Si se tira de memoria hay que recordar el tratamiento mediático en España del caso, vendido casi como un complot francés y que llegó a movilizar al instante a representantes políticos de alto calado.  

Al caudal de reveladores detalles que Kimmage hace del uso sistemático de drogas en el ciclismo profesional se le suman otros capítulos más íntimos y propios de su biografía. El irlandés corrió en el RMO de 1986 a 1989 –maillot blanco de lunares verdes- y es en ese entorno en el que sucede el núcleo del libro y se pone al descubierto la vida de un ciclista de clase media: la competitividad por entrar en el roster del Tour, los roces con los compañeros, las negociaciones para la renovación, la camaradería salvadora o la presión por obtener resultados que nunca llegaban. En el RMO coincidió, entre otros, con un destacado escalador francés, Thierry Claveyrolat, con el que fraguó una amistad que se truncó tras la publicación de ‘Una dura carrera’. El capítulo en el que habla de aquel ciclista resulta desolador, tanto por su trágico final como por las conclusiones que se pueden extraer de lo que puede pasar al deportista medio sin una destacada carrera tras la retirada. 

Ya en tareas periodísticas, donde Kimmage se ha mostrado como un cronista dotado de excelente prosa, el irlandés asiste incrédulo al continuo desprestigio de un deporte tan lastimado desde dentro y al que, sin renegar de sus posibilidades de redención, ya casi no concede crédito. Para sus últimas líneas deja escrita una expresión en francés que resume el espíritu pesimista que arroja la lectura de ‘Una dura carrera’: “Plus ça change, plus c’est la même chose” (“cuanto más cambia algo, más se parece a lo mismo”). 

RAFAEL GONZÁLEZ TEJEL

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