'SYMPATHY FOR THE DEVIL'. Periodismo y provocación en el asedio



CRÍTICA DE CINE

'Sympathy for the devil'  (Guillaume de Fontenay. Francia, 2019. 103 minutos)

Cuando el periodista Paul Marchand pisaba el acelerador de su Ford Sierra por la rebautizada Avenida de los Francotiradores de Sarajevo en 1992, en pleno cerco a la capital de Bosnia, se sentía invulnerable. “No te molestes en disparar. Soy inmortal”, escribió en la parte trasera del vehículo. La crueldad de la guerra terminaría por tomar la matrícula ante tamaña osadía, porque si de algo presumía Marchand era de un arrojo inconsciente y retador que le colocaba constantemente a puertas de la tragedia.

Veinte años tras la finalización de la guerra de los Balcanes un gran número de corresponsales que cubrieron aquel conflicto volvieron a reunirse alrededor de unas botellas en el hotel Holiday Inn. Marchand capitalizó el grueso del anecdotario. ‘Sympathy for the devil’ es la canción que salía con más frecuencia del radiocassette de aquel vetusto automóvil y también el título del largometraje que Guillaume de Fontenay ha dedicado a su controvertida figura y a la ciudad que resistió con tanto orgullo y sufrimiento el asedio.

Lejos de reivindicaciones individuales, la película activa toda la mitología que hay alrededor de un periodista de guerra, disponibles los tópicos imaginables al servicio de la verdad de un personaje único. Le costó años a De Fontenay levantar este proyecto. La magnitud de la tarea se comprueba en la reconstrucción mimética de episodios verídicos del asedio a Sarajevo. La recreación es tan minuciosa que desde el arranque estamos ante un trabajo que respira una extraña autenticidad. La cámara al hombro es el formato más recurrente, en lo que más allá de una técnica que apuesta por el realismo constituye un sutil tributo al formato periodístico por excelencia de la época. En ‘Sympathy for the devil’ hay un personaje todo carisma y carnívoro en su presencia que engrandece con su trabajo el actor Niels Schneider. Le envuelve una ciudad cuyas entrañas se movían al mismo ritmo que el de su protagonista, entre la locura y la cordura. En ese sentido se advierte cómo conforme avanza el metraje se va adueñando de la historia un tono crepuscular y sombrío. Marchand se contagió de la ira y del sentimiento de injusticia de los asediados, tomó partido y cuando eso sucede las consecuencias suelen ser inevitables. El corazón empujó hacia ese lado, en sintonía al latir del romance que surgió entre el protagonista y Boba Lidzek, la traductora serbia que le acompañaba. “Si sin duda sobreviví fue porque estuve enamorada”, es una frase que se le atribuye a Lidzek años después. 

Un punto de interés del largometraje y que  puede diferenciarle de otros que han abordado este conflicto más desde la espectacularidad, es la denuncia que a través del personaje de Marchand se hace de la actuación de organismos internacionales. Son varias las escenas en las que se hace patente esa recriminación de la pasividad occidental ante lo que estaba ocurriendo. Esa protesta individual del reportero representa a una colectividad que llegó hasta la exasperación ante la falta de acción sobre el considerado mayor cerco a una ciudad desde Leningrado. De esta forma el largometraje de Guillaume de Fontenay se diferencia de una obra por otra parte con muchas similitudes, el ‘Territorio Comanche’ de Arturo Pérez-Reverte, llevado al cine por Gerardo Herrero, y más preocupado por glosar hasta el exceso de adjetivos la figura del corresponsal de guerra. Da para la reflexión que, curiosamente, sea un colega español al que Marchand en varias ocasiones le recrimine y desaire por el sensacionalismo con el que afrontaba la cobertura periodística del conflicto.

Marchand terminó suicidándose en 2009 aunque ya llevaba años retirado del periodismo y había alcanzado cierto prestigio en la literatura. Ese rabioso mundo interior que terminó por ganarle la partida ya se apreciaba en su paso en Bosnia, la demostración de que incluso hasta el tipo arrogante que desafiaba las balas de los francotiradores también era como los demás, un simple mortal.

RAFAEL GONZÁLEZ TEJEL

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