CRÍTICA DE CINE
'Photographer of war' (Boris B. Bertram. Dinamarca, 2019. 78 minutos)
Jean Grarup, fotógrafo de guerra danés premiado ocho veces con el World Press Photo, se interna en primera fila de un combate entre el ejército iraquí y el Estado Islámico, desafía sus miedos cruzando una calle con un francotirador persistente y conversa con las milicias interhamwe perpetradoras del genocidio de Ruanda antes de retratarlas. En otra escena aparece sentado en una camilla en la consulta de un médico de vuelta a su ciudad. En una conversación informal afirma tener pánico de afrontar este tipo de encuentros, tan mundanos para la mayoría.
En esa continua paradoja se mueve el protagonista del documental ‘Photographer of war’, dirigido por Boris Benjamin Bertran, una instantánea fugaz de 70 minutos de un momento decisivo en la vida de este danés que lleva media vida documentando guerras. Libros y películas ya han dejado testimonio de lo complicado que resulta compaginar a este tipo de profesionales su vida personal con la personal. En medio de sus viajes constantes a primera línea, Grarup ve cómo lo familiar toma una relevancia inesperada. Su exmujer enferma gravemente y se ve obligado a cuidar a sus cuatro hijos menores de edad.
‘Photographer of war’ se desarrolla en dos frentes, el bélico y el cotidiano. De las calles de Mosul llena de cadáveres al piso de Copenhague viendo un partido de la Premier League en una tablet junto a su hijo. El juego de espejos entre ambas vidas que es la misma está perfectamente modulado. El mayor interés está en esa reconstrucción de una relación paternofilial que se intuye rota –la figura del padre ausente sobrevuela- y el choque que se abre entre estilos de vida tan antagónicos como imposibles de relacionar. Como las fotografías de Grarup, que se van introduciendo a lo largo del montaje, el documental trata de simplificar al máximo en la puesta en escena. Deja que sean las imágenes y los breves diálogos que se escuchan los que lleven el hilo conductor de la propuesta. Queda así definida la figura de un hombre invulnerable que no lo es tanto, muy desgastado –la visita al doctor es un largo recuento de dolores y secuelas físicas y mentales- y obligado a reinventarse a una edad en la que es complicado hacerlo. La demostración, en definitiva, de que la más importante de las batallas individuales de cada persona no se libra a miles de kilómetros, sino en confines más cercanos y conocidos.
RAFAEL GONZÁLEZ TEJEL
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