CRÍTICA DE CINE
'Casa ajena' (Remi Weekes. Reino Unido, 2020. 93 minutos)
Hace unas décadas hubo un sudanés de sur que impactó en la NBA. Considerado casi como una atracción de feria, Manute Bol taponó desde sus 231 centímetros miles de tiros mientras aprendía inglés, aguantaba bromas y trataba de adaptarse a una sociedad tan diferente. Acabó su etapa deportiva y volvió a su país. “Ahora no soy nadie pero aún soy alguien para los míos”, afirmó. Poco tiempo después, quiso salir de un país destruido por la guerra en el que había adoptado un papel activista a favor de los suyos. Consiguió llegar a Egipto y comenzó otro reto en su vida, ya bajo la etiqueta de refugiado político. Otro Bol, en este caso de ficción y protagonista de ‘Casa ajena’, también consiguió salir de un Sudán del Sur que se desangraba y, tras un trágico viaje en patera, alcanzar costa británica. Un número más para un colectivo tan variado como estigmatizado. Bienvenidos refugiados, o no tanto.
Desde hace unos años las angustias y tensiones que vive el mundo están siendo retratados con notable interés por el género del terror. ‘Casa ajena’ se une a esta oleada de cine más cercano a la autoría que al habitual de consumo masivo y rápido. El potente debut del británico Remi Weekes aparenta una simpleza que no es tal, amalgama alrededor temas de actualidad como la crisis de los refugiados y el papel de los estados occidentales receptores, hasta otros más íntimos como el peso de la culpa, la venganza y la asunción del pasado como trance liberador. Con un discurso claro y una puesta en escena fría y convencional, estas cuestiones se transmiten mediante situaciones clásicas del cine de terror: una casa encantada, fantasmas y leyendas tribales. Weekes ensambla tanto contenido en una película llamada a trascender y abrir una nueva vía en la ficción hablando de una cuestión tan comprometedora como la de los refugiados. Sigue así el camino abierto por otra fuerte alegoría social y política cubierta por el cine de género como la realizada por Jordan Peele en ‘Get out’ y en el muy reivindicable y menos conocido episodio de ‘The Twilight Zone’ que el mismo cineasta apadrinó, ‘Replay’, dirigido por Gerard McMurray.
Bol Majur es el reverso sudanés del Chris Washington de ‘Get Out’, aquel fotógrafo negro que se veía obligado a encajar y agradar en el entorno de su novia blanca. A quien quiere encadilar Bol es a un país, a una sociedad entera, en este caso la inglesa, en su afán por ser aceptado y borrar quién fue. Reniega de su pasado, busca olvidar y opta por la trampa de la asimilación. Empieza a comer con cubiertos y en una mesa cuando antes no lo hacia y se niega a hablar en su lengua materna. Esa conducta de rechazo a la identidad forjada desde la niñez suele ser pauta común entre muchos que han vivido trances dolorosos en el pasado.
Rial Majur es su mujer, quien ha pasado por lo mismo y la que pone el contrapeso a la actitud del marido. “Llevas tus fantasmas a todas partes”, le dice a Bol en una sentencia reveladora de que el horror es real e imaginario a la vez, como se refleja en la amenaza constante de la deportación y, especialmente, en esa casa de suburbio inglés que les proporciona el estado, que da título a la propuesta y que constituye el tercer vértice. Los trabajadores sociales no dudan en recordarles en cada encuentro que tiene mayor tamaño que las suyas, haciendo crecer un sentimiento de culpa por su teórica ingratitud ante la sociedad de acogida, tan habitual por otra parte en miembros de este colectivo. Esos desesperados intentos por hacer suya esta nueva vivienda y esa vida que se les pone por delante chocará, y muy sutilmente, con una comunidad hostil desde el silencio, las miradas y los gestos. El hogar simboliza así una fortaleza ante ese rechazo externo a aquellos que buscan rehacer su vida desde cero, visible a diario en las incendiarias declaraciones de políticos de extrema derecha o de forma más indirectas en esas percepciones que Weekes refleja en su guion.
En un trabajo perfectamente planificado y cuya maquinaria funciona impecable, se va erigiendo todo un retrato de esa problemática que enlaza con la historia individual de los protagonistas. En esa resolución en la que ambos relatos confluyen es cuando ‘Casa ajena’ toma una proyección política y social que la hace tan necesaria, al revindicar el derecho a iniciar una nueva vida pese a las dificultades, el peso del pasado y los terrores tanto reales como los mentales a los que se enfrentan la mayoría de estas personas.
RAFAEL GONZÁLEZ TEJEL
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