CRÍTICA DE TEATRO
La última producción de la Compañía Cuarta Pared ha cosechado un más que notable éxito de crítica y público (todo lo exitoso que en este último aspecto se puede ser en este año de la pandemia) lo que, junto con la concesión del Premio Nacional de Teatro, habrá supuesto un alivio para la sala y sus trabajadores en este 2020.
'Instrucciones para caminar sobre el alambre' cuenta la desaparición de una joven, Alba, la hija y hermana pequeña de un núcleo familiar que lucha por sobrevivir entre trabajos precarios y alienantes, deudas, y la eterna promesa de un golpe de suerte o audacia que los saque de ese agujero. Sin embargo, esta desaparición de Alba es una metáfora para hablar de cómo la sociedad invisibiliza los cuerpos de los que antes se llamaban proletarios y ahora trabajadores precarios, y pide el alma como pago para saborear unos instantes el triunfo.
Con el teatro dispuesto en forma de Arena, la obra se inicia con una potente escena física en una crítica al discurso del "sí lo deseas con todas tus fuerzas conseguirás tus objetivos, gana el que no se rinde", tan propio del capitalismo de los afectos en el que vivimos donde el coaching, la automotivación y la autoayuda hacen estragos y en el que el perdedor es siempre culpable. Ese capitalismo representado en la bicicleta de carrera estática en la que no es posible dejar de pedalear si se quiere triunfar aunque uno reviente, o hasta que se reviente.
Después de esta potente escena, se comienza a mostrar momentos de la vida de Alba antes de su desaparición: sus trabajos, su familia, sus proyectos, crisis, dudas. Todas estas escenas, a modo de rompecabezas, están unidas a modo de hilo conductor por una serie de 40 consejos sobre lo que hay qué hacer y cómo comportarse ante la desaparición de una persona.
En el camino hacia la desaparición se nos muestran tres vertientes del mundo laboral: los trabajos de mierda y el continuo riesgo de caer en la precariedad, la emprendiduría milagrosa en las que salir de la zona de confort desde la precariedad es un salto sin red, y la carrera para alcanzar el éxito profesional en uno de los negocios que mejor representan el sistema económico actual: la publicidad, la capacidad de vender cualquier cosa sin atenerse a valores éticos.
La protagonista se traslada de un momento a otro, de repartir comida a domicilio a zambullirse en un proyecto vital para la empresa de publicidad que requiere trabajar días enteros seguidos sin descanso. En este periplo, ayudado por una escenografía austera y móvil que además ayuda en el propósito de señalar la precariedad y la insignificancia a la que se ven sometidos los cuerpos, Yagüe disecciona los males de este sistema que no solo se conforma con el beneficio sino que también penetra en las almas para reproducirse, un sistema que exige adhesión y que anula lo no productivo.
El problema es que trata de poner el foco en demasiados casos particulares, como si se desplegara una lista de reivindicaciones sobre lo que funciona mal. De esta forma se produce un desarrollo irregular de la obra, con escenas que no terminan de funcionar, incluso que parecen metidas con calzador, tramas que no aportan nada. Además, la apuesta por presentar las dos caras del mundo laboral protagonizadas por el mismo personaje hace que tanto el discurso como la propuesta escénica se dividan en un continuo cambio entre una historia trepidante de tiburones económicos y un drama más social sin que terminen de empastar. Todo esto va en detrimento de un buen trabajo al que estas disonancias le restan ritmo, fluidez y coherencia.
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