'A PROPÓSITO DE NADA'. Humor, rabia, poco cine y mucho marketing

CRÍTICA LITERARIA

'A PROPÓSITO DE NADA
Autor: Woody Allen
Editorial: Alianza.
Páginas: 440
Año: 2020.

En el comienzo de ‘Celebrity’ (1998) un avión escribe en cielo “help”. Ese grito es el que parece remarcar Woody Allen en un gran número de páginas de su divertida ¿autobiografía? Más que un texto enmarcado en ese género del que poco hay que creer, pues los autores siempre simulan ser ese protagonista repleto de todo lo mejor, ‘A propósito de nada’ podría encuadrarse dentro de la autoficción o incluso en la ficción basada en hechos reales. 

La dedicatoria del libro es brillante y ofrece un sentido del humor y entrega aplastantes: “Para Soon Yi, la mejor. La tenía comiendo de mi mano y de pronto noté que me faltaba el brazo”. ‘A propósito de nada’ es un canto de entrega, deseo y pasión en sí mismo a su mujer. Se encarga de demostrarlo en numerosísimas ocasiones y puede servir para terminar convenciendo al lector de ese gran amor que profesa a su mujer y madre de dos de sus hijas. 

El comienzo es lo más acertado del libro. Su ingenio y su forma de narrar son portentosos e hilarantes. Es cierto que a cualquiera que conozca la obra de Allen nada le resultará novedoso porque ya se ha encargado él de filmarlo en gran parte de su obra. El humor y la agilidad en la escritura son muy pertinentes. Las figuras de sus padres se transforman en unos personajes repletos de gags que, de un modo u otro, ayudaron a que su hijo pudiese construir un buen número de sketches a lo largo de su carrera. El parecido de su madre con Groucho Marx, la picardía del padre, su deseo de escaparse de las clases para acudir al cine y siempre ese Nueva York que tanto le ha dado. 

Las bases de lo que fue su formación están magníficamente explicadas. Cómo comenzó a destacar, poco a poco, fue ganando un dinero muy considerable. Su primer matrimonio, las distancias, las heridas y las nuevas compañías, concretamente aquella que acabaría siendo su segunda mujer, la actriz Louise Lasser. Ya desde esos compases comienza a lanzar ataques a Mia Farrow. El desequilibrio de Lasser sirve de advertencia para lo que sucederá después, aunque aún no nombre a Farrow. No es capaz de intuir el desequilibrio mental de las personas que luego se convertirán en sus parejas. No dejan de ser pequeños adelantos de lo que desarrollará más adelante. 

A lo largo de todo el libro prima un excesivo respeto por casi todo aquel que le ha acompañado en su vida. No hay ni una sola persona —con la excepción de Mia y del hijo que supuestamente tuvo con Frank Sinatra— a los que dedique algún comentario desagradable o duro. Todos son agradables, él es un hombre bueno, dialogante, gran padre, gran persona, etc. Los autoelogios que se dedica llegan a ser un tanto reiterativos, pero sabe hacerlo sin resultar molesto. Es muy hábil en su escritura. El oficio se nota y es consciente de ello. Es capaz de llevar al lector por donde quiere y conseguirlo con destreza. Del mismo modo y debido a cierto desorden, ‘A propósito de nada’ parece estar escrito de una vez. Las idas y venidas en el tiempo no están muy trabajadas, pero el estilo de Allen permite que no se lleve al equívoco. 

Nuevamente, el principio de su carrera está muy ligado a lo que ya contó en su documental Robert B. Weide. Es el estilo de Allen el que sale vencedor en esas anécdotas ya sabidas. Aparte del amor por su mujer, también existe un afán por demostrar que no es un intelectual y que su aspecto de perfecto “gafapasta” se debe a sus gafas y no a sus inquietudes. Intenta convencer al lector de ello, pero es del todo improbable. Basta con ver cualquiera de las referencias intelectuales en sus películas para darse de cuenta de que no son casualidades. ¿Por qué ocultarlo? Su intento de convencer al lector de lo contrario es un tanto ridículo, aunque no deja de ser divertido. 

El larguísimo apartado que dedica a su separación de Mia Farrow relatando sus guerras con el hijo de Mia, con Dylan y con los medios es muy irregular. De nuevo intenta convencer al lector con un buen número de testimonios de doctores, psicólogos, niñeras…, pero tampoco consigue aportar gran cosa. Las propias memorias de Farrow ya mostraban contradicciones y es una batalla que no tiene mucho sentido librar porque ‘A propósito de nada’ solo será leído por personas que en su mayoría sigan a Allen. En todo este apartado de batallas tras su separación cada palabra está medida y probablemente controlada, analizada y supervisada por sus abogados para evitar cualquier posible denuncia y situarle en una buena posición. Toda la propuesta es un ejercicio de marketing, de tono comedido, en el que nunca se critica a nadie demasiado. Su figura queda como la de un llanero solitario de la justicia y del buen hacer: es un padre entregado, Moses le defiende, su mujer también… Las referencias a los suicidios de hijos de Mia o la operación de piernas para crecer de Ronan, instigada por su madre, buscan convencer a todos de que él está limpio de cualquier acusación. Esto sucede también con su antigua amiga y productora Jean Doumanian, que le estafó una gran cantidad de dinero, pero Allen muestra siempre una aparente comprensión y ansias de reconciliación, aunque haya abogados de por medio. 

Sería conveniente descifrar si ‘A propósito de nada’ es una autoficción, una ficción con personajes reales, una autobiografía o una carta para demostrar su inocencia. Quizá sea un poco de todo y esa habilidad con la pluma que posee Allen consiga que todo el libro transite por infinidad de géneros. Hay escenas tan maravillosas y grotescas que es muy extraño que no hayan formado parte de su cine —muchas con bastante menos gracia que también se relatan en el libro sí lo están—. ¿Cómo fue cuando le acusaron de ser otra persona? En concreto el marido de su acusadora. ¿Y la fiesta en casa de Roman Abramovich a la que asistieron pensando que era en la casa de Roman Polanski? Un aspecto muy gratificante del relato es la falta de ego en cuanto a su faceta de creador. Es plenamente consciente de sus limitaciones y ni siquiera los éxitos o los premios le han llevado a creerse algo que no es.  

Es en el apartado sobre su cine donde el libro posee lagunas notorias. Podría haber sido magia, pero ha resultado ser prácticamente nada. Allen indica que no lo ha hecho porque le parecía aburrido y carente de interés. ¿Cómo va a carecer de interés el arte de un artista? Este aspecto lo retrata mucho mejor el documental de Wide. Del mismo modo, la personalidad de Allen y Soon Yi también queda muy bien perfilada en el documental Wild Man Blues. Es curiosa la valoración que hace de sus películas y muy discutible, aunque para eso es su opinión. Dedica páginas necesarias, aunque insuficientes, a ‘Irrational Man’ (2015) porque no comprende que no tuviese más repercusión. De muchos de sus filmes nada recuerda y, de otros, solo cuenta algún chascarrillo o cuál era el título original que posteriormente cambió. Los actores y el equipo técnico salen muy bien parados. A otros colaboradores, aparentemente más relevantes en su vida, como Dick Hyman, ni les menta. La renuncia de muchos de los actores a trabajar con él es una cuestión que escapa a su comprensión porque, según explica, él ha trabajado de maravilla con todos. Siempre recuerda que el tema de la polémica quedó cerrado a principios de los noventa y nunca fue secreto de sumario, por lo que cualquiera que trabajó con él conocía las acusaciones que había detrás. Todo parece motivado por conseguir papeles en ese feroz mundo de apegos y mentiras que son las producciones cinematográficas. El ejercicio de marketing de las memorias es continuo, no hay más de cinco líneas sin un elogio a alguna persona. Explica el número de mujeres que han trabajado con él y los inexistentes comentarios sobre cualquier actitud indecente. Vuelve a recordar que Soon Yi no era hija suya ni un amor de verano. Se trata de la persona con la que ha dormido todos y cada uno de los días de los últimos 25 años. En el caso del actor Timothée Chalamet, indica que este le confesó a su hermana que había dicho lo de no trabajar con Allen porque sus agentes se lo habían recomendado para intentar ganar un Óscar por Call Me by Your Name. A otros que alardeaban de donar sus sueldos a causas relacionadas con el abuso de menores les ridiculiza, con humor, señalando que lo han hecho porque en sus producciones solo se abona el mínimo del convenio, pero que duda que hubiesen cedido las millonadas que perciben en otras producciones.

Cuando deja estas guerras en las que debe quedar como el triunfador y el maltratado sin motivo, el libro gana enteros. Su humor es feroz y su talento con la escritura es fascinante, aunque hay una considerable desorganización en la estructura del libro. Su habilidad compositiva transmite la sensación de estar escrito de una tirada. No hay duda que si Ronan y Mia Farrow no hubiesen airado el tema de Dylan, ‘A propósito de nada’ no existiría. La traducción del libro resulta extraña en ocasiones. Fundamentalmente en la primera parte del manuscrito, se recurre a numerosísimas expresiones más propias de Argentina que de España. Esto se va suavizando a medida que avanza. Se echa de menos una adaptación más adecuada para poder sacar partido a las reflexiones allenianas.

‘A propósito de nada’ es una lectura gozosa y un acercamiento sugerente a Allen. No importa que invente o que sea un ejercicio de autopromoción. Es como sus películas, puede que no sean las mejores, pero siempre hay que verlas porque no hay vez —con la salvedad de uno de sus títulos— en la que algo extraordinario no suceda. Texto escrito para adeptos, que no aclara nada y que cuenta solo algunas cosas que le interesan a su modo, pero que resulta tan divertido que se transforma en una lectura necesaria, aunque en ocasiones parezca una extensa carta de amor incondicional a su mujer. 

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ


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