CRÍTICA DE SERIE
'Stateless' (Tony Ayres, Cate Blanchett, Elise McCredie. Australia, 2020)
En su momento, la campaña publicitaria ‘There’s nothing like Australia’ contagió de entusiasmo al turista mochilero ávido de experiencias. Se vendía Australia como un país emergente, receptivo e hospitalario, con paisajes e historia a descubrir. El escritor Bill Bryson lo retrató con cariño y mordacidad en el referencial ‘En las antípodas’, sorprendido por el carácter un tanto excéntrico de sus habitantes o el inexpugnable outback del norte. Adoptaba también un tono crítico poco habitual en su obra al describir los postulados éticos adoptados por sus sucesivos gobiernos en relación a las políticas y tratos dispensados a la población aborigen. El volumen apareció a finales de los 90 y no se adentraba en cuestiones migratorias, que es lo que sí realiza ‘Stateless’, miniserie de seis capítulos apadrinada por Cate Blanchett que se aproxima a esos confines tan lejanos y aún desconocidos con un tema de implicaciones máximas en la actualidad y las cercanías. El país de eslogan y rostro amable ya no lo parecerá tanto al descubrir el perverso entramado que rodea a sus actuales políticas migratorias, que boicotean derechos humanos básicos según la ONU y esquivan lo pactado en la convención de Ginebra de 1951.
‘Stateless’ lleva impreso el sello de estar basada en hechos reales, aunque si se profundiza se advierte que solo los ha tomado como punto de partida para desarrollar los conflictos que plantea. Tampoco se introduce en los ángulos más espinosos ni se interesa en abrir un debate al respecto. En la serie no hay noticias de los campos de detención que Australia ha instalado en islas del Pacífico, auténticas mazmorras en las que pone en práctica una política de tolerancia cero con el inmigrante que llega sin visado, ni plantea mediante ningún personaje postulados opuestos a los establecidos. ‘Stateless’ transcurre la mayor parte de tiempo en el interior de un centro de detención, una especie de CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros) como los que todavía pueblan la geografía española, el australiano instalado en medio del desierto, vallado y con agentes de seguridad privada. Otro de esos no lugares en el que los residentes no tienen nombres ni apellidos, son números grabados, una imagen que les conecta con los prisioneros de los campos de concentración nazi. Allí aguardan sin tarea alguna ni objetivos definidos avances en su solicitud de asilo, aunque puedan pasar años. Cinco en concreto llevan los dos tamiles que se encaraman a un tejado protestando por las condiciones de encierro y el olvido de su expediente, concitando la atención mediática del exterior, en una de las subtramas que aparentaban más sugerentes para finalmente quedarse en un uso simbólico.
‘Stateless’ llega a ese centro de detención tras un primer episodio en el que esboza las cuatro historias principales. El montaje a partir de ese momento se torna convencional, alternando el presente con saltos temporales al pasado que informan sobre la procedencia y vivencias de cada uno de los protagonistas. Como suele ser habitual, el interés de cada relato es desigual. El mayor potencial lo atesora el personaje de Ameer, un afgano que huye junto a su familia del régimen talibán. Aparecen elementos característicos a una situación que se ajusta a los elementos propios del asilo político: La violencia del viaje, la separación del núcleo familiar, el duelo migratorio, la tensión de la entrevista por funcionarios gubernamentales y la ausencia absoluta de información del exterior, esa eterna espera de noticias que nunca terminan de llegar. Menos interés subyace en los relatos de los personajes australianos, especialmente en los del atormentado vigilante del centro, en tensión continua entre el deber y su conciencia, y el de la directora, con una evolución básica y propia de un guion rígido. El cuarto vértice es el más complejo y en el que la dirección trata de aportar más matices, sin terminar de cuajarlo. Entre la multitud de cuestiones que se abordan a través del personaje de Sophie (interpretado por Yvonne Strahovski), como sectas, identidad, abuso o enfermedad mental, hay que quedarse con la falibilidad de un sistema que tuvo detenida a una ciudadana de su propio país durante meses en un centro de estas características. Ningún anuncio turístico hablará nunca de esto.
Rareza por la combinación de procedencia y temática abordada, ‘Stateless’ no termina de golpear en su intento de describir una de las políticas migratorias más represivas y menos publicitadas. Como le pasaba a otra serie de similares características, la alemana ‘Edén’, pesan más las intenciones que el resultado o conclusiones que se extrae de ellas. El último capítulo se viene abajo por la previsibilidad con el que se desarrolla, por ese intento de dar toques épicos donde no era necesario -la despedida de Ameer con su hija-, por la ya anunciada redención de la directora del centro y por cierta dejadez en la puesta en escena. 'Stateless' se contiene y se pone lírica cuando el relato demandaba otro tratamiento. No termina de posicionarse, en definitiva, cuando disponía del material adecuado para realizarlo. La denuncia a este tipo de prácticas exige un discurso menos estandarizado, una respuesta que rechace la neutralidad y la tibieza en su acercamiento. Al menos ‘Stateless’ ha contribuido a poner en la agenda del circuito comercial -se puede ver en Netflix- un tema incómodo para debatir, y con eso habrá que contentarse de momento.
RAFAEL GONZÁLEZ TEJEL
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