'ATRACO, PALIZA Y MUERTE EN AGBANÄSPACH'. Diseñados para ser aplaudidos

© Luz Soria

CRÍTICA DE TEATRO

'Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach'
Texto y dirección: Nao Albert y Marcel Borràs
Teatro María Guerrero (Madrid)

Un poco de Tarantino, un poco del ZAZ de 'Aterriza como puedas', otro poco del 'Sentido de la vida' de los Monty Python, un variado de películas de atracos con máscaras y rehenes, metateatro y referencias teatrales al gusto, una generosa cantidad de crítica a las diferentes corrientes teatrales mediante bromas y añada al gusto gamberradas (más o menos ácidas, más o menos pueriles, más o menos descaradas y audaces). A todas estas referencias e ingredientes se les aplica un tono general frenético y de precisión milimétrica (aunque a veces se atasque) y una escenografía y una parte técnica abrumadora y dinámica que quizás suponga lo mejor del montaje. Para terminar, o para empezar, se le pone un nombre a la pieza sugerente y atractivo a primera vista que además sirva para jugar con él durante el desarrollo de la pieza.

Este párrafo podría ser una breve síntesis de lo que supone 'Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach', la nueva producción de Nao Albert y Marcel Borràs, los nuevos mirlos blancos para la crítica teatral española (es decir, madrileña), siempre ávida de buscar y encontrar, o crear, a los nuevos enfants terribles que revolucionen las tablas patrias y sus crónicas. El montaje (que remonta y renueva otro hecho años atrás) continúa la línea gamberra y cinematográfica de la exitosa 'Mammon' representada por primera vez en 2015. De igual forma insisten en la fórmula de salir en escena jugando a ser ellos mismos. Incluso repiten jugada con Irene Escolar (sí, también imita acentos)

Lo mejor de este montaje es que en general consigue un ritmo con precisión frenética y cierto desparpajo creativo que permite  el despliegue de algunas escenas verdaderamente divertidas y sorprendentemente disruptivas como ese canto de ópera o ese heraldo renacentista. 

Evidentemente cabe destacar una escenografía que juega a favor y realza el montaje, tanto que cabe preguntarse si este se sostendría sin tal profusión de medios y utilizados con tanta inteligencia. El espacio escénico móvil y con varios niveles permite el continuo cambio de espacios de forma ágil y fluida a lo largo de toda la representación (a excepción en unas cuantas ocasiones  que el cambio es tan complicado que se nota que se alarga la escena artificialmente en espera del citado cambio). A su vez la iluminación logra conseguir ese ambiente cinematográfico que tanto buscan Albert y Borràs.

Los autores plantean un montaje que avanza básicamente en dos planos: un atraco a un banco con rehenes (el único banco del mundo sin medidas de seguridad modernas) en una combinación entre una película de Tarantino y una película de atracos de los años 70. Por otro lado, la creación de una obra de teatro que incluye un atraco, plano trufado de referencias metatreatales que se desarrollan a través de los diálogos entre los dos protagonistas/autores y la gran diva María Kapravof (trasunto de Marina Abramovic) interpretado con oficio por Irene Escolar en ruso e inglés y sobretitulada.

Por lo demás nos encontramos ante un texto que muy pocas veces logra destacar y queda muy por debajo de la acción escénica, perdido en una continua sucesión de bromas, tópicos sobre lo que es o no el teatro y algunos dardos contra la profesión teatral. Lo malo es que la mayoría de esos dardos son en realidad bastante autoindulgentes y naif, unas explosiones muy controladas, balas de fogueo como la continua sucesión de disparos en escena.

Toda la continua metateatralidad y la discusión sobre lo que es o no el teatro y esa actualización de la querella de los antiguos y los modernos tampoco aportan nada nuevo ni interesante más allá de algunos chascarrillos y tópicos redundantes resueltos con más gracia unos que otros. Muchas veces da la impresión que lo que se dice da un poco igual mientras que se llegue a un encaje en las escenas del atraco.

'Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach' es un divertimento complaciente e indulgente, con continuos guiños al público, que encuentra su mayor baza en la potencia de su escenografía, en algunas escenas que rompen la tónica general por su imprevisibilidad y un buen ritmo hasta casi el final. El resto, fuegos de artificio y petardos con cierta gracia.

BENJAMÍN JIMÉNEZ DE LA HOZ

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