'PUÑOS DE HARINA'. El arte de recibir golpes


CRÍTICA DE TEATRO

'Puños de harina'
El Aedo Teatro
Texto y dirección: Jesús Torres
Teatro Fernán-Gómez (Madrid)

Mover las piernas y buscar el momento. Bailar y golpear, esquivar y observar. El viejo y conocido adagio de Ali, “bailar como una mariposa picar como una avispa”. Estas combinaciones son las que ofrece Jesús Torres en ´Puños de harina', de la dureza a la ternura, de la rabia a la sonrisa, de lo físico al texto. Pero sin dejar de mover las piernas, de buscar el hueco, de golpear, saber encajar los golpes, porque tal como se dice en la obra, el boxeo va más sobre cómo encajar los golpes que sobre darlos.

El público dispuesto casi como si estuviera en una velada de boxeo asiste a dos series de diez rounds, alternando los rounds de Rukeli con los rounds de Saúl. La figura de Johann Wilhelm Trollmann ¨Rukeli” (árbol fuerte) es conocida como símbolo contra el fascismo y el racismo, el boxeador alemán y gitano que fue capaz de plantar cara al nazismo harto de humillaciones y que acabó en un campo de exterminio. Saúl, personaje de ficción, es un gitano feriante que desde que nació tratan de imponerle el boxeo como una forma de ser un hombre de verdad.

Rukeli busca en el boxeo una manera de huir del ruido de fuera, de reivindicarse como alemán de pleno derecho, de revertir  la pobreza y los insultos de gitano de mierda. Saúl en cambio ve en el boxeo una forma de perpetuación de la violencia de su padre y de su abuelo, de la violencia estructural masculina que golpea a mujeres, niños, animales, de unos hombres que no saben más que expresarse a golpes para demostrar que son hombres de verdad. Y en este intercambio de golpes, o de compartirlos, ambos irán aprendiendo y descubriendo. Saúl se plantea qué es ser un hombre, qué es ser un gitano y descubre la ternura íntima y desinteresada en los ambientes más sórdidos, a la par que su homosexualidad. Rukeli aprende que no se puede dejar el ruido fuera del ring, se va politizando, y que uno no puede huir de quién se es sin más. Termina comprendiendo lo que decía su entrenador acerca de que lo importante es cómo se encajan los golpes. 

Jesús Torres hace un alegato contra el racismo, la homofobia y el machismo a través de un sobresaliente texto lleno de matices que sabe combinar cierto didactismo, poesía y un humor cotidiano, en un diálogo paralelo entre las dos historias. Un texto que de vez en cuando se mete en aguas peligrosas y de las que logra salir con nota.

Para ello se basta con el uso de unas voces en off como único apoyo. Estas al principio del espectáculo parecen más un recurso para salir al paso, pero a medida que avanza la obra se van integrando y convirtiéndose en un elemento más. Quizás estas voces en off del principio junto con una disposición escénica que no ayuda a las visibilidad de los audiovisuales y unos primeros minutos con un menor ritmo es de lo poco que se le puede reprochar al montaje.

A este texto se le suma una actuación a la altura, combinando una presencia y despliegue físico que llenan el escenario con una intimidad, ternura y humor que saben dónde y cómo golpear. Jesús salta, golpea, baila sobre el ring y de repente se para, se recoge y ríe, en un grandioso trabajo actoral

'Puños de harina' no es otra obra sobre Rukeli y el boxeo, es un montaje sobre la búsqueda de la dignidad siendo uno mismo, es un diálogo entre la lucha contra la intolerancia y contra el diferente que parece que nunca acaba, la intolerancia expresada con violencia y ejercida colectivamente como reacción al miedo a ser puestos en cuestión. Todo ello a través de un montaje sin fisuras en el que Jesús Torres, junto con su compañía El Aedo Teatro, se confirma como uno de los valores más sólidos de la escena teatral española.

BENJAMÍN JIMÉNEZ DE LA HOZ

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