Crítica de teatro.
`Èl Águila´. Colectivo Aves Migratorias de Madrid. Nave 73 (Madrid).
Los años 90 fueron los años de oro de la democracia, la
década donde, por fin, España entraba en la modernidad y podía codearse con
Europa. Parecía que la dictadura, los años de plomo y la reconversión
industrial impuesta a base de tanquetas y cargas policiales quedaban atrás. Era
la época en la que un ministro de González hablaba de que éramos el país donde
era más rápido hacerse rico y del “España va bien” del primer aznarato.
La
España del espectáculo que ya anunciaban las cadenas privadas que nacían al
comienzo de la época. La década que se iniciaba con la organización de la conferencia de paz en
Oriente Medio en Madrid a la vez que se enviaban tropas al Golfo y que
culminaba con los mundiales de Atletismo de Sevilla en 1999 tras pasar por el
éxtasis del 92 con la Expo, la capitalidad cultural y los Juegos Olímpicos. Que
la flecha que encendió el peletero fuese mentira y que Oriente Medio sea un
avispero y una masacre continua no impidió que entonces España dejase de ser
autopercibida como el país de improvisación y la chapuza. España era Europa.
Si la
película documental “El año del descubrimiento” ofreció la visión más amarga
del 92 triunfante a través de los acontecimientos y conflictos en Murcia por
las políticas de desindustrialización forzosa y sin modelo alternativo, ahora,
una obra de teatro documental viene a echar un poco de realidad sobre Sevilla y
su mundial.
“El Águila”,
el montaje del colectivo Aves Migratorias de Madrid, pone sobre el escenario
una línea que conecta directamente el Estadio Olímpico de La Cartuja con las
vallas de Ceuta y Melilla, la aparente contradicción entre el discurso
inaugural -con sus buenos deseos de concordia entre pueblos, unión de culturas
y solidaridad- y las reformas de las vallas en Ceuta y Melilla, la elevación de
su altura para convertir a España en una de las fronteras inquebrantables de
Europa.
Dirigidas,
o mejor dicho, coordinadas por José Antonio Villegas, seis actrices representan
indistintamente a personas migrantes que
pretenden saltar esas vallas y a pertiguistas, creando una metáfora y analogía
visual muy potente. En el escenario ni una palabra, solo un magnífico trabajo
físico y gestual que no solo completan las voces en off y las proyecciones que
informan al espectador, sino que comunican por sí mismas y tienen fuerza por sí
mismas.
El
espacio sonoro, además de informativo y como recurso para hacer avanzar la
historia, lo documental, también sirve para completar y reforzar a lo que vemos
en el escenario (en un viaje de ida y vuelta) y también como alivio cómico y
humorístico: el discurso bilingüe de inauguración de Carlos Herrera, veinte
años después y puesto en el contexto del montaje, es un ejercicio de humor
negro indiscutible, bufonada macabra, grotesca.
BENJAMÍN JIMÉNEZ DE LA HOZ.
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