Crítica literaria.
Austin, Bill, misivas y ellas.
Autor: Jacobo Bergareche.
Editorial: Libros del Asteroide.
Páginas: 184.
Jacobo Bergareche ha confeccionado una novela evocadora aunque un tanto reiterativa en ciertos instantes. Su estructura es sugerente al tratarse de dos cartas que se podrían considerar tramposas. Tramposas en la medida en la que el narrador en ocasiones recuerda que son escritas incluso para él mismo, porque dota a las misivas de datos que los propios interesados conocen a las mil maravillas. Evidentemente hay que aceptar ese pacto creativo para que la historia avance.
Luis es un periodista que, tras recibir un revés de su amante, se encuentra solo en Austin sin poder hacer nada de lo que fantaseó con su compañera de engaños e ilusiones. Para eso recurre a dos cartas en los que da rienda suelta a toda esa algarabía sentimental de reconocimientos y anhelos. La primera va dirigida a Camila, una arquitecta teórica que imparte clases en un seminario en Austin. Rememora su encuentro desayunando en uno de esos Breakfast tacos que los mexicanos detestan y en el que terminan bailando country disfrazados con falsos regalos lugareños. La carta es una reflexión repleta de una pulsión sentimental que puede rozar lo cursi, pero que compensa con elegancia narrativa.
En el momento en el que entra en juego el Harry Ramson Center, que es uno de los mayores archivos literarios del mundo, la narración sube enteros. En ese archivo, un curioso Luis, revolotea alrededor de las cartas de amor que William “Bill” Faulkner escribió a su amante Meta Carpenter -secretaria de Howard Hawks-. Luis en las cartas analiza algunas de las escritas por Faulkner para dar cabida a su sentir. Ese análisis es muy acertado y otorga vida a una trama que por momentos parece estancarse más que servir de desahogo a un interlocutor asfixiado en un sentir que agoniza. En esta primera epístola todo es pulsión, ilusión, añoranza, desafío y búsqueda. Esa amante mexicana a la que no volverá a ver ha dotado de sentido a una experiencia tan privada como desafiante. Para mayor deleite de Luis, el sentimiento es recíproco. Ninguno necesita hablar de sus vidas para saber que existen. La misiva avanza y el sentir del Faulkner también. Esas entradas o análisis de sentimientos ajenos siempre están muy bien rescatados para su efecto textual. Sin embargo, la trama de esos amantes que sonríen en Austin parece no avanzar. Es posible que no fuesen necesarias tantas páginas porque todo queda perfectamente reflejado sin tanto exceso.
La segunda carta tiene como destinataria a Paula, su mujer, la madre de sus tres hijos y ferviente admiradora de “Bill” Faulkner. También se dedica en esta ocasión a desentrañar una carta extraordinaria que le hace despertar de ese hastío en el que se ha convertido su vida marital. El güisqui y los puros como ayuda a la redacción siempre están presentes, al igual que la bebida acompañó a Faulkner en su escritura. Esa verborrea con la que desgrana la grisura de una convivencia rutinaria y exenta de días perfectos o de ilusiones contrasta con la primera parte de la novela. Escribir como desahogo, escribir de lo que no se habla, escribir sin obtener respuesta, escribir para que suceda algo. A eso emplaza el texto que remite a su mujer, a que ocurra algún acontecimiento distinto. Imagina un plan que no será, pero al menos lo imagina.
‘Los días perfectos’ es un notable texto al que una pequeña reducción le hubiese hecho tener mucha más fuerza. Bergareche es un buen escritor que ha sabido traer a la señorita Carpenter a escena para que su novela sea mejor.
IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ.
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