‘SEROTONINA’. Tan extraordinario e irreverente como machirulo -por momentos-.

 


Crítica literaria.

Serotonina’.

Autor: Michel Houellebecq.

Editorial: Anagrama.

Páginas: 282.

Año: 2019.

Traducción de Jaime Zulaika.

La última novela del siempre provocativo y casi siempre genial Michel Houellebecq vuelve a poner de manifiesto que es la figura más destacada de la narrativa francesa en la actualidad. ‘Serotonina’ es un salto de calidad si se atiende a su anterior puesta en largo y sitúa una historia que es capaz de abordar la realidad francesa mediante un proceso de descomposición humana progresiva y lacerante.

Florent tiene 46 años y ha llegado a un punto en su vida en el que todo es ya una losa inabarcable. Ese pasado es el que va destruyendo a un personaje perfectamente compuesto en todas sus aristas y en el que la autodestrucción lastra su lucha por una subsistencia cada vez más incómoda. Houellebecq consigue dar cabida a toda una sucesión de acontecimientos que van sucediendo con un ritmo extraordinario que viene marcado por un tempo interior que jamás se precipita o redunda. El manejo del lenguaje y de la escritura por parte del escritor de Saint-Pierre es prodigioso. Consigue enunciar la novela de un modo en el que el hastío parece hacerse dueño de la situación y radiografía la destrucción de una relación ya agotada y en gran parte humillante.

 Houellebecq juega y sitúa al protagonista con demasiados ecos a sí mismo, pero lo hace de un modo inteligente sin que el lector piense que el asunto va más allá de un juego muy alejado, todo conviene remarcarlo, de la autoficción. Las aventuras, los videos sexuales, la zoofilia y el asco son una parte importante del comienzo del texto, pero todo va más allá. El personaje huye de su cotidianidad sin apenas nada más que un portátil para instalarse en un hotel -para fumadores- y ahí recomponer lo que ha sido su vida hasta ese momento. No hay indulgencia alguna en ninguno de los aspectos. Define el amor para la mujer, para el hombre, sus diferencias y su modo de enfrentarse a él. La trama va adquiriendo matices cada vez más desoladores y el hecho de describir ese suicidio por amor de sus padres es altamente emotivo existiendo en el mismo eco a ‘Amor’ (2012) de Haneke.

El personaje se interroga continuamente sobre lo que es o lo que no es. “¿Era capaz de ser feliz en soledad? No lo creía ¿Era capaz de ser feliz en general? Creo que es la clase de preguntas que más vale no hacerse.” Florent no rehúye su forma de ser, sus crueldades y su concepción alarmantemente real de lo que en un período no muy lejano va a suceder. Su posición económica aventajada, su trabajo como funcionario acomodado y su independencia en cualquier aspecto vital no le son estimulantes en absoluto. El cortisol le condena a una muerte por pena y no hay modo de combatirla. No importa lo que se le recete -con el Captorix a la cabeza-pero ese peso de un pasado que él se encargó de destrozar es demasiado potente. No hay miras a un futuro que no interesa. Tan solo intentar recorrer aspectos del ayer como receta para fortalecer la autortura. La novela vuelve a virar y Florent viaje a ciertos reencuentros para citarse con alguna ex en situación casi tan calamitosa como la suya o a su supuesto mejor amigo en aquel castillo que ya es demasiado frío y solitario. Esto le sirve para enfrentarse a cuestiones beligerantes de una Francia cruenta como pueden ser las protestas de los agricultores contra las reformas agrarias de Macron. Esas escenas son descritas de un modo salvaje. Tampoco renuncia a tocar la pederastia y su manera de combatir a un pederasta repulsivo de una forma que puede hacer pensar en quién es más repulsivo de los dos.

El personaje nunca es salvado ni condenado. Su falta de esperanza es una constante. Los recuerdos de instantes felices y las constantes recreaciones de la amargura causada. Su punto de crueldad llega a ser alarmante cuando se dedica a espiar a su ex más significativa y al hijo de ella. ¿Será capaz de realizar lo que plantea? Es una pregunta que acompaña cada acción. Florent-Claude Labrouste es una pieza más en una sociedad en descomposición cuyo apetito sexual se ve mermado por ansiolíticos y la nula perspectiva de un futuro que ya apenas importa.

Houellebecq ha compuesto una novela extraordinaria en todos sus campos. Su brillantez es absoluta en esa huida del preciosismo vacuo en el que prima la añoranza a un romanticismo ya extinto.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ


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