`Sami
Blood´ ( Amanda Kernell. Suecia, 2016. 109 minutos).
¿Cómo
se han ido configurando las ‘modernas y avanzadas sociedades occidentales’ que
hoy disfrutamos (o padecemos)? ¿Sobre qué tipo de opresiones se han ido
construyendo? ¿Qué vigencia siguen teniendo hoy en día dichas violencias
estructurales (y, por ello, normalizadas) en nuestras realidades cotidianas?
¿Cuáles seguimos poniendo en práctica nosotr@s mismas, aún cuando ese ejercicio
va en nuestra contra? ¿Hasta qué punto la ‘romantización´ y folclorización de
lo oprimido no deja de ser otra forma de ejercer esa misma violencia?
Todas
esas cuestiones, entre otras, son las que aborda la directora Amanda Kernell en
Sami Blood, su premiada opera prima, realizada en 2016, a partir de una
narración que excava en la intrahistoria de Suecia, de la conformación de su
‘espíritu nacional’, levantado, en buena medida (y al igual que la mayoría de
los casos análogos), a partir de la asimilación, cuando no persecución, de los
pueblos originarios que habitaban el territorio. De la práctica de un racismo
institucional, en este caso, ejercido contra el pueblo sami, cada vez más sutil
en sus formas, pero que sigue vigente en la actualidad.
Durante
casi dos horas de una narrativa desarrollada sin estridencia alguna pero con
una tensión que nunca deja de palparse, Kernell nos presenta la historia de
Elle Marja (papel recreado, principalmente, por una interpretación descomunal,
sin fisura alguna de la también debutante aquí actriz Lene Cecilia Sparrok),
una joven sami que vive en la difícil, casi irresoluble a veces, dicotomía entre
el recuerdo de sus raíces y orígenes y su integración en una ‘sociedad nueva’
(la sueca de principios-mediados del siglo veinte) que surge no sin silenciar y
aplastar, en cierto modo, todo lo que se encuentra a su paso.
No
encontraremos, sin embargo, en la cinta ni un atisbo de idealización banal y
superflua de la idiosincrasia sami. Por el contrario, Kernell realiza un
retrato riguroso y pormenorizado de su realidad, de las contradicciones que
afronta, por entonces y a día de hoy, ante la aparición y la consolidación del
actual ‘estado-nación’ sueco y de su propio papel (ya sea impuesto o
autoasignado en ocasiones) en el proceso de asimilación que lleva décadas
sufriendo por parte de éste.
Nos
enfrenamos, en definitiva, a un claro ejemplo de muy buen cine. De un cine que
aborda varias de las cuestiones fundamentales para explicar y comprender cómo
hemos llegado hasta ‘aquí’, en qué tipo de sociedad vivimos y que no regatea lo
más mínimo a la hora de ahondar en el papel que han jugado (y juegan) las
opresiones de clase, raza y género, entre otras, en la conformación de las
mismas.
GERARDO GARCÍA RODRÍGUEZ.
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