CARMEN MARTÍNEZ PINEDA: "Me gusta escribir, pero odio lo que viene después. Los muchos después que vienen antes de publicar, todos los momentos interminables y agotadores que siguen a la palabra FIN"



 ENTREVISTA A CARMEN MARTÍNEZ PINEDA,  autora de `Hijos del pecado´. (2021).

Entrevista a Carmen Martínez Pineda


Carmen Martínez Pineda con ‘Hijos del pecado’ ha confeccionado una de las novelas más destacadas del pasado 2021. Su estilo original y fresco supone una manera ambiciosa y efectiva un hecho tan trabajado como es el abordar los entramados familiares. El motivo por el que este libro no esté situado en los lugares más destacados de las afamadas listas de mejores libros del 21 es un misterio y una tristeza. Un libro así merece un recorrido grande. ¿Qué buscan los distribuidores? ¿Por qué libros como ‘Hijos del pecado’ no ocupan el lugar que le corresponde? Se critica siempre que se publica demasiado pero cada vez se constata más que para ocupar un lugar destacado en la literatura no solo basta con escribir bien, publicar y ganar premios o quedar finalistas. Al final, la cultura va a ser otra cosa.


Me ha fascinado cómo has conseguido insertar tantas variantes en un texto de 295 páginas. Tengo la sensación de que has diseccionado el siglo XX , fundamentalmente de su segunda mitad. Podemos hablar de atisbos de novela tremendista pero la novela de los 60 está presente y por no decir tendencias más actuales. ¿Cómo lo hiciste?

 Supongo que nuestras lecturas y aprendizajes están siempre presentes en nuestras historias. Siempre que escribo tengo una idea previa, un bosquejo de lo que quiero relatar, pero apenas planifico el proceso de creación. Con ‘Hijos del pecado’ la composición ha sido más espontánea que la de cualquier otra cosa que haya escrito antes. He dejado que mis personajes se expresen, cambien, evolucionen y, en cierto modo, me guíen. Luego viene la labor de corrección, la más árida, y ahí sí que entra en juego la técnica narrativa. En esta fase sí me planteé que cada historia debía estar escrita con un registro diferente, con una estructura y un estilo que permitiera disociar las historias dentro de la uniformidad del relato y dar más autonomía a lo que se narraba. Quise que cada historia guardara relación con un estilo de contar propio del contexto histórico en el que se ubica. Por eso la narración de Ginés, un personaje que vive la transición del siglo XX al XXI, es más psicológica, y la de Juan Antonio o la de Concha, en la posguerra, entroncan más con el tremendismo, incluso con el  realismo social, por ejemplo. Eso sí fue algo deliberado, pero algo que perfilé después, cuando los personajes ya habían crecido.

Hay un manejo importante del diálogo y cómo se inserta en la narración. Tu trabajo a la hora de amoldarte a cada momento narrado es magnífico. Lo difícil que es en muchísimas ocasiones encontrarte con novelas bien dialogadas ¿Cómo te enfrentaste a ello?

 Si te soy franca, los diálogos son lo que menos planifico de mis novelas porque surgen de los propios personajes. Son ellos quienes hablan y se expresan conforme a sus instintos, ideas, prejuicios, circunstancias vitales. Como te decía al hablar de la composición de la novela, con los diálogos me ocurre algo parecido; primero dejo que mis personajes se expresen con libertad y, después, en el proceso de corrección, limo aquellas cosas que me chirrían, como que un chico demasiado joven se exprese con un academicismo rancio o que un personaje sin estudios, como la mayoría de mujeres de ‘Hijos del pecado’, hablen como catedráticas. Es algo que odio y que, lamentablemente, encuentro en muchísimas novelas.

En una estructura tan compleja en apariencia que no en el resultado- ¿Te dio miedo que el lector pudiese perderse en ese vaivén de años? ¿Lo decidiste al tener la idea o la misma fue sucediendo? ¿Escribiste las historias por separado y luego las fuiste ordenando una vez que las tenías todas?

 Escribí los capítulos casi en el mismo orden en que aparecen en la novela, tan solo tuve que reubicar algunos, muy pocos, y añadir o quitar otros que no encajaban. Lo cierto es que no me dio miedo mientras escribía porque sabía lo que quería contar: cuatro historias que, en realidad, son la misma historia. Porque todos los personajes repiten los mismos errores y frustraciones, los mismos sentimientos de culpa, idénticas traiciones. Todos los personajes de la familia son víctimas de la opresión social, de los tabúes, de la doble moral, de la incultura, de la imposición de unas reglas que les impiden ser libres. No quise seguir un orden cronológico para transmitir la idea de que el tiempo no avanza, de ese estancamiento que, en cierto modo, todavía vivimos. Muchas de las situaciones que narro en esta novela las viví como testigo directo en mi infancia y en mi adolescencia. La muerte de Vicente con la que arranca la novela, su asfixia y su agonía ante familiares que no lo ven, sucedió en mi vecindario en esa misma fecha que reflejo en la novela, casi en el siglo XXI. Hablo de situaciones que se producían, que aún se producen, en la España rural, de una incultura galopante que nos impide avanzar. Y eso, por desgracia, sigue siendo actualidad, por mucho que nos pese. La España de hoy no es tan distinta de la España de los años 30 o 40.

La familia en todo su esplendor a lo largo de generaciones. ¿Cómo surgió esa idea tan ambiciosa?

 No sé si en todo su esplendor o decadencia, pero la familia, o los personajes más emblemáticos de una familia, sí. En realidad, no he pretendido escribir una saga familiar, sino fijar la atención del lector en los momentos clave de la vida de cinco o seis personajes ligados por ese nexo, por el lazo de sangre. Por eso la historia se construye con capítulos que actúan como fogonazos o como instantáneas que sugieren mucho más. En esta novela me propuse contar menos e insinuar más. Cada vez me interesan menos las descripciones prolijas o los relatos detallados en los que se me cuente todo. Prefiero que los personajes se definan por medio de sus actos y palabras, crear al personaje y dejarlo vivir, como dijo Cervantes. Hay un símil de Cortázar que me encanta. Él comparó la novela con el cine y el relato con una fotografía; el cuento es como esa instantánea que esconde mucho más detrás. Yo creo que esta definición también puede aplicarse a la novela. Con ‘Hijos del pecado’ he querido mostrar (no contar) una serie de vidas por medio de instantes decisivos para que el lector llene los huecos.

El erotismo es brillante. Está trabajado de una manera tan delicada y fantástica. Me gustaría saber cómo lo abordaste.  El personaje de Concha es magnífico con millones de matices. Personalmente considero que se podría hacer con él un decálogo de historias.

 El erotismo, como el amor o la pasión, es algo fundamental, un motor de la vida. Siempre que escribo una escena de amor el erotismo aflora de forma natural. No concibo el amor sin la pasión, sin el componente sensual, sexual incluso. Para ello visualizo la escena. Tengo que ver a los personajes, meterme en su piel, sentir lo que ellos sienten en ese instante y después busco esa imagen que con muy pocas palabras transmita la sensación precisa. Prefiero una metáfora muy plástica que una sucesión de adjetivos para describir la escena. Antes abusaba de la adjetivación y las pocas veces que he releído algo mío me sonrojo. Recurrir a descripciones largas y tediosas es como vomitar palabras que te empachan, porque en definitiva no transmiten la esencia del momento.

Respecto a Concha, me alegra que lo veas así porque para mí es el alma de la novela. Irrumpió en mi novela cuando yo llevaba unas 40 páginas escritas y empezaba a tener serias dudas sobre la historia, en ese momento en el que te planteas si seguir o dar carpetazo a eso que tienes entre manos. Y fue como una revelación, un hallazgo inesperado y delicioso. Porque Concha nació por sí sola. Yo lo tenía pensado como un personaje más, pero se impuso sobre el resto (junto a su hija Candela, otro alumbramiento inesperado) y se hizo con la novela. Hay un capítulo decisivo en el que Concha adquiere el carácter definitivo que tendrá hasta el final, se titula ‘La verbena’; ahí nace la verdadera Concha, una mujer vapuleada por la vida, obligada a madurar siendo muy niña, una mujer sensual, pero también ácida, sarcástica. Cuando escribía (o transcribía porque ella me dictaba) sus diálogos yo misma me reía con sus ocurrencias. Concha, también Candela, me hablaban a mí. Y todo ocurrió a partir de ese capítulo providencial de ‘La verbena’ que me permitió sacar a flote este proyecto.

‘La verbena’ es un capítulo excepcional. Adentrándonos en los personajes: su planificación denota un cuidado extremo. Son muchísimos y todos estás perfectamente descritos. No hay aristas. ¿Hiciste un trabajo previo y preventivo demasiado exhaustivo para no dejar hilos sueltos en sus comportamientos?

 Creo que te he respondido ya. Apenas planifico mis personajes, solo trazo esbozos, y dejo que ellos vuelen. Con algunos personajes he trabajado más, me he tenido que documentar sobre sus vivencias. Es el caso de Juan Antonio, que, como su pareja, Fuensanta, son totalmente ficticios. Para crear el personaje de Juan Antonio me documenté sobre el campo de concentración de Albatera y sobre la guerrilla antifranquista. Con Fuensanta también leí sobre la persecución del régimen franquista a maestros republicanos y accedí a algunos expedientes disciplinarios. No obstante, la mayoría de personajes surgen de personas muy próximas a mí con las que he jugado a fabular situaciones que o bien se produjeron en parte o simplemente pudieron haber sucedido. Tal vez por eso desprenden tanta verosimilitud porque hay mucho de personas reales en ellos, de vivencias que me han tocado muy de cerca.




El resultado en cierta manera es muy cinematográfico. Esos flashbacks, esos capítulos. Casi podría ser una serie. ¿Contemplas la posibilidad de que se adapte?

 Ojalá. Pero tú mejor que yo, por tu dilatada experiencia como cineasta, como gran director y guionista que eres, sabes lo difícil que eso es. Difícil, no, inaccesible, algo totalmente inalcanzable para mí. De momento, me conformo con escribir y con publicar algo de lo que escribo sin tener que endeudarme para ello.

¿Qué influencia considerarías que ha sido para ti la más relevante para “componer” la partitura de ‘Hijos del pecado’?

 Como te he comentado antes, hay influencias que ni siquiera eres consciente de tener mientras escribes, que incluso descubres al releer. En la corrección de la novela, yo vi muy presente la huella de Delibes, sobre todo de ‘Cinco horas con Mario’, en los monólogos de Candela, también de la novela del realismo social. Creo que, sin darme cuenta, Lorca está siempre presente en mis personajes, en su pasión, en su visceralidad, en esa represión social que les impide ser libres. Hay muchos otros autores que me encantan que supongo que habrán contribuido a ser lo que soy, a que escriba con mi estilo, pero que tal vez no detecto en esta novela.

‘Hijos del pecado’ ha sido finalista de la XVII Bienal de Novela José Eustasio Rivera y una de las tres finalistas del Premio Iberoamericano Verbum de novela. ¿Sirvió para que la novela se publicase?

 Estoy convencida de que obtener una distinción, aunque sea la de finalista, siempre ayuda a que el manuscrito de una autora desconocida sea leído y considerado por un comité de lectura. Mi anterior novela, ‘El aval’, también quedó dos veces finalista y tuve varias ofertas editoriales. Por eso decidí presentar esta a concurso, con la única aspiración de ser finalista. También lo dijo Cervantes en ‘El Quijote’, donde dejó escrito casi todo lo que merece ser leído.

Como autora ya con una trayectoria bastante sólida. ¿Ves ahora más fácil publicar?

No, en absoluto. De hecho, es lo que más me desmoraliza: tener que empezar de cero una y otra vez. Porque, en definitiva, las editoriales son empresas que buscan una rentabilidad a su producto y si no vendes, nada. ¿Y cómo vendes cuando no escribes romántica ni policíaca ni acción, cuando no tienes cien mil seguidores en redes sociales, ni sabes hacer un Tik Tok? Si ni siquiera soy capaz de escribir una historia con su planteamiento, su nudo y su desenlace y sus descripciones realistas y su orden cronológico tradicional, por favor. Así es imposible llegar para quedarse, ¿no crees?

Sin duda, estoy de acuerdo. Se publica un libro, de acuerdo ¿y el después?

 Buena pregunta. Lástima que no tenga una respuesta para esta. Porque después llega la soledad del neófito. Te ves en un mercado que no es el tuyo tratando de hacer cosas que no sabes ni quieres  hacer, como promocionarte en redes. Es horrible. Yo siento que todos escupimos al cielo nuestra publicidad y ya sabes lo que ocurre cuando escupes al cielo. Es imposible que tu voz se escuche porque nadie te oye. Si no hay un grupo editorial potente que te respalde, ¿quién te va a conocer? Y si no te conocen, ¿quién va a comprar tu libro? Y si no vendes tu libro, ¿qué editorial te va a publicar de nuevo?

¿Qué estás escribiendo?

 Nada. De hecho, no sé si volveré a escribir. De momento, he decidido darme un tiempo que ya se ha prolongado más de un año. Estoy cansada de llamar a puertas cerradas, de invertir mi tiempo en algo que no sé si merece la pena. Me gusta escribir, pero odio lo que viene después. Los muchos después que vienen antes de publicar, todos los momentos interminables y agotadores que siguen a la palabra FIN: horas y horas de corrección, porque nunca estás satisfecho con lo que has escrito, la inseguridad, la relectura de tus fuentes de documentación para comprobar fechas, datos, situaciones; y peor aún es el después de buscar salida para el manuscrito: concursos amañados donde sabes que no ganarás, editoriales que sabes que no te leerán o que te leerán y te rechazarán, el después de la espera, el después de la decepción ante cada rechazo. Y cuando al fin llega la publicación, tampoco acaba el después porque entonces comienza una promoción que es imposible con los exiguos recursos que tienes. Tengo una novela terminada, ‘Muñecos de barro’, que resultó finalista hace unos meses en el III Concurso Martín Fierro de Denuncia Social y ni siquiera tengo la certeza de que la publique. No he tenido valor de dársela a mi editor porque temo que no quiera publicarla. Y hay un proyecto aún más ambicioso que ‘Hijos del pecado’ que ha naufragado varias veces y que no sé si seré capaz de concluir. Ya veré. Así está mi ánimo ahora mismo. De momento, me centro en escribir la otra historia que a menudo aparco cuando escribo. La vida es demasiado corta para que otros la escriban por ti.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ


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1 Comentarios

  1. Tiene mucha razón. Lo que viene después de publicar es a veces desolador.

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