'VANIA X VANIA'. VANIA EN VODEVIL X 2


'Vania x Vania'.

Autor y director: Pablo Remón sobre la obra de Anton Chéjov ‘Tío Vania. 

Teatro: Naves del Matadero.


La premisa -sobre papel- de Pablo Remón era sugerente. Realizar dos aproximaciones al texto de Chejov con anunciadas variaciones era algo que podría encajar en un estamento, el Centro Dramático Nacional, que peca de no escoger nada ni muy trabajado ni muy diferente, eso sí, con rostros muy conocidos. Lamentablemente, el resultado ha sido un mero espejismo del propósito. 

‘Vania (versión 1)’ es una propuesta con reminiscencias a las que viene realizando en los últimos tiempo -con excepción de la 1º parte de 2666- Àlex Rigola. Escenario desnudo, sillas, parlamentos. No hay objetos, iluminación que resalta el monólogo y unas flores que caen del cielo, momento disonante en la propuesta, pero cuando llega el mismo, el espectador ya es consciente de que este Vania es otra cosa. Se ofrece ligereza en el texto, hecho que siempre puede ser bienvenido, pero el mismo se entorpece debido a la abundancia de chascarrillos y excesos. El texto de Chejov permite muchas variantes porque su solidez no ofrece alguna. Las opciones elegidas por Remón para su distorsión y encajar el humor ofrecen más interrogantes que hallazgos.

La versión 1 y la 2 no se diferencian más allá de la escenografía y de algunas frases. El resto es igual. ¿Cuál es el objetivo de la versión 2? En realidad, es un tanto incomprensible. Dos casas, una al modo “ruso” otra en plan “manchego” -porque lo dicen- y poco más. Pero eso, aparte de una cuestión visual o de llamar la atención no tienen sentido en la propuesta más allá de un divertimento presupuestario. Todo parece entroncar más como un homenaje a ‘La última noche de Boris Grushenko’ pero sin llegar tan lejos y sin continuidad. Los diálogos salvo pocas frases son similares. El humor está muy cercano al de sitcom televisiva. Los actores, en esas exageraciones se sienten cómodos. 

Quizá hubiese sido más interesante cambiar los roles de los actores en ambos montajes para que todo no sonase tan similar. Hay un juego más orientado a la gracieta fácil que al propio texto. La parte final se alarga en ambos montajes de forma inexplicable. En lo que respecta al reparto, la voz cantante la lleva un Javier Cámara que ejerce de maestro de ceremonias aportando una interpretación con los mismos matices que ha podido desarrollar en ‘7 vidas’ o en ‘Truman’, sin aportar más allá de los trucos a los que recurre y le funcionan. Israel Elejalde tampoco sale airoso de su doctor, ese don Juan descreído. Hay una apuesta por la sobreactuación que busca el chiste fácil y tienen en el papel del profesor/académico encarnado por Juan Codina su aliado más cordial. Algo que aporta poco. No llega a ser ni trágico ni cómico. El exceso es una premisa en ambas funciones para acariciar cierto despropósito. Es el trío de mujeres las que mejores aguantan el tipo. Marta Nieto compone una Elena que en ocasiones queda desdibujada, pero que tiene momentos correctos. Manuela Paso es capaz de aportar más cosas y sí ofrece más cambio entre los dos montajes. En ella se dan cita varios personajes y mantiene la pulsión. La enamoradiza sobrina encarnada por Marina Salas ofrece más particularidades, pero también cae presa de un texto que poco aporta con respecto a la anterior versión. 

En una de las notas del director en el que justifica el doble montaje, señala: “Cuando veo un espectáculo mío, siempre quiero volver a montarlo. Si hubiera tomado esta decisión en lugar de aquella, si hubiéramos ido por este camino en lugar de aquel”. Esto no se aprecia más que en algún momento. El experimento ha resultado ser en una intención apoyada por la escenografía y el vestuario. El resto ofrece poco. 


IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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