¡POR FIN EL CDN APUESTA DE VERDAD! Y GANA


'Los gatos mueres como las personas'.

Dramaturgia y director: Dan Jemmett.

Teatro Valle-Inclán (Sala grande).

El teatro que dirige Dan Jemmett siempre interroga y nunca se instala en lo cómodo.  ‘Los gatos mueren como las personas’ es un espectáculo excelente, una propuesta que juega en diferentes variantes sin caer en ninguna dulcificación y siempre poniendo en aprietos al espectador. ¿Por qué se tiene la manía de perseguir el confort en el teatro?  Este espectáculo remueve, pero es tan preciso y milimétrico que fascina en su manejo de un tempo que continuamente comunica. La osadía de Jemmett es ilustrativa al reunir a Müller y Fassbinder en el mismo juego y saber cómo ponerlos en liza.  

Ya era hora que se hiciera una apuesta por algo que huyese de ese pretendido bienestar que viene apestando, en el que todo es tan educado y correcto que parecen dramaturgias pertenecientes a una ciencia ficción idealista. La propuesta es osada y está planteada de maravilla dentro de ese abanico de interrogantes que no paran de surgir. No es un espectáculo sencillo si se busca una coherencia mascada. Ni siquiera es inteligente intentar encasillar este montaje dentro de una catalogación ¿en cuál? Puede ser algo performativo, una pieza de arte, un espectáculo teatral u cualquier otro paradigma cultural. ¿Podría estar este montaje expuesto en un museo? Por supuesto. Albert Serra expuso la versión de su película, ‘La muerte de Luis XIV’, a la que tituló ‘Roi Soleil’. También, el Museo Reina Sofía acogió su instalación ‘Personalien’. ¿Por qué no la obra que ha dirigido Jemmett? 


La propuesta va un paso más allá de poner sobre las tablas un conglomerado que conjugue ‘Cuarteto’ de Heiner Müller y ‘Atención a esa prostituta tan querida’ de Rainer Werner Fassbinder. Se trata de crear a partir de ciertos lugares para explorar otros. Ambas piezas dialogan en su vanguardismo porque ambas partes están inteligentemente unidas. Todo está amparado bajo una escenografía que recuerda a la empleada en aquel primoroso montaje que realizó el director británico en la Abadía sobre ‘El burlador de Sevilla’ en el 2008. Se evoca a un bar de otra época, con sus cortinas, sus bebidas, sus taburetes, las sillas y esos colores que remontan a un momento o no. Los actores van haciendo su aparición. Los movimientos siempre tranquilos, no hay prisas, solo ser, estar, encontrarse y todo ello bajo la solicitud de la bebida ¡Cubalibre!, tal y como hacían en la película de Fassbinder. 

Esos actores de la primera parte están inmersos en una de esas extrañas pausas que pueden suceder, ya sea en un rodaje de cine -como en la película- o en un montaje teatral -la obra-. La pieza por la que se refugian en ese bar está dirigida por un colérico, pero emblemático director, al que su equipo parece entender y no tener en cuenta sus salidas de tono. Ese montaje por el que esperan y por el que no desesperan puede ser ‘Cuarteto’. También, el personaje de Heiner Müller, interpretado por un carismático Clemente García, es un voyeur del instante. Observa en un silencio creativo para tomar notas de lo que puede ser su obra -la de después- o no. Él está y se comporta de forma empática con su cuaderno, su boli, su botella y su silencio. Ni siquiera bebe de donde lo hace el resto, él tiene su botella, su vaso y su ritmo. Observa y es o no, su mirada la que se verá en la segunda parte de la obra.

Los actores, en ocasiones se mueven como marionetas porque la propuesta posee un elemento de juego muy sugerente. Se podría señalar que existe una intencionalidad, en momentos, de soltar migas de pan al espectador para siga determinados conflictos y de forma abrupta desubicarle. ¿Por qué no puede estar planteado un juego de encuentros y desencuentros? Es un error tratar de adentrarse en el espectáculo como algo que haya que seguir por esos cánones -a veces muy pesados- de la narratividad. Es placentero rastrear este tratado de deshumanización en el que el horror está presente, pero también lo están: el sexo, el exceso, la pantomima, la creación, las notas, la disrupción, la altanería, la sumisión, la seducción, el caos, la muerte, la escritura, la bebida, el romance y la humillación, por citar solo algunos. 

La espera por un montaje, la música -excelente siempre-, los gritos de ese andrógino director, los celos, más cubalibres, más posturas, más movimientos milimétricos y mientras tanto, los silencios y la sombra de Laclos, entonada por Müller y ejecutada con inteligencia por Dan Jemmett. Los roles sexuales que se exponen en la segunda parte del montaje, ya habían sido enunciados en la parte primera - ¿acaso es que son dos partes?- parecen homenajearse en un juego con mucho sentido. Estos roles tienen su momento más afilado, despiadado y humorístico en el dueto compuesto por José Luis Alcobendas y Valérie Crouzet.  Es importante esa propuesta de experimentación que se propone dramatúrgica e interpretativamente en esta segunda parte. Jemmet ralentiza sin miedo al silencio, ni al exceso ni a lo presumiblemente arrítmico. 


Müller expone o el autor, o ese observador que recita un monólogo que imprime un ritmo distinto y que vuelve a situar al espectador en otro lugar. El empleo del vídeo es muy sugerente y enfatiza uno de los postulados que están en la obra y que no es otro que la muerte del autor. El momento del vídeo aporta o puede hacerlo, la velocidad de su pensamiento y todo lo que es, además la escatología entra en juego porque es parte también de ese escritor que fuma, escribe, bebe y observa. ¿Es la muerte del autor de Roland Barthes o la muerte del sujeto que indicaba Fredric Jameson? ¿Acaso no es todo ficción en un discurso? ¿Acaso importa esto en el espectáculo? Los personajes, emulando nuevamente a Barthes parecen fracasar siempre al hablar de lo que aman.

La iluminación es correcta, aunque el montaje en sí hubiese permitido más juegos con la luz. El trabajo de dirección y de interpretación es magnífico en sus diferentes tonos y ritmos. ‘Los gatos mueren como las personas’ transita por muchos lugares en los que lo mismo se bebe un cubalibre, que se escribe, que hay sangre o que existe una crucifixión en una máquina de discos. ¡No se lo pierdan! 


IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ



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