EL SOL Y LAS ESTRELLAS

 





'El sol y las estrellas'

Autora: Raquel Lanseros.

Editorial: Visor.

Páginas: 60.

Año: 2024

XXVI Premio de Poesía Generación del 27


Convergencia amorosa

(…)

el sol no existiría

ni las otras estrellas.

Con la escritura de estos dos últimos versos, Raquel Lanseros pone fin a un cúmulo de poemas cuya estructura circular te absorbe dentro de su esfera emocional. 

Con todo un juego verbal, la autora de este poemario pone de manifiesto la importancia de la confianza, cuyo significado yace escondido en las distintas formas del verbo «creer», en su primer poema “Oda a la creencia”. Esta composición, aunque no lo parezca, es el inicio de la pérdida: «(…) nada quisiera más que creer de nuevo, / ligero el corazón de descreimiento, / como solo se cree antes de haber creído». Empezar a creer no es sino la carrera a contrarreloj en la pérdida de la confianza o, dicho de otra manera, “Lo llaman desencanto”. 

Quizá haya un hilo conductor que hilvane cada poema que compone este poemario, y ese hilo no es otro que el sentimiento del amor: aquél que, según Dante Alighieri y la propia autora, mueve «el sol y las otras estrellas», astros que recoge el título de este libro. El segundo poema de Lanseros, “ADN”, lo deja bastante claro y, de manera simbólica, también podría hacer referencia a otro tipo de amor más permanente.

En un comienzo, este sentimiento del amor podría comprenderse como simple amor entre dos personas, pero la autora lo lleva a un nivel más imperecedero cuando lo atrae al terreno maternal en su poema “Madre” y, más adelante, en “Última llamada”. Es curioso este último poema, ya que en sus versos («¡Si supiera mi nombre! / Si lograra saber cómo me llaman / cómo juntan las sílabas y dicen / y al decir me recrean / me impulsan hacia fuera. // Mi destino es mi nombre. / Viviré en sus fonemas / viviré mientras alguien me pronuncie (…)») existe cierto eco a Luis Cernuda y al deseo de pronunciar el nombre amado. Al mismo tiempo, podría hacer referencia al amor abnegado de una madre, que está ahí siempre que pronuncias su nombre. 

«(…) ¿Se abrazan los antónimos? / ¿Puede un sueño ser roca y azucena? / La poesía lo presiente. / Lo atestigua el galope de los astros. / El sexo de mi amado lo evidencia». Estos versos procedentes de “Fascinus” (el mismo título del poema ya da una clara imagen del tema) son uno de los varios ejemplos que se pueden extraer del poemario en los que el sentimiento amoroso es cómplice de las musas: la inspiración que da a luz a estos versos y, por lo tanto, lo que alimenta a la voz poética, que se ve obligada a escribirse, es la visualización de un falo masculino. Como este, hay algún otro poema que nos lleva de la mano del erotismo, tal como “Joie de vivre”: «(…) Ambiciono incesantemente / el torrente de sangre que te nutre / las fibras de tus músculos / contraídas / dilatadas / el aire que despiden tus pulmones / para construir tu voz / tu piel regenerándose sin tregua / impermiabilizándote / el esponjoso tacto de tu glande / los jugos de tu páncreas (…)». Como se puede apreciar, la lectura de estos versos te absorbe por completo, sin pausas, en la visualización de sus imágenes; lo cual, de una manera muy formal, puede conducir a la excitación porque, como expresa su autora, «(…) El sentido final / la razón última / no se alcanza a saber / solo se siente».

En una primera lectura, aparte del amor, quizá esté presente la muerte en varios de los poemas. Un claro ejemplo podría ser “Obituario”: de manera metafórica, la voz poética expresa que su corazón ha muerto; esta muerte parece ser un símbolo del desamor. «(…) Déjame que te abrace contra el pecho / soñar por un instante que me habitas. / (…) ¡Pero me duele tanto / vivir sin corazón!». Estos versos muestran de manera clara la muerte del amor propio y, por ende, del amor hacia otro ser. “Me invito a cenar” es un grito en respuesta a esa primera muerte, la cual podría interpretarse como la negación del pasado; «que esté viva / y me acepte» es la declaración del deseo de que la voz poética pueda aceptarse, tanto a sí misma actualmente, como en el pasado. “Ese maldito día que exijo no vivir” es el título de un poema que atañe de cerca la llegada de la muerte, pero esta vez de manera física: «(…) Ese día futuro que odio y temo / un día que son años y son largos / cuando tú ya no estés / en el mundo / mamá». Con el último verso nos lleva de nuevo a esa concepción del amor abnegado y permanente que se mencionaba con anterioridad. 



Es curioso que antes del último poema citado, el lector se encuentre con una muestra de prosa poética bajo el título “El secreto de los ángeles”. Las palabras que encarnan este único párrafo siguen llevando al lector en volandas hacia el amor y quizá sin pretenderlo nos conduce al Himno de la caridad (1ª Corintios 13, 1 – 13) cuya concepción del amor no tiene limitaciones. Los ángeles que dan título a la prosa, aparte de hacer referencia a lo trascendental, son la personificación del amor en el mundo terrenal y «(…) Ellos y su secreto saben todos los nombres. (…) Los nombres que tendrán quienes merezcan el secreto algún día y vuelvan a ser ángeles». Aquí, la voz narradora pone de manifiesto que la experiencia de vivir y lo que se haga con dicha experiencia puede convertirse en el catalizador para la adquisición de ese amor sin limitaciones. Esto último conduce a uno de los primeros poemas del libro, pero no menos importante, ya que encierra un tipo de amor que va más allá de la carne y los huesos y «que solo ven los sabios y los niños»: “El todopoderoso”.

Haciendo memoria en la lectura, las diferentes concepciones del sentimiento del amor (amor carnal, amor maternal, amor trascendental o de Dios) van haciendo camino, tal y como dijera en tiempo pasado Antonio Machado, hasta llegar a una mejor comprensión, quizá un poco más global, como se deja ver en “Esta inmensa trama”, del sentir. Bajo el título “Cobarde y animosa” se dejan llevar versos que encadenan esas distintas concepciones del amor: «Quién hubiera podido estar presente / en tu primer temblor (…) tu remolino puro sobre el mío. (…) déjame imaginar que en luna nueva / acabamos de estrenar el principio / que nunca hemos llorado / que sea la luz decimos / y la luz es».  

«No puedo recordar mis primeras palabras / ni puedo sospechar cuáles serán las últimas. / (…) ¿Tendrán sentido o serán ceniza? / ¿Las escuchará alguien?». Con la sentencia de estos versos, Lanseros lanza una incógnita al lector cuya respuesta se encuentra en las propias palabras. El poema “Discurso de clausura” es uno de los ejemplos que se pueden encontrar cuyos ecos de los Siglos de Oro todavía se oyen. No obstante, si se quiere un ejemplo aún más claro, está “Desprendimiento” que no es sino otra llamada al erotismo sentenciado al desencanto. 

¿Quiénes son los que aman? Los que aman son amantes: llevan a la acción el verbo «amar» y así queda claro en el último poema de este poemario, “Lloraban los amantes”. Ya se trata de una convergencia entre todas las acepciones posibles de «amar». Ni siquiera la muerte, que se lo lleva todo, puede llevarse las lágrimas de estos amantes: pues, sin ellas, «no existiría el amor / ni tú ni yo ni el llanto / el sol no existiría / ni las otras estrellas».

Este recorrido poético en el que cada poema es una bifurcación del sendero que va transitando el lector, acaba convergiendo en una sinestesia cuanto menos curiosa: los versos resuenan en el interior con una voz perfectamente legible y palpable que, además, va cambiando sus matices; en una primera lectura, la interpretación puede ir hacia una emoción concreta, mientras que, quizá, en una segunda… la emoción que absorba la interpretación sea otra muy distinta. Esta es la magia que se esconde en el interior de la voz poética: la sorpresa. 

«Yo sueño que abrazo el mar / el mar sueña que me abraza» quizá sea un grito ahogándose. Tal vez, esta convergencia amorosa recogida en este libro simbolice, en cierto sentido, una llamada a la esperanza.


ROCÍO GÓMEZ SOLDEVILLA

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