‘HAMLET’
Autor: William Shakespeare
Dirección: Declan Donellan.
Teatro: Canal. Sala Verde.
Pentru Chariuska
Que Declan Donellan maneje a Shakespeare de maravilla, no es algo que se descubra ahora. Lo apasionante, en esta tercera aventura suya con el príncipe danés -la otras fueron en Inglaterra, con su compañía Cheek by Jowl en el 1990 y en 2015 para el Ballet Bolshoi- es la agilidad que ha mostrado en la velocidades de la acción textual. Todo cobra vida con la compañía rumana Teatrul Naţional Marin Sorescu y el resultado es excelente. Lo primero a tener en cuenta es la inteligencia con la que se enfrenta Donellan al texto del bardo. Cierto es, que los textos brillantes pueden acortarse, cambiarse de lugar y demás diabluras, que la obra no se resiente. Esa agilidad textual -no hay que olvidar que el texto íntegro son cuatro horas- es similar a la que mostró Peter Brook en su fascinante ‘The Tragedy of Hamlet’ (2001).
Todo comienza directo en esa disposición escénica con sillas y un pasillo estrecho e inmaculado. Donellan tiene muy claro el objetivo de la obra que no es otro que el que Hamlet descubra o asuma que muere. Para ello, el personaje va a atravesando fases. Lo que en un principio podría parecer que se aborda una obra sobre la venganza, transita por otros caminos, porque la realidad, es que, dentro de la venganza, Hamlet no hace nada porque no puede. La muerte es el eje que cruza entre todo el entramado. Eso se pone de manifiesto en los momentos en los que un personaje muere, ya no sale de escena. Ese detalle, aporta vida al montaje y curiosamente engrandece el movimiento de los actores, principalmente el de una Ofelia transformada en muñeca de trapo.
Los tres primeros actos de Hamlet son el centro de todo, el cuarto y quinto van a otra velocidad. Un thriller existencial permuta a una obra reflexiva en la que todo se entona a otra velocidad. Son en estos tres primeros actos en los que Donallan entreteje esa marisma de movimientos, gritos, nostalgias, aullidos, dolor, miedo y terror. Los encuentros de Hamlet con su padre son el enfrentamiento de dos épocas, ese hombre, el padre, guerrero, y el hijo, humanista. Hay cierta crueldad del Hamlet padre en lo que solicita a su hijo y cómo es llevado a cabo por un hijo que, por instantes, parece no ser él. La propuesta de Donellan lleva un poco al exceso los desvaríos del príncipe en el primer tercio, pero cobra su sentido, porque de ese modo, el personaje se va humanizando.
Todo fluye en este juego de idas y venidas. El reparto es excelente y dota magia e integridad escénica. Se escuchan, se sienten, se odian, se aman, se humillan. ¿Qué siente Claudio por Gertrudis? El juego planteado en las edades entra de pleno. Ese fantasma mayor, su hermano, mucho más joven, esa reina madura con personalidad arrolladora, ese Polonio que es un trasunto del Pingüino -universo Batman- van y vienen en unos parlamentos ágiles. Hay velocidad pero no aceleración ni prisa. Todo se mantiene en un tempo aterrador. No importa conocer el desenlace, consigue introducir esa tensión que se une al desvarío de un Hamlet que duda pero que ama y se decepciona.
La aparición de los enterradores, como payasos cercanos al Joker, es uno de los mayores logros de la función. Eso forma parte del cuarto acto y Donellan imprime un ritmo que el texto no posee. Ese es otro tema. ¿Qué le sucede a Hamlet cuando va a Inglaterra? Puede que falte parte de la obra que se recopiló para el First Folio, por ello, Donellan invierte un cambio en el espectáculo y el mismo se sostiene. Ya no existe la ferocidad inicial, ya hay dolor, de otra manera, pero no ansia de venganza. ¿Dónde se ha ido la misma? ¿Dónde quedan los impulsos de Hamlet?
La parte final del espectáculo es una obra de arte que homenajea al cine mudo. “El resto es silencio”, lo anticipa Hamlet con toda la intención y lo cumple. El espacio creado por Nick Ormerod es tan práctico como atrayente, al igual que la música. No es necesario nada más en este todo que es ‘Hamlet’.
IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ
0 Comentarios