APOGEO. RESIDENCIA EN LA VIDA




 Crítica Literaria

‘Apogeo’ 

Autora: Gioconda Belli.

Editorial: Visor.

Páginas: 120.

Año:2009.

«Hoy me siento como árbol

que se supiera mujer.

Alta, fuerte, bien vivida,

y en plena madurez».

Así termina “Plenitud”, el primer poema de este libro, con el que ya se da una clara idea de lo intensa y potente que pretende ser la voz poética, y no solo en estos versos, sino a lo largo de todo el libro. «Aprendí que las derrotas / cicatrizan como heridas / y que se vuelve a la lucha / si se retoman las bridas». En estos cuatro versos, también pertenecientes a este primer poema, Belli reconoce que sufrir forma parte de vivir y que la propia acción de ‘vivir’ por uno mismo significa adentrarse en un campo de batalla del que todavía no se sabe si se saldrá victorioso. Sin embargo, la voz poética expresa que la propia experiencia vivida es la que curte y hace crecer, independientemente del sufrimiento: «He florecido en la espuma / regada por la pasión, / por el semen generoso de la vida / y el dolor».

A lo largo de este APOGEO, el lector puede encontrarse una serie de títulos que se bifurcan por la senda del erotismo.  Poemas como “Mujer irredenta” («(…) cuánta delicia esconden los cuerpos otoñales / cuánta humedad, cuánto humus / cuánto fulgor de oro oculta el follaje del bosque / donde la tierra fértil / se ha nutrido de tiempo»), “Placeres secretos” («¡Ah! ¡Si pudiera alimentarme tan sólo de sorbete! / Altos conos de dulces hielos / donde mi lengua hurga el tenue sabor (…)»), “Contradicciones” («(…) me asombra el inesperado deseo / de un beso / leve / sobre la pierna»), “Receta de varón” («(…) habrá de conservar, / (…) todas aquellas cosas / galantes, fuertes, acogedoras, / que, a pesar de todos los pesares, / lo mantienen sólidamente anclado, / en el profundo, incansable mar, / de las hembras»), “Boca de mujer” («Cuando una mujer abre la boca / su lengua se empeña en lamer la dureza / (…) o el sexo del hombre hasta derretirlo / y enjugarlo de sal, / hasta limpiarlo de su ímpetu / y dejarlo palpitante y lánguido entre los dientes»), “Amor de frutas” («Déjame rodar manzanas en tu sexo, / néctares de mango, / carne de fresas: / tu cuerpo son todas las frutas»), “Invitación feminista” («(…) Te convoco a los cráteres / de mi geografía. / Ven. / Despójate de temores. / Apacienta rebaños / en mis colinas»), “Discreta cotidianidad” («(…) Quién diría que nos despeinamos sobre la almohada / que gemimos y ondulamos como serpientes»). Estos títulos son un ejemplo de ese erotismo más gráfico, penetrante y presente, en cierto sentido, ya que la manera en la que está expresado en los versos acaba intensificándose hasta transportar al lector a ese estado de excitación. 

Incluso, en “Nueva teoría sobre el Big Bang” Belli hace uso de la ironía de una manera muy curiosa al expresar que «el Big Bang fue el orgasmo primigenio. / Orgasmo de los Dioses amándose en la Nada». Los últimos versos de este poema son aún más reveladores, ya que pretende emplear las olvidadas onomatopeyas para representar de una manera más sonora el proceso y el clímax: «(…) Las campanas a lo lejos, / Bing, bang, Bing, bang, Bing, bang, / BIG BANG».

Continuando con la línea erótica, el lector se encuentra con “Camerata”, una clarísima alusión a la representación de un concierto a manos del director de una orquesta: en este escenario, los instrumentos —con sus subidas y bajadas de tono— podrían simbolizar la fuerza y la intensidad en el acto del coito. Incluso, irónicamente, cuando la voz poética expresa «despéinate conduciendo la orquesta» remite a esa misma imagen de un director de orquesta experimentando con pasión esos momentos de clímax dentro del concierto. Es una metáfora muy sutil que podría pasar desapercibida dentro de este plano erótico del que Belli saca consciencia. 

«¡Calla, mujer! —me ordenan— / No nos aburras más con tu lujuria / Vete a la habitación / Desnúdate / Haz lo que quieras / Pero calla / No lo pregones a los cuatro vientos / (…) Cállate. No hables más de vientres y humedades. / Era quizás aceptable que lo hicieras en la juventud. / Después de todo, en esa época, siempre hay lugar para el desenfreno. / Pero ahora, cállate». Estos versos pertenecientes al poema titulado “Mujer irredenta”, del cual ya se ha hecho mención anteriormente al hablar de esa línea erótica tan marcada en las palabras de Gioconda Belli, colocan al lector frente a una tercera persona cuya puerta cerrada se opone a la voz poética y a su deseo de seguir deseando —valga la redundancia—. Los verbos del ‘habla’ pueden ser positivos o negativos, y en este caso la autora recurre al verbo negativo «callar» para hacer hincapié en el papel de la mujer oprimida tiempo atrás y que a día de hoy aún resulta desesperante palpar. «Callar» significa, según la RAE, ‘omitir o no decir algo’, ‘no hablar: guardar silencio’, ‘cesar de hablar’, ‘cesar de llorar, de gritar, de cantar, de tocar un instrumento musical, de meter bulla o ruido’, ‘abstenerse de manifestar lo que se siente o se sabe’, entre otras acepciones; bien, este verbo revela muchos semas —matices— dentro de una misma palabra, la cual ya es negativa puesto que te exhorta a ‘no hacer algo’, en este caso ‘hablar’. Si se tuviera que concretar más en la acepción correcta a la intencionalidad de los versos citados, se recurriría a la siguiente: ‘abstenerse de manifestar lo que se siente o sabe’, y la propia autora se rebela contra ese verbo y lo ‘políticamente correcto’ cuando expresa «Me instalo hoy a escribir / para los Sumos Sacerdotes de la decencia / para los que, agotados los sucesivos argumentos, / nos recetan a las mujeres la vejez prematura / la solitaria tristeza / el espanto precoz a las arrugas». Aquí, la voz poética manifiesta su lamento, su queja y su rebeldía ante el sinsentido de callarse y no decir lo que una siente, aunque esto fuere deseo carnal. Está muy clara la referencia a la Iglesia y al sacerdocio y su papel como ‘consejero de fe’. La mujer piadosa —el papel que se esperaba de toda mujer— iba a misa, se confesaba todos los días y seguía al pie de la letra los consejos del sacerdote. Cuando el consejo implica verbos como «callar», ya deja de ser un consejo y empieza a interpretarse como una exhortación u obligación y contra esto se rebela la voz poética. Una mujer debería poder esperar su vejez con alegría y disfrutando de los placeres que la vida ofrece, no debería encorsetarse y recatar pudorosas normas de ‘decencia’. 

El siguiente poema, “No me arrepiento de nada”, Belli deja clara su postura ante la vida que ha tenido y las decisiones que ha tomado. «Desde la mujer que soy, / a veces me da por contemplar / aquellas que pude haber sido / (…) No sé por qué / la vida entera he pasado / rebelándome contra ellas. / (…) Estas mujeres, sin embargo, / me miran desde el interior de los espejos, / levantan su dedo acusador / y, a veces, cedo a sus miradas de reproche / y quiero ganarme la aceptación universal, / ser la “niña buena”, la “mujer decente”, la Gioconda irreprochable. / (…) —ellas habitando en mí / queriendo ser yo misma—». A lo largo de este poema se puede ver la gran lucha interna que lleva a cabo la poeta: ella es de cierta manera, pero pese a ello no deja de ver reflejos de sí misma con otras características que la harían ‘mejor’ —o eso cree ella—. En ocasiones, revela que se sentía invadida por esos reflejos, aun sabiendo que esas versiones de sí misma pueden perfectamente ser ella; lo único que marca su identidad es la ‘decisión’: «Porque, de adulta, me atreví a vivir / la niñez vedada, / e hice el amor sobre escritorios / —en horas de oficina— / y rompí lazos inviolables / y me atreví a gozar / el cuerpo sano y sinuoso / conque los genes de todos mis ancestros / me dotaron». Al final del poema, Belli hace un reclamo de quién es ella: «Esta mujer de pechos en pecho / y caderas anchas / que, por mi madre y contra ella, / me gusta ser». La poeta hace un manifiesto de sí misma y se reafirma con su voz poética. 

A lo largo de este libro que marca tanto la presencia, la poeta Gioconda Belli hace uso de la voz poética como sello de sí misma. Aquí, la voz poética no es un símbolo ni una máscara para esconder al poeta tras los versos: los mismos versos son una encarnación en tinta y letras de la propia esencia de Belli. 

Poemas como “Placeres secretos” hacen alusión a las didascalias propias del teatro y se ve claramente en estos versos: «El sorbete se deshace en la oscuridad de mi boca. / Pasan frente al desconocido / mujeres humedecidas por la transpiración. // Altas palmeras cimbrean en el viento / (…) Cuchara que se hunde en la copa de cristal / (…) El sol desciende. Gira lento. Se disuelve / sobre el café, los toldos amarillos. (…) Sus ojos rodando, desquiciados, / sobre mi espalda». En este caso, la dramaturga es la propia voz poética que, valiéndose de un símil, se compara con un ave que está observando a su presa. No deja de ser inquietante la relación entre una mujer dominante —como Belli ya ha dejado claro que es— comparada con un ave —rapaz— y el poder que ejerce el dramaturgo con su pluma: la poeta es la creadora de su propia vida, la escritora de su propia obra de teatro y la cazadora de esa presa que, aunque en el poema se interprete que se trata de un hombre, no deja de ser la vida misma que se escapa ante los ojos en cuanto uno se descuida y no agarra lo que tiene delante para ‘vivir’. En este aspecto, Belli deja huella dando constancia de que el deseo carnal tan presente en el poemario es exactamente lo que se ha dicho antes: ‘vivir’, actuar, experimentar; y, ¿qué es el deseo carnal sino el deseo de experimentar o el deseo de actuar?

Se ha hablado de un hombre como objeto de deseo, pero Belli hace referencia a otro tipo de hombre en su poema “Luz de mi padre”. Es quizá de los poemas más reveladores y significativos a nivel espiritual, ya que puede verse como una manifestación férrea de la fe de la autora reafirmándose en su voz poética: «Rasgos de hombre dormido, / en cuyo interior alguna vez durmiese yo, / te convoco en mil y un recuerdos infantiles. / Siempre con luz. / Siempre iluminando mi sombra». En este poema se aprecia la visión de la figura paterna a través de los ojos de una niña y se palpa la inocencia ya evolucionada a una visión más adulta de la vida cuando se lee el último verso del poema: «Siempre iluminando mi sombra». Es curiosa la imagen mental de la sombra: al pasear de noche en las calles de la ciudad —o en los pasillos oscuros de tu propia casa— uno puede ver su propia sombra y ser consciente de que está ahí. Para algunos, la presencia de la sombra viene a simbolizar cierta persecución o lucha interna con uno mismo; sin embargo, para la poeta, su sombra es una manifestación de la luminosidad de la figura de su padre y ese símbolo no deja de ser una fe constante en la protección brindada por su padre en la oscuridad, ya que es en la propia oscuridad donde uno se encuentra más vulnerable. 

“Dolor de los espejos” es un poema que traslada al lector a un poema anterior que ya se ha analizado: “Mujer irredenta”. Sin embargo, en “Dolor de los espejos”, la voz poética deja manifiesta la ‘imagen’ o la ‘apariencia’ como producto de «la hora de los hechizos / y las brujas»: se trata del papel que juegan los cosméticos para una mujer madura que se mira al espejo («la nostalgia ante las fotos luminosas / de la nada eterna juventud»). Cuando Belli expresa «Uno se pregunta si el amor tendrá edad, / si el tiempo será tan implacable / como los espejos», el lector cae en la cuenta de su propia madurez y cuestiona lo mismo. En este poema, el espejo juega un papel muy importante que llega a hacer alusión a la reina malvada del cuento de Blancanieves: es el propio espejo el que le dice a la reina la cruda verdad, Blancanieves es más hermosa. Es curiosa esta alusión al tener la palabra «espejo», cuando la propia poeta ha hecho referencia explícita a las brujas en uno de los versos, aunque en ese caso parece referirse al hecho de que los cosméticos son mezclas de productos de belleza que se podrían remover perfectamente en un caldero y hacer una pócima con ellos, tal y como hacen las brujas para conseguir lo que anhelan. Es curioso también que la permanencia de la belleza femenina sea una de las características más arraigadas en los anhelos de una bruja. No deja de ser otro símbolo de una mujer fuerte con determinación a conseguir lo que quiere. 



En estas páginas que se recorren en APOGEO, el lector se puede encontrar con ecos feministas en títulos como “Contradicciones”, en los que Belli hace referencia a autoras feministas como Virginia Woolf u otras mujeres relevantes para la historia del feminismo como Isadora o Safo, Medea, Jane Eyre, etc. «No hay nadie aquí / Está mi cuerpo solo / mientras yo estoy con ellas: / las mujeres sin habla. / Esas que mis dedos escuchan, / esas que entran de noche / con aliento de luna». Estas mujeres se encontraron con obstáculos que impedían su crecimiento personal como mujeres. Sin embargo, son «Mujeres enormes. / (…) Dicen sus poemas. / Cantan. / Bailan. / Recuperan la voz». En este poema se vuelve a atrás al hacer referencia al cese del habla o el impedimento de alzar la voz. No obstante, la rebeldía —o la osadía— que dio fuerzas a estas mujeres para luchar contra lo que ya estaba establecido, hizo que todas éstas —incluida Gioconda— lograsen recuperar la voz y ‘hablar’. Estas mujeres entraban de noche «con aliento de luna»: la luna juega un papel relevante en estos versos, ya que puede interpretarse como un símbolo de feminidad y, tal vez, de descubrimiento, ya que estas mujeres son esa cara oculta de la luna, a la que lo establecido no dejaba iluminar o quería mantener a oscuras. Muchas veces se mantiene algo en la sombra o a oscuras por miedo al descubrimiento, a lo nuevo, al misterio, a lo que no se comprende o a lo que difícilmente se entiende. Estas mujeres lucharon por iluminarse a sí mismas y fueron precedentes y modelos a seguir para la poeta. 

«Siento el deseo aún

de un beso

               leve

                    sobre la pierna».

“Contradicciones” es un poema dedicado a las mujeres del PIE (Partido de la Izquierda Erótica) y es curioso el caligrama que resulta —la forma de pie— mediante la disposición de las palabras en los versos citados, los cuales se repiten también en la primera estrofa del poema. Este hecho da una impresión circular, también en cuanto a la interpretación: pese a invocar a aquellas mujeres recordadas durante siglos por su luminosidad, no deja de ser un reclamo de la feminidad y la importancia de ‘actuar’ dedicado a las mujeres pertenecientes a PIE; y en esta composición poética, Belli hace destacar su ingenio con el uso vanguardista de la técnica, también lúdica, del caligrama. La imaginación es tan poderosa, que el lector casi puede visualizar el tacón de aguja soportando el peso del talón conformado por el verso «de un beso». La palabra «pierna», que supone la punta del pie en este caligrama, no deja de ser un signo de sutileza y sensualidad impregnado de erotismo, ya que las piernas femeninas suelen ser protagonistas de los besos durante los juegos previos al coito. Además, en el imaginario colectivo, se puede rescatar alguna portada de algún libro en el que parte fundamental de ésta es la visualización de piernas femeninas.

«Es así que por días / dejo de ser la persona familiar / en la que usualmente me acomodo / y me convierto en la mujer / que desgarra vestiduras / tras su sombra». Estos son los últimos versos del poema “Sótanos de la mujer”, en el que la voz poética llora: como se ha expresado antes, las vivencias también son productoras de dolor y malas experiencias, y son estas vivencias las que construyen esos sótanos mencionados en el título de este poema. Un sótano suele ser un lugar profundo, poco iluminado y propenso a la humedad: es un lugar destinado a guardar en el olvido las cosas que ya no se necesitan, como la tristeza experimentada. La palabra «vestiduras» puede entenderse como una armadura que protege el cuerpo: ‘desgarrar vestiduras’ puede significar de forma simbólica ‘autoflagelación’ en el sentido en que uno mismo se castiga por las decisiones tomadas («tras su sombra») y que han desencadenado una mala experiencia que conlleva emociones negativas como la tristeza. El verbo «desgarrar» es un verbo que responde a la dureza y a la violencia también: la RAE hace referencia al sinónimo «rasgar» con acepciones como ‘romperse o abrirse’; pero al definir «desgarrar» conduce a otro tipo de acepciones: ‘dicho de una cosa: causar gran pena o despertar mucha compasión’ o ‘dicho de una persona: apartarse, separarse, huir de la compañía de otra u otras’. Al desgarrar vestiduras, Belli se refiere a una cosa, luego la acepción correcta sería ‘causar gran pena’, pero la propia Belli es una persona que al llevar a cabo la acción de ‘desgarrar’, implícitamente está llevando a cabo otras acciones como ‘apartarse, separarse, huir de la compañía de otras personas’ al recluirse en esos sótanos de tristeza. En definitiva: “Sótanos de mujer” es un símbolo de autocastigo en el que la voz poética se aparta del mundo y sufre sola. 

En este libro “La poeta se reúne con sus palabras” literalmente: Belli tiene una conversación con ellas y «las palabras se miran alrededor de la mesa, / levantan cautas las tazas de café. (…) Las palabras alegres se mueven incómodas, / amenazan con dejar la reunión». Estas palabras reunidas en lo que parece una mesa redonda también hablan: “Estamos desempleadas” —murmuran. (…) Acompáñenme —digo— Algo saldrá de todo esto». Todo escritor se somete a un debate interno en el que dialoga, filosofa, poetiza con las palabras y éstas tienen su propia voz. Estas voces hablan con el eco: se repiten una y otra vez mientras se desvanecen esperando que el escritor capte el mensaje. ¿Qué es lo que sale de todo esto? «Al menos la memoria de esta reunión: / una poética declaración de impotencia, / este modesto homenaje al desconcierto». Gioconda Belli no puede expresarlo mejor: todo escritor se enfrenta alguna vez a temporadas de estío sin poder siquiera mantener la pluma entre los dedos y mucho menos escribir y enfrentarse al papel en blanco. Belli ha dejado constancia al lector de esta batalla con este poema.

“Consuelo para la temporalidad” es un poema reconfortante y fresco cuyos últimos versos hacen soñar al lector: «La experiencia de la vida es la pasión de beberla / hasta la embriaguez. / Amar, cantar, decir versos hermosos / y luego / dormir». No deja de ser un llamamiento a Morfeo después de una tertulia con Dioniso con la copa de vino en la mano, lo cual induce a pensar en los tópicos literarios Carpe Diem, Tempus fugit y… ¿por qué no? Beatus ille, ya que en el primer verso Belli recurre al símil «somos como las plantas» para dar a entender que «somos danza y danzar en el viento / es potestad de nuestras raíces. / Todo cambia y nada permanece. / (…) No habría vida sin muerte. / (…) “La eternidad está enamorada de la fabricación del tiempo”, / es inevitable enamorarse de la creación / y sentir el dolor de no ser inmortales. (…) Porque la vida se alimenta de la vida, / hemos de arder en la pira funeraria sin perecer».

A medida que van pasando las páginas de este APOGEO, el lector va adentrándose cada vez más en la madurez de la escritora y en metáforas tan significativas como las que se esconden en títulos como “De otoño y sus miedos”. Versos como «Hoja arrancada del árbol. / Hija que ya se hizo mujer» desvelan esa incursión en la madurez y en la edad ‘otoñal’ de la voz poética. Ésta manifiesta su miedo: «Crecen los hijos. Se marchan. Y así debe crecer la poesía. / Así deben crecer las palabras, los verbos que acomodan / el pase de la vida. / Todos los días me levanto, / con un sentido de perdida que niego, / del que huyo, del que no quiero hablar. (…) / Rezo para que no me sea dado conocer / el terror de las hojas secas (…) ¿Cómo darle voz al miedo? (…) Y pretender que no existen hojas secas (…) Pretender que no me da miedo, ni me hace llorar, / el sonido solo de mi casa sola». Vuelve a tratarse de una batalla con el verbo: «Le huyo a los verbos, / al pasado pluscuamperfecto, / a las conjugaciones que me obligarían a decir / versos quejumbrosos». Con todo esto, la madurez identificada con la estación otoñal que llega a los parques cada año con sus preciosas hojas secas de miles de tonos marrones y naranjas, para Belli no deja de ser una manifestación de «hojas de otoño / que me persiguen / arremolinándose, / crujiendo implacables / bajo las puertas». 



Al igual que escribió a su padre, Gioconda también dedica algunos versos a sus hijos: “Lazos” es un poema que ata esa emoción indescriptible al experimentar el amor maternal a cada uno de los versos. Quizá, para el lector, este poema sea un paso por la nostalgia al recordar la figura de una madre o el desencadenante de una sonrisa al pensar en ella. También, “Nacimiento de Maryam” marca un paréntesis en el que esta madre poeta recalca que «el misterio de la vida nos acerca y nos aleja / pero el amor es más grande que todas las contradicciones».

Existe un “Poema del encuentro” en el que Belli lleva a cabo una búsqueda: «Acumulé libros y mapas para encontrar la voz, / la historia de los astros, / la verdad de los mitos, / la obsesión de Ícaro». En este “Poema del encuentro”, la poeta optó por las alas «a la mordacidad o la conveniencia». Al hacer referencia al personaje mitológico Ícaro, hace uso del símbolo que esconde las consecuencias de la arrogancia y el exceso de confianza en uno mismo al tomar decisiones: la toma de decisiones erróneas sigue siendo una línea conductual en muchos de los poemas de Belli. «Tanto anduve para encontrarme / no más que conmigo misma, / con el Universo reflejado en mis facciones / de premeditada imperfección»: esa búsqueda que se mencionaba al comienzo del análisis de este poema no deja de ser una búsqueda de sí misma dentro de su madurez física. Es posible que se pueda vislumbrar a Juan Ramón Jiménez cuando expresa «Supe al fin que el aire de las euforias secretas / vive asomado a mi propio rostro, / tiene el calor de mi plexo solar. // La esencia de ser es multitudinaria / y en su multiplicidad / contiene mi nombre»: la poesía de JRJ pasó por una última etapa en la que éste busca la eternidad y se funde con el Todo valiéndose de las influencias místicas. Ese Todo de JRJ puede identificarse con el Universo de Belli que, más que la manifestación del paso del tiempo —que también— puede relacionarse con esa simbiosis o fusión que buscaba JRJ. También es verdad que, para Belli, esa simbiosis sería con la naturaleza más que con Dios: «Allí están las fuentes / donde el agua oficia las fluídas ceremonias de la vida. / Puedo ver el árbol solo en la distancia, / pero también el bosque umbroso / donde retozan los unicornios. / Después de soledades y sin sentidos / gozo jardines de helechos sensuales / y un lecho blando y terso / donde los sueños se multiplican. (…) Me fue dado saber que nadie más que yo / podía penetrar las antesalas húmedas de la propia conciencia / y ascender antes de la asfixia con la rama verde, / el sabor de la clorofila en el paladar». Se puede apreciar que en esa búsqueda de sí misma, en el proceso de esa simbiosis, no deja de lado el erotismo tan marcado ya desde el comienzo del libro.

Las palabras, como ya se ha mencionado, son entes con voz propia y como tales, actúan: «De noche las palabras / caminan en puntillas, / andan discretas entre los objetos, / temerosas del ruido se descalzan. (…) El poema me saca de la cama. (…) Toco las letras. Acaricio el teclado / para que diga callado sus urgencias». “Insomnio con las palabras” es otro de los poemas en los que la voz poética interactúa con las palabras. Sin embargo, en ocasiones «No sale nada. Es el silencio que habla. / Y las sombras afuera, / golpeando en la ventana».

“Cuartos separados” recoge versos en los que Belli se cuestiona y hace uso de preguntas retóricas como «¿Termina el erotismo con el matrimonio? (…) ¿Pueden aún albergar / el misterio del mutuo descubrimiento? (…) ¿Sobrevive el asombro / esta absoluta carencia de restricciones, / esta revelación constante, cruel y permanente / de todas las funciones del cuerpo / los ruidos diurnos y nocturnos / la indiscreta pornografía de la cotidianidad?». El erotismo que protagoniza los noviazgos parece disiparse cuando entra en juego el sacramento del matrimonio. Esto no deja de querer decir que el inevitable paso del tiempo puede llevar consigo el último verso de este poema: «Batallaban contra el desamor». “Admonición” es otro poema que quiere ahondar en las respuestas a estas preguntas sin llegar necesariamente al desamor: «Que de estas noches / acostados como un matrimonio aburrido, / nos arrepentiremos».

Hay pocos poemas en los que la poeta haga referencias explícitas a la Biblia. En “Culpas obsoletas” se recurre a la imagen de la manzana y a la figura de Adán para simbolizar que el pecado que esconde el acto de que Eva le ofreciese la manzana a Adán no es más que el hecho de haberle dado el regalo de ‘vivir’, ‘actuar’, ‘experimentar’ y todo lo que ello conlleva. Es curiosa la última estrofa de este poema: Belli se hace unánime con todas las mujeres y expresa la sabiduría simbólica que permanece en el «gesto» de «extenderle» esa manzana a Adán.

“Regreso a Nicaragua. Mi país sin vos” hace énfasis en la huella que deja una presencia y cuánto se nota la ausencia cuando esta presencia nos deja: «Solo que en uno de esos domingos / está tu perfil, / tus manos, la camina blanca abierta, / el pantalón caqui, / y en el otro estoy sola, recordándote, / como si hubieses existido antes, / en otro tiempo». Con su estructura circular, la voz poética vuelve después de haberse ido y recuerda después de haber experimentado ‘el momento’. En estos versos se respira la nostalgia, la melancolía, la huella de los recuerdos en la memoria y la inevitable migración de un recuerdo a otro para paliar la ausencia. 

La soledad es una enemiga cruel del ser humano: sentirse solo es desolador y no deja de alimentar las dudas, la paranoia a veces y la incertidumbre. ¿A dónde se ha ido la certeza? «Ninguna piel a mi piel acompaña. / Nadie puede habitar mis parietales. / Vivir conmigo estas pesadillas; / imágenes terribles diviso. (…) ¿Con qué fuerzas enfrentaré / la soledad abismal de la muerte?». En “Miedo”, Gioconda recurre al llanto para responder a esta pregunta y, simultáneamente, hace que el lector se pueda sentir identificado.

“Invitación feminista” es otro de los poemas, ya hacia el final del APOGEO, que invitan al lector a visualizar la geografía femenina como una figura imponente y preciosa digna de poder acercarse a ella y ‘experimentar’ junto a ella: «Yo, / mujer vientre de sol, / te convoco a la luz, / a juntarte conmigo al mediodía. / Ninguna sombra entre nosotros medie. / Ven. / Álzate conmigo hasta el cenit. / Mírame desde la misma altura. / Juntos apaciguaremos la muerte. / Juntos enterneceremos las piedras. / Juntos abriremos el mar. / Nos tomaremos la Tierra Prometida. / Incendiaremos el rostro de los siglos». Sin abandonar el erotismo, Belli recurre al llamamiento a la ‘compañía’ para prepararse para morir y conquistar al fin la eternidad en la bíblica e idílica Tierra Prometida.

Cuando se acerca la hora de decirles «adiós» a las páginas de un libro, uno se pregunta si el próximo será igual de gratificante o si moverá también alguna emoción interior. Gioconda Belli responde muy bien a esta cuestión al escribir el poema “Sobre las ventajas de soñar”: «Soñar no cuesta nada. / (…) Soñar no daña la ecología, / ni atenta contra la capa de ozono. / (…) No se puede decir, sin embargo, / que no cause riesgos al corazón. / Sin embargo, hasta el momento, / no se ha encontrado base científica para / contraindicar los sueños, / aunque los argumentos en favor de su extinción / se fabrican a diario. / (…) Yo sostengo que soñar (…) / sigue teniendo la innata capacidad de conmover / y abrir ranuras, por pequeñas que sean, / en corazas bien armadas y aparentemente impenetrables. / (…) le aconsejo soñar, / y no permitir que nadie lo convenza / de que no sigue usted siendo dueño, al menos, / del inmenso poder de su imaginación». Es cierto que el verbo «soñar» implica semas muy amplios, pero la lectura de poesía también implica el ‘despertar’ las ganas de soñar del lector. En cierto sentido, Belli otorga a sus lectores el empujoncito necesario para no abandonar la aventura que supone adentrarse en la imaginación de uno mismo y ser consciente de que también el lector puede crear sus propias imágenes, sus propios símbolos, sus propios ensueños a raíz de un solo verso.

Al igual que cualquier otra mujer de la vida cotidiana, Belli no deja de ser madre —como ya se ha comentado— y trabajadora del mundo laboral y estos aspectos de la vida diaria quedan palpables en los versos de “Discreta cotidianidad” cuando expresa «Yo levanto la ropa y termino de vestirme. / (…) Yo, igual que todas las que hoy escribirán en sus oficinas / y atenderán a sus niños o impartirán la clase, / preguntándose si son aún las mismas / que al caer la noche / se entregaron al desenfreno». Como se puede observar en la lectura, la poeta nunca quita esa aura erótica a sus versos y regala al lector una fusión enriquecedora al mezclar la vida diaria de una mujer con la vida nocturna y su entrega al deseo carnal.

Cuando uno lee el nombre de personajes relevantes para la ciencia como lo es el de Darwin en un poemario que parece no tener relación con su campo, uno se descoloca. Sin embargo, Gioconda da un giro de 180º en su poema “Amor de peces” al emplear el uso de la metáfora e identificar los cuerpos —el suyo y el de la persona amada— con los peces. Sin dejar atrás la estela del erotismo, cada vez más fortificada en sus versos, Belli se sumerge en las profundidades del sueño para luego «Después de la larga lenta danza / en la pereza-pecera de la madrugada» despertar «mamíferos» y abandonar el agua. Darwin, en este poema, es el receptor de los agradecimientos de la poeta, ya que ésta se ha despojado «de las impenetrables / extremidades de sirena», dejando clara una vez más su postura acerca de la necesidad de sentir y experimentar el ansia del deseo carnal. Emparejar la ciencia y la poesía no suele ser fácil, pero la autora lo consigue con la escritura de este poema.

El último poema que cierra este APOGEO maravilloso es una reivindicación de las raíces de la poeta: “América en el idioma de la memoria”. No bastan las palabras para analizar la profundidad de estos versos, pero si hubiera que decir algo, sería: «Éramos inocentes y hablábamos a la Tierra con respeto, / como huéspedes, no como Señores. / (…) La Tierra era nuestra cómplice. / La honrábamos y celebrábamos. / (…) Nos obligaron a adorar al Dios / que ellos mismos habían crucificado. / (…) Ya no pudimos nombrar a los niños / con nombres de flores, de cactos, de árboles / de constelaciones. / (…) ¿Quiénes somos? / (…) Ardieron las historias que nos hacían ser lo que éramos. / (…) ¡Noche en que nos quedamos sin manos, / sin lengua, desmemoriados! / (…) Se apropiaron de todo pero la Tierra nos seguía cantando, / (…) La Tierra conocía el toque de nuestras manos: / Los volcanes nos hablaban; los ríos nos lavaban las lágrimas, / la selva nos escondió. / A ellos los acababa la nostalgia. / (…) Sus genes hirvieron en el cacao / y no se reconocieron en sus descendientes. / (…) He oído la lengua de mis antepasados / en sueños. / Sueños que nunca duermen». Este último poema repleto de un dolor desgarrador por la pérdida de la memoria —la profanación de su naturaleza—, sigue siendo un canto de esperanza y un llamamiento a la fe, a ‘volver’: la palabra «recordar» procede del latín «re - cordis» y significa ‘volver a pasar por el corazón’. El simple hecho de recordar todo esto —todo por lo que ha pasado América desde el mismo momento en que ésta comenzó a llamarse así— es un viaje de vuelta a las raíces: hay dolor, pero —como Belli expresó con anterioridad— no hay vida sin muerte y no hay vuelta si antes no hubo un viaje de ida. La historia, la memoria de una cultura, nunca desaparece del todo si hay alguien que la recuerda: todo lo que vuelve a pasar por el corazón vuelve a cobrar vida. 

ROCÍO.G. SOLDEVILA

Publicar un comentario

0 Comentarios