'ESCENAS DE UNA INFANCIA'. EL RUMOR DE LA INFANCIA

 



Crítica Literaria

‘Escenas de una infancia’ 

Autor: Jon Fosse.

Editorial: Random House.

Páginas: 200.

Año:2025.

Hay que agradecer a la editorial Deconatus que diera a conocer en España a Jon Fosse. Deconatus es una editorial extraordinaria, con talento y criterio a sus espaldas, responsable de títulos notables, entre ellos —y de Fosse— su Septología. Subirse después al carro resulta fácil, sobre todo si se cuenta con medios y se hace tras el Premio Nobel de 2023. Ahí está Random House, con su poder de difusión y músculo capital, para apuntarse méritos que, en realidad, no le corresponden.

Escenas de una infancia,  no es una autobiografía ni una colección de cuentos, sino una suerte de partitura emocional que reinterpreta lo que llamamos “recordar”. Publicada originalmente en noruego como Prosa frå ein oppvekst (1994) y traducida a múltiples idiomas, la obra está compuesta por breves textos que oscilan entre la narración poética, el fragmento onírico y el susurro filosófico. En el paisaje escandinavo, donde la literatura ha cultivado con esmero el gesto introspectivo y el minimalismo formal, esta obra ocupa un lugar singular: la infancia no como relato, sino como resonancia.

No hay en Escenas de una infancia una narración lineal, ni una progresión clásica, ni una historia reconocible. Fosse elude deliberadamente las estructuras convencionales: los textos, que rara vez superan la página, no siguen un orden cronológico ni están unidos por una trama. En su lugar, emergen situaciones sueltas, estados de ánimo, fulgores.

Un niño toca una guitarra desafinada. Una hermana juega en silencio. Alguien muere. El campo arde con una luz que no es de este mundo. No hay comentario ni subrayado. No hay clímax. Lo que hay es una voz: serena, a ratos contenida, que parece escribir con el aliento más que con la tinta.

La prosa de Fosse es deliberadamente parca. Influenciado por la Biblia, por Samuel Beckett y por el paisaje de Hardanger donde creció, el autor reduce el lenguaje a lo esencial. Las frases son cortas, repetitivas, rítmicas. A menudo se omiten los nombres, los contextos, las explicaciones. Lo que queda es una atmósfera de suspensión, como si el lector asistiera a un pensamiento a medio formar.

Esta austeridad no es pobreza expresiva, sino un mecanismo de invocación. En lugar de contar la infancia, Fosse la evoca. El resultado es un texto que se lee más con el cuerpo que con la mente: uno se siente transportado no al pasado, sino a la sensación misma de haber sido.

El libro está compuesto por distintos volúmenes —escritos en diferentes momentos— que varían en longitud y tono, pero comparten una voz narrativa común, infantil y adulta a la vez. Cada uno funciona como una ventana cerrada a medio abrir: se intuye más de lo que se ve, y lo que se ve es apenas una chispa. En uno de los relatos más logrados, el narrador espera que su perro regrese. Esa espera, que ocupa toda la pieza, se convierte en un ejercicio de fe, de angustia muda y de vulnerabilidad. No hay lección, ni desenlace, ni consuelo: solo el temblor de quien no sabe qué hacer con su amor.

En otro de los textos, una hermana menor juega con una cuchara. La escena es banal, pero Fosse la carga de una electricidad emocional apenas perceptible: un peligro, una ternura, una revelación. Esa capacidad para convertir lo cotidiano en algo profundamente metafísico es una de sus virtudes más sobresalientes. El tono de Fosse es casi litúrgico. Hay en su escritura una voluntad de silencio, de pausa, de espera. En una cultura donde la naturaleza, el clima y la interioridad son temas recurrentes, Fosse sintoniza con una larga estética del recogimiento.

Uno de los logros más sutiles de la obra es que evita toda tentación de psicologismo. No se analiza al niño. No se explica el trauma. No se interpreta el gesto. Todo queda expuesto, limpio, sin carga teórica. Esta ausencia de interpretación provoca un extraño efecto: el lector se siente dentro del cuerpo del niño, compartiendo su confusión, su pequeña alegría, su vaga amenaza.

A diferencia de la autoficción contemporánea, que tiende a intelectualizar la experiencia, Fosse opta por encarnar. La palabra no explica: presenta. Y en esa presentación directa hay una forma de verdad mucho más poderosa que cualquier teoría.

Desde una perspectiva literaria, Escenas de una infancia plantea una cuestión fundamental: ¿qué es recordar? Para Fosse, recordar no es reconstruir el pasado con exactitud, sino permitir que el pasado nos invada. No importa si lo que se recuerda ocurrió realmente. Importa que siga ocurriendo dentro de nosotros. La infancia es un rumor, no un documento.

Siguiendo los propios postulados del autor sobre la ficción, parece claro que cuando está bien escrita, esta se vuelve más verdadera que la realidad. Para Fosse, la forma es más honesta que el dato.

Aunque Escenas de una infancia no sea la obra más ambiciosa de Fosse ni la más celebrada, sí es profundamente sugerente. En su brevedad y en su deliberada humildad, condensa muchas de las preocupaciones que recorren su teatro y su prosa más extensa: el silencio, la espera, la imposibilidad de decir lo esencial. Puede funcionar como una puerta de entrada a su universo. Su lectura puede parecer sencilla, pero deja un eco persistente. No se trata de entender, ni de descifrar, sino de acompañar un murmullo. En una época saturada de narrativas fuertes, de discursos explicativos y de memorias sobreactuadas, la propuesta de Fosse resulta radical: recordar es callar y dejar hablar al eco.

Desde la sensibilidad escandinava, donde la sobriedad es virtud y el silencio es forma, esta pequeña obra resplandece como una joya discreta. Es literatura que no grita, pero que se queda. Y eso, en los tiempos que corren, ya es una forma de resistencia.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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