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CRÍTICA LITERARIA

En un momento en que la narrativa contemporánea se debate entre la sobreexposición emocional y el artificio estructural, dos novelas breves publicadas en 2025 —El accidente de Blanca Lacasa (Libros del Asteroide) y La ficción del ahorro de Carmen M. Cáceres (Gatopardo Ediciones)— ofrecen una alternativa curiosa: el gesto mínimo, la forma contenida y una mirada penetrante sobre los afectos. Ambas narrativas giran en torno a una idea común: cómo nos organizamos a través de ficciones. En un caso, la ficción del deseo y el vínculo amoroso; en el otro, la ficción del ahorro como promesa de futuro y estabilidad. Dos mitos contemporáneos —el amor y el dinero— son aquí expuestos sin solemnidad, pero con profundidad crítica.

En El accidente, Blanca Lacasa nos introduce en una historia inquietante por su contención y ambigüedad. Lo que sucede —o no sucede— entre “ella” y “él” se cuenta sin nombres propios, sin excesivos detalles geográficos, sin apenas contexto exterior. Todo ocurre en un espacio emocional, interno, donde el deseo se convierte en motor y en obstáculo. La protagonista establece una relación que no llega nunca a concretarse como tal, pero cuya intensidad es tan real como devastadora.

El título remite a un “accidente” de orden psicológico o simbólico. No hay un hecho traumático que active la historia, sino un encuentro casual que se transforma en una obsesión. La voz narrativa se desliza entre la introspección, la expectativa, la fantasía amorosa y el desencanto, componiendo un monólogo fragmentario de gran precisión. La narradora no se enamora del hombre en sí, sino de la idea del vínculo posible, de la promesa afectiva que él encarna sin saberlo. La intimidad que se construye es más mental que física, y ese desequilibrio se convierte en el verdadero motor trágico del relato. Es cierto, que, pese a su brevedad, la propuesta redunda innecesariamente en aspectos semejantes y parece anclarse en su desarrollo.

Esta dinámica se emparenta con la obra de Marguerite Duras, especialmente Moderato cantabile o Amor, donde el deseo se cuece a fuego lento entre gestos que nunca se concretan. También se puede vincular con Jean-Philippe Toussaint, donde la obsesión por el otro se desarrolla en una atmósfera de pasividad activa, con personajes inmersos en el pensamiento, más que en la acción.

La estructura desnuda del texto, con su lenguaje preciso y su tono contenido, conecta con autoras como Annie Ernaux en El uso de la foto o Sara Mesa en Un amor, donde los vínculos personales se representan desde la inestabilidad, el malentendido y la autoexploración. Lacasa renuncia al nombre, al contexto, incluso a la historia en el sentido clásico, y nos deja a solas con la materia del deseo: una expectación permanente, una carencia que no encuentra forma.

Frente a la abstracción emocional de El accidente, La ficción del ahorro de Carmen M. Cáceres se ancla en un marco histórico y geográfico muy preciso: el verano de 2001 en Argentina, semanas antes del “corralito”. La narradora, una adolescente que recuerda desde la adultez, reconstruye cómo su segundo padre, Claudio, la implicó en una operación de retiro de dinero, cargando billetes en el cuerpo para evitar que se los confiscara el sistema bancario. Ese acto físico y simbólico da pie a una exploración del núcleo familiar y de la fe colectiva en el ahorro como promesa de orden, previsión y futuro.

La novela mezcla el retrato generacional con una aguda crítica a la cultura económica de clase media. Cáceres retrata con efectividad la mitología doméstica que asocia el ahorro con la virtud, incluso con la superioridad moral. Pero esa creencia se revela frágil, absurda, incluso cómica. El dinero, como el amor en El accidente, es una construcción mental: no basta con tenerlo, hay que creer que protege, que sirve, que da sentido.

El estilo de Cáceres remite a Natalia Ginzburg, en particular Léxico familiar, donde los automatismos del discurso familiar revelan ideologías ocultas. La autora alterna escenas vividas con observaciones adultas llenas de ironía, componiendo un fresco social desde lo pequeño. También hay ecos de Samanta Schweblin en Distancia de rescate, donde la relación madre-hija se convierte en campo de tensión emocional, aunque Cáceres opta por un tono más satírico y menos perturbador.

El entorno —, Posadas, el calor, el río— añade un contrapunto lírico a la economía de la historia. La provincia se convierte en una metáfora de marginalidad, de espera, de encierro. Las decisiones familiares aparecen como rituales de fe desesperada. El relato del ahorro funciona como ideología que ordena las emociones, que marca el éxito o el fracaso en la vida.

Ambas novelas trabajan, desde registros distintos, con una operación semejante: la exposición de un mito moderno en estado de desgaste. En El accidente, la autora analiza el deseo amoroso no como impulso natural sino como necesidad de significación, de validación emocional. En La ficción del ahorro, el dinero ya no es una herramienta neutra, sino un dios doméstico que organiza el mundo familiar. En ambos casos, lo íntimo se vuelve político. La protagonista de Lacasa se inventa una relación para sostenerse. La de Cáceres asume el papel de cómplice silenciosa de una ficción económica que ni entiende ni cuestiona.

Las dos novelas destacan por su brevedad y por su elegancia estructural. No hay divagación, no hay excesos. Ambas economizan, estilísticamente, como gesto literario paralelo a sus propios temas. Lacasa disecciona el deseo sin necesidad de escenas dramáticas. Cáceres representa una crisis nacional sin recurrir al panfleto. En tiempos donde la novela parece obligada a demostrar su densidad con volumen, ambas autoras reivindican el espacio breve como zona de intensidad máxima.

Estas dos voces dialogan con una generación de escritoras que están redefiniendo la narrativa desde el espacio intermedio entre lo personal y lo estructural: Sara Mesa, Camila Sosa Villada, Cristina Morales, Selva Almada, Mariana Enríquez. Desde registros muy distintos, todas coinciden en narrar lo afectivo desde el desencanto, sin renunciar a lo poético ni a lo político. La diferencia está en el grado de contención: Lacasa y Cáceres apuestan por la elipsis, por la palabra justa, por la sugerencia. No buscan escandalizar ni aleccionar, sino desvelar los mecanismos invisibles de la cultura emocional y financiera en que vivimos.

El accidente y La ficción del ahorro no necesitan grandes giros ni acontecimientos espectaculares. Ambas muestran cómo lo más importante suele pasar en silencio: un pensamiento que se repite, un dinero escondido, un gesto malinterpretado. Reflexionan sobre los relatos que se  crean para dar forma al caos y así protegerse de la intemperie de lo real. El amor y el dinero, en estas novelas, ya no son garantías, sino dispositivos narrativos con los que lidiar con la incertidumbre.

Estas dos obras confirman que, a veces, la literatura más significativa no necesita volumen, sino precisión. Y que las ficciones —cuando se las desarma— siguen revelando, con crudeza y belleza, las formas en que se sobrevive, aunque sea, mediante el autoengaño.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ


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