CELINE SONG DESCARRILA HACIA EL TÓPICO

 


CRÍTICA DE CINE

'Materialistas'  (Celine Song. Estados Unidos, 2025. 109 minutos)

Continúa la cartelera veraniega ahondando en la escasez creativa envuelta en películas de gran presupuesto pero exentas de ideas. Cuesta acudir a unas salas donde la premisa es ofrecer productos envueltos en artificio que, pese a la inversión, carecen de frescura y originalidad. Claro que hay películas buenas, pero no reciben respaldo ni aguantan en cartelera. Todo esto empeora de forma vertiginosa.

Tras el éxito de Vidas pasadas (2023), Celine Song afrontaba la prueba complejísima que supone una segunda película. Materialistas (2025) llega con un reparto de lujo encabezado por Dakota Johnson, Pedro Pascal y Chris Evans, y con la promesa de renovar la comedia romántica desde una óptica crítica hacia el capitalismo y el modo en que condiciona las relaciones afectivas. El resultado, sin embargo, es muy pobre.

El relato se centra en Lucy, interpretada por Dakota Johnson, una sofisticada casamentera neoyorquina que entiende el amor como un intercambio de intereses. Su trabajo consiste en calcular compatibilidades con la misma lógica con que se diseñan contratos o balances económicos. En medio de su rutina surge un triángulo amoroso: por un lado, el magnate elegante y seguro que encarna Pedro Pascal; por otro, el exnovio bohemio e inestable interpretado por Chris Evans. Entre ambos se despliega la tensión de elegir entre seguridad material o deseo auténtico.

El planteamiento podría resultar atractivo, pues aborda una cuestión contemporánea: hasta qué punto las decisiones amorosas se ven atravesadas por la estabilidad económica, la clase social y las expectativas de consumo. La película propone, en apariencia, una mirada lúcida sobre el amor como transacción. Sin embargo, lo que comienza con una idea prometedora pronto se acomoda en el terreno más reconocible del género. ¿Era necesario que la dirección se apoyase en los tópicos que dominan la comedia romántica? Nada en ella demuestra novedad ni se aparta del patrón marcado por cualquier producción de sobremesa.

El gran acierto de Materialistas es la interpretación de Dakota Johnson. Su Lucy está construida con un equilibrio notable entre sofisticación y vulnerabilidad. Consigue transmitir la contradicción interna de una mujer que defiende la lógica del capital mientras anhela una forma de afecto más sincera.

A su lado, Pascal —tan omnipresente en la industria y con tan poco que ofrecer en esta ocasión— despliega una versión prototípica del hombre que lo tiene todo: riqueza, aplomo y prestigio social, aunque con complejos ocultos. Evans, por su parte, encarna con calidez al hombre que representa la vida modesta y el romanticismo ingenuo. El triángulo queda definido y resulta fácil de leer, pero la química entre ellos no siempre funciona. El conflicto se percibe más teórico que emocional.

El mayor lastre de la película es su dependencia absoluta de los clichés del género. Desde los lujos en Manhattan hasta las confesiones repentinas de amor, el guion no evita ninguno de los lugares comunes de la comedia romántica. La propuesta pretende cuestionar el amor como transacción económica, pero al mismo tiempo reproduce la misma estructura que tantas veces se ha visto. Esa contradicción resta frescura y convierte la sátira en un ejercicio incompleto. Lo que podría haber sido un relato incisivo sobre las tensiones entre afecto y dinero termina convertido en un catálogo de escenas conocidas, revestidas con una estética elegante pero incapaz de trascender.

Un aspecto particularmente impostado —y son ya demasiadas imposturas— es la inclusión de una subtrama de maltrato. La agresión que sufre una de las clientas de Lucy añade gravedad al relato y pretende mostrar el reverso peligroso del mercado de citas. Sin embargo, la forma en que se introduce no logra integrarse con naturalidad en el conjunto. Más que enriquecer el conflicto principal, funciona como un injerto forzado que rompe el tono sin llegar a desarrollarse plenamente.

Materialistas es incapaz de alcanzar la hondura emocional de Vidas pasadas, que, sin ser esa película extraordinaria que se elogió en su momento, sí ofrecía momentos de verdadero interés. Celine Song proponía ahora una reflexión pertinente sobre cómo el dinero, la clase y el estatus atraviesan el amor en la sociedad contemporánea. Pero, en lugar de incomodar o profundizar, el relato termina refugiándose en los esquemas más seguros de la comedia romántica.

El resultado es una obra menor: elegante en la superficie —gracias a sus localizaciones—, pero deficiente en el fondo. Una película que confirma que, cuando se renuncia al riesgo y se apuesta por el tópico, el cine se convierte en un producto más dentro del escaparate.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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