CRÍTICA LITERARIA
El secreto de Marcial.
Premio Nadal 2025
Editorial Destino.
Páginas:256
La
literatura premiada genera una doble expectativa: se espera de ella -al menos-
calidad narrativa, pero también cierto deslumbramiento, una revelación, un eco
que permanezca. Cuando una novela galardonada no cumple esa promesa, aflora una
duda vieja: ¿los premios distinguen lo mejor o simplemente lo más publicable? El
secreto de Marcial, de Jorge Fernández Díaz, Premio Nadal 2025, no escapa a
esta tensión. Es un libro fluido, bien escrito, emocionalmente delicado. Pero
también, por momentos, largo, reiterativo, más eficaz que conmovedor. Su
verdadera fuerza, sin embargo, reside en un aspecto inesperado: la manera en
que el cine funciona como nexo vital, afectivo y narrativo.
Lejos
de las tramas de espionaje o de los artificios de la novela policial, El
secreto de Marcial se estructura como una investigación emocional. Un hijo
adulto, escritor argentino, intenta reconstruir la figura de su padre muerto,
un asturiano emigrado, trabajador metódico, hermético, con el que compartió muy
pocas palabras, pero muchas sesiones de cine. Marcial no hablaba de sí mismo,
ni de su pasado, ni de sus emociones. Pero en el ritual de ver películas
juntos, se filtraban los afectos.
Esa
educación sentimental e intelectual se dio en la penumbra de la proyección. Es
en esa experiencia compartida donde el narrador cree encontrar la clave para
comprender a su padre. La novela se convierte, así, en una indagación post
mortem: no busca resolver un crimen ni revelar un gran secreto político, sino
entender por qué un hombre elige el silencio, cuál es el dolor que lo vuelve
opaco, qué amor hay en esa forma inexpresiva de estar.
El
cine es el verdadero centro de esta historia. No aparece como decorado cultural
ni como simple telón de fondo generacional. Es el lenguaje secreto entre padre
e hijo, el canal afectivo, la forma en que ambos aprenden a leer el mundo. Las
películas que Marcial elegía -o ponían- no eran al azar: con ellas se
comunicaba. Eran clases de humanidad..
El
narrador recuerda Los mejores años de nuestra vida, Los pájaron, El tercer hombre... No se trata de
referencias eruditas, sino de códigos compartidos. Para ese niño, y luego
adolescente, que fue el narrador, el cine se convierte en una guía de conducta,
una forma de interpretar los gestos del padre y también de formarse a sí mismo.
El
protagonista siente que su existencia está compuesta de escenas que alguien
podría estar rodando: hay una autoconciencia narrativa que moldea su forma de
mirar, hablar, amar. Esta dimensión de "vida filmada" no se presenta
de forma cínica ni posmoderna, sino como una necesidad de organizar el caos
vital mediante estructuras conocidas: planos, secuencias, clímax, giros.
Es
también una forma de darle sentido al duelo. Al imaginar que la vida tiene una
forma narrativa, el protagonista puede intentar leer su pasado como quien
interpreta una película: buscando escenas clave, silencios reveladores, objetos
cargados de significado. El secreto de Marcial, entonces, no es una clave que
se revela de golpe, sino una red de gestos, ausencias, elecciones.
Aunque
el libro está contado con un estilo sereno, directo, e incluso ligero por
momentos, en el fondo es la historia de un escritor que no sabe cómo contar la
historia de su padre. La escritura se convierte en acto de amor y también en
exorcismo. A través de sus recuerdos, de las conversaciones con la madre, de la
relectura de cartas, de su viaje interior, el narrador va despojándose de todo
artificio para llegar al núcleo afectivo: el hijo que intenta abrazar al padre
ya muerto.
La
novela avanza en espiral, sin grandes sobresaltos. La fragmentación permite
alternar recuerdos, escenas del presente, evocaciones cinematográficas,
meditaciones. Sin embargo, ese tono uniforme, casi monocorde, si bien coherente
con el clima de introspección, puede resultar excesivo. Hay pasajes
reiterativos, escenas que no aportan novedad, digresiones que se sienten más
como notas personales que como parte de la novela. Esta sensación de
"alargamiento" puede atenuar el impacto emocional de ciertos momentos
potentes.
Jorge
Fernández Díaz es un escritor experimentado. Su estilo combina claridad,
fluidez y cierto didactismo. No hay experimentalismo ni barroquismo. Tampoco
hay frases memorables. Todo está narrado con corrección, con sensibilidad
contenida, con dominio del ritmo. Eso hace que el libro se lea con facilidad.
Pero también puede dejar la impresión de que hay más oficio que riesgo.
Volvamos
al interrogante inicial: ¿premian los premios lo mejor? En este caso, el Premio
Nadal parece haber apostado por una novela clásica, emocional, introspectiva,
bien escrita, sin estridencias. No es una obra revolucionaria ni una joya
estilística, con sensibilidad reconocible. El cine como nudo afectivo, la
figura del padre como enigma y herida, el duelo como ejercicio narrativo: todo
eso construye una novela más para la familia que para el lector, aunque no por
ello esté ausente la posibilidad de epatar.
La gran virtud de El secreto de Marcial está en su modo de mostrar cómo el cine puede modelar una vida. No sólo la del personaje, sino también la del lector. En una sociedad donde las experiencias visuales han reemplazado muchas veces al diálogo familiar, la novela propone una lectura nostálgica pero certera: las películas también educan, abrazan y salvan. En una propuesta textual que no estremece, ni emociona de manera radical, deja una idea sugerente final: el cine no imita la vida, la explica.
IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ
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