'LA VIDA DE PI'. El sermón del tigre



CRÍTICA DE CINE

'La vida de Pi' (Ang Lee. Estados Unidos, 2012. 127 minutos)
Cada nueva producción de Ang Lee sorprende por los derroteros que toma. Es el americano de origen taiwanés un director que se niega al encasillamiento y de impredecible comportamiento. Así ocurre con ‘La vida de Pi’, su empeño más personal hasta ahora y que a nivel técnico le enfrentó a un reto hiperbólico: dotar de algo de sentido y un poco de lógica al 3D, un sistema que ya se puede definir como un monumental fiasco.

El cineasta teje su particular reflexión existencial ‘new age’ a partir de un cuento de Yann Martel, sin demasiado eco por estas fronteras.  Lanza al espectador un sermón sobre la convivencia de religiones, la importancia de la fe y la necesidad de creer para resistir. El discurso suena ligero y se muestra con poca sutileza. De inicio, el protagonista se empeña en disuadir a su interlocutor (un periodista canadiense que busca escribir la obra de su vida)  de la existencia de Dios. El método que usa para convencerle es explicarle su peripecia, lo que introduce a ‘La vida de Pi’ en otra vía. El barco en el que viajaba el protagonista cuando era un adolescente se hunde. La tragedia deja escenas sobrecogedoras, nada que envidiar al clímax de ‘Titanic’. El 3D no solo aporta picante, es un recurso narrativo eficaz. La tormenta deja como restos la nada desdeñable relación entre Pi y un tigre, pautada convenientemente por Lee. Cada secuencia adquiere un tono simbólico, a modo de fábula existencialista.

El 3D regala imágenes únicas, como el asalto de una ballena juguetona o las ofrecidas desde esa isla que en nada tiene que envidiar a aquella que ocuparan los supervivientes de ‘Lost’. La simbología religiosa no desaparece en este tramo, aunque pueda pasar desapercibida ante la conmovedora relación que se establece entre el joven y el felino. Es inevitable, por ejemplo, no pensar en el Arca de Noé (el barco trasladaba animales de un zoo) ni en los señales que un ser todopoderoso envía en forma de rugidos de la naturaleza.

Una vez anclado el núcleo del relato, ‘La vida de Pi’ vuelve al presente para responder a la pregunta que dejó abierta al principio. Todo apunta a una dirección, a donde quiere llevar Lee al espectador, todavía exhausto y sobrecogido por lo vivido, y ya, probablemente, sin la necesidad de que le sermoneen.  Desafortunadamente así sucede, como un sopapo en forma de diálogo. Entre esos dos extremos se mueve un trabajo logrado en lo visual y en puntuales lances afectivos y prescindible por las ideas sermoneadoras que, sin pudor, lanza a bocajarro.  
RAFAEL GONZÁLEZ

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