CRÍTICA DE TEATRO
'Biofobia'
Compañía: El Crujido
Autor, dirección e interpretación: Emilio Rivas
Escenario: Espacio Labruc (Madrid)
Esta es la historia de un hombre que se ahoga, que lucha por mantenerse a flote y que se esfuerza en no parar de moverse y hacer gestos para que lo rescaten. Mientras, en la orilla, los demás bañistas comentan cómo se divierte este hombre, qué bien se lo pasa, que él si que sabe aprovechar un día de playa. El socorrista se acerca con una media sonrisa, le da una palmadita en la espalda y mientras se vuelve hacia tierra le dice que no se preocupe, que todo irá bien, que basta con pensar positivamente, con creer en la capacidad de flotar de los cuerpos.
Esta es la historia de un hombre que se pregunta si merece la pena seguir nadando.
Emilio Rivas presenta su nuevo montaje, ahora con Compañía El Crujido- tras la ácida 'The Powers' y 'Padre/Hijo/Gato', ambas con Kalashnikov Teatro- en la que es autor, director e intérprete (con la colaboración silente del Sr. Williams).
Lo primero que se debería decir, y agradecer enormemente en estos tiempos que corren, es que se trata de un montaje valiente, mucho, tanto a nivel textual como escénico e interpretativo, que no se guarda nada, que no ahorra ni un gramo, con todas las virtudes y los defectos que esto conlleva.
Emilio va desgranando los capítulos de la vida de un hombre aparentemente feliz, pero profundamente solo en realidad, que ha hecho de esta soledad casi una patria que añorar (maravilloso el parlamento inicial), que sufre de una angustia física, que no hace más que mandar señales de auxilio que nadie parece ver.
El personaje, a través de estos capítulos (a veces un poco deslavazados y quizás excesivos para abarcarlos todos por igual), relata sus pérdidas, sus frustraciones, la rutina del trabajo alienante, la incompatibilidad y la escisión palpable con este modelo de sociedad cruel y despiadada.
Es el relato de alguien que todavía no se ha rendido y sigue bailando sobre el ring, baila pero no se engaña, está alejado de todo concepto del “pensamiento positivo”, del “todo saldrá bien si te esfuerzas lo suficiente”; la experiencia de las derrotas le ha demostrado que las cosas no salen bien solo por tener fe, que no depende solo de uno mismo, que la derrota por KO, de la caída inconsciente sobre la lona, es una posibilidad importante que, quizás a veces, solo se puede elegir cuándo bajar los guantes, elegir cuándo será el último golpe.
Y en ese combate donde Emilio introduce al público es un combate nada limpio, lleno de sangre y de sudor. El actor se crece (y con razón) por momentos ofreciendo grandes escenas- la del pez es un ejemplo claro- con un gran trabajo físico. Mantiene la vitalidad la aproximada hora y media que dura el espectáculo, transitando de la desesperación a la ironía. Baila, se retuerce, se dispara para acto seguido volver a la calma para hablar con el Sr Williams, sabe cuándo hay que marear al contrario, cuándo tomar aire y estudiarlo y cuándo intentar golpear, le va la vida en ello.
Cierto es que a veces peca de excesivo dramatismo en algunos pasajes y que en algunos momentos puede llegar a lo obsceno (aquello que se debería quedar fuera de la escena) que restan eficacia a lo que cuenta en ese instante, como si faltara algo de distanciamiento. Problemas de acometer en soledad todo el trabajo.
Pero hay que insistir, se trata de un montaje valiente, honesto, en el que Emilio Rivas arriesga todo y sale bien parado, en el que el público puede sentir todo lo humano y animal del personaje. Un hombre que no sabe si se ahogará, pero que ha decidido no dejarse ni un gramo de aire en los pulmones.
BENJAMÍN JIMÉNEZ
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