CRÍTICA DE TEATRO
'Duet for one'
Autor: Tom Kempinski
Dirección: Juan Pastor
Teatro Guindalera (Madrid)
Nada mejor y más recomendable para celebrar la década de existencia del Teatro Guindalera que Juan Pastor se haya decantado por un texto tan sobrio a la vez que impulsivo como el escrito por Tom Kempinski. Pese a que los nombres de los protagonistas difieren, la realidad es que los personajes pueden jugar a ser la prestigiosa violonchelista, Jacqueline du Pre, su psiquiatra y, por referencias, el pianista y director Daniel Baremboin.
Todo tiene lugar tras la depresión que sufre la prestigiosa violonchelista Stephamie Abraham tras su esclerosis múltiple. La obra se centra en las sesiones a las que acude con un psiquiatra que le ha recomendado su marido. La puesta en escena que plantea Pastor es aparentemente sencilla pero está calibrada para que no se necesite nada más. El despacho del psiquiatra es donde las máscaras caen y las angustias van a comenzar a devorar el aparente sinsentido que es un día a día con un final que no da tregua. El orden siempre se establece con la llegada en silla de ruedas de Abraham y el espectador asiste a sus devaneos emocionales aquejados de miedos y de inseguridades. Como transición se emplean diferentes piezas musicales que dan empaque a una estructura muy formalista pero eficaz.
El trabajo realizado por María Pastor en esa especie de alter ego de Jaqueline du Pre es notable. La estridencia es tan necesaria como medida. Sus derrumbamientos envueltos en devaneos emocionales captan la emoción de una vida que comienza a dejar de tener sentido. Todo lo que le daba consistencia se va cayendo y no hay de forma de frenar ese desasosiego que avanza cruelmente. Juan Pastor defiende al psiquiatra desde un distanciamiento que en ocasiones puede resultar un tanto chocante, aunque crucial para que las emociones salgan a flote. Cada mirada dialoga con unos gestos que transmiten una complicidad necesaria entre ambos intérpretes.
Enfrentarse a la verdad, saber decirla, escucharla, renunciar, asumir, odiar, llorar, gritar y música, mucha. Una música que en cierta medida era todo en una vida y que ahora al escucharla no ofrece consuelo, solo dolor. Las palabras dichas con precisión por boca de un templado Juan Pastor abren cicatrices y destapan la chistera de ese terror al que hay que enfrentarse para intentar asumir lo que será una crónica destemplada y sin consuelo de ese sobrevivir diario sabiendo que ya nada podrá ser ni aproximarse a lo que fue.
Con la caja de Pandora abierta se producen cambios y la interpretación de María Pastor es tan compleja como excelente. Otorga sentido y voz a unas entrañas desnutridas que se van anclando en la desidia de una nueva cotidianidad tan lacerante como repulsiva para lo que fue ella. La música y los recuerdos se conjugan en una cruzada que jamás es moralista. Todo está puesto en escena con delicadeza. No hay exceso, solo teatro al natural, valiente. Dos rostros que se miran, que se increpan, que se necesitan para avanzar.
Grandísimo montaje para celebrar la fabulosa vida de un teatro que lucha y subsiste con elegancia, talento y verdad.
IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ
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