'EL TESTAMENTO DE MARÍA'. Un texto prodigioso



CRÍTICA DE TEATRO

'El testamento de María'
Autor: Colm Tóibín
Adaptación y dirección: Agustí Villaronga
Teatro Valle-Inclán (Madrid

Para su debut teatral, el director Agustí Villaronga ha seleccionado y adaptado un texto que no tiene fisura alguna. El aplomo que debe proporcionar el  trabajo con una base tan estimulante aporta una tranquilidad poco corriente. El director y la actriz solo deben centrarse en esa labor común sin poner en entredicho una sola coma de Tóibín, lo demás queda ya en las angustias y elucubraciones por las que deseen apostar escénicamente.

Indagar en un personaje instalado en la memoria común como es la Virgen María es un arma de doble riesgo, y más teniendo en cuenta el tratamiento tan poco común que se realiza del personaje. Curiosa apuesta, porque pese a ser arriesgada no llega a ser irrespetuosa. Para el envite de María, es Blanca Portillo quien asume el complicado reto. No hay duda, Portillo es una actriz notable, pero en su composición de María se aleja de ese dolor que puede provocar la lectura del texto. Hay demasiados momentos en los que su trabajo está llevado a una intensidad que roza la sobreactuación y eso puede poner una distancia con la María de Tóibín. La amargura y el dolor con el que la madre del Mesías transita por su pasado y presente no llega a ser tan palpable en la puesta en escena. Posiblemente la hondura de ese dolor que atraviesa su día a día no sea más que algo por lo que se pasa sin el verdadero detenimiento. La decepción de María como madre en muchos instantes pasa de puntillas, una lástima que todo lo que acontece en las bodas de Canán sea resuelto sin el detenimiento necesario.

El ritmo del montaje es algo discontinuo. Comienza de un modo pausado para posteriormente acelerarse en busca del impacto emocional. Pese a representarse en un espacio pequeño, el espectáculo no se siente próximo. La escenografía de Frederic Amat simulando su casa de Éfeso ofrece demasiada distancia. Ese retablo se antoja excesivamente grande para representar algo más ligado con lo íntimo que con lo generalista. Puede entenderse que se haya utilizado para aportar dinamismo al montaje y que Portillo entre y salga del retablo con diferentes objetos, pero es posible que no fuese necesaria tanta distracción cuando se posee un texto con el que lo único que debe hacerse es respetar el ritmo de las palabras del autor irlandés.

El diseño de sonido es bueno, al igual que la iluminación. La música acompaña bien, pero no se puede decir que se trate de un montaje que vaya más allá de lo correcto. Agustí Villaronga siempre ofrece algo diferente en cada una de sus propuestas –hasta ahora cinematográficas y televisivas-. En esta ocasión es posible que el trabajo se haya quedado en una apuesta más que en algo terminado.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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