CRÍTICA DE CINE
'El Hobbit: la batalla de los cinco ejércitos' (Peter Jackson. Estados Unidos, 2014. 144 minutos)
Peter Jackson ya puede descansar. Y el espectador, hasta el más entusiasta seguidor de Tolkien, también. La trilogía de más de siete horas montada sobre un libro de apenas trescientas páginas ha sido una paliza para los sentidos, una prueba de resistencia, un deleite en asuntos técnicos. El trayecto ha sido largo y exhausto. A paso paquidérmico se ha llegado a la conclusión, ‘La batalla de los cinco ejércitos’. Aquí Jackson ha obrado el milagro. Ha sacado punta donde ya no quedaba mina y otra vez la longitud de la pieza roza las tres horas sin que el ritmo decaiga casi en ningún instante.
La tercera parte de la trilogía es sin duda la más entretenida del grupo. Ya en la entrega anterior quedó claro que los personajes no iban a evolucionar lo más mínimo a excepción de ese Thorin corrompido por la avaricia. Son los instantes protagonizados por el monarca bajito los que dan el tono épico que requería la saga, a la que le ha sobrado diálogo de concilio, bonhomía y sí más grisura, incluso dar alguna pincelada más a cada uno de los componentes de la comunidad apadrinada por Gandalf. En ese sentido, una pena que en esta última parte la imaginación de Jackson y sus guionistas no haya dado un paso más y se haya atrevido a mostrar algo más que una caricia entre el enano y la elfo tiernamente enamorados. Quizá hubieran saltado chispas entre los adictos a Tolkien y Jackson no ha querido meterse en más líos.
El 'Hobbit 3' es lo más cercano al videojuego que se ha visto últimamente por las pantallas. Para prueba, esos exhaustivos unos contra uno de su recta final que a más de un nostálgico recordarán al 'Street Fighter'. La batalla que da título al filme también es de proporciones mastodónticas y ocupa tantas megas como minutos. A destacar el asalto orco a la ciudad, puesto que de la batalla en la planicie apenas se dejan ver unos cuantos planos aéreos que dan constancia del minucioso trabajo de pantalla y teclado al que se dedicaron con fervor una plantilla de diseñadores. Es en la urbe donde se cuelan resquicios de humanidad, de sentimiento, que tan necesarios son en este tipo de productos, aunque la banda sonora le ponga tantos obstáculos a la emoción. Es agotadora en su deseo de mostrar al espectador el punto en el que debe conmoverse. Y eso que ‘El Hobbit’ es una saga fértil para el disfrute del adulto, siempre que se le deje un pequeño espacio que tanto se echa de menos en esta trilogía en la que abundan desafortunadamente los apuntes infantiloides, casi todos protagonizados por un Bilbo Bolsón que en esta tercera entrega está tan desubicado que casi sobra.
Más enanos y menos sentimentalismo es una de las muchas peticiones que se le pueden hacer a Jackson. Cada uno tendrá las suyas, es una obviedad, pero en cualquier caso no deben desmerecer el trabajo que hay detrás de esta trilogía, ni el ímpetu mostrado por el cineasta neozelandés. Desde luego, se echará de menos que en las próximas fechas navideñas, las de 2015, no haya un hobbit sonriendo en la cartelera.
RAFAEL GONZÁLEZ
2 Comentarios
Es curioso pero lo del videojuego es una constante. Crítica algo entusiasta para lo que ofrece jackson, es muy decepcionante creer q se está jugando y no disfrutando del celuloide, son casi más adecuadas para la televisión pq los fallos son menos apreciables
ResponderEliminarGran redacción en la exposición, le felicito por hacer una crítica tan en positivo.
Andrés Expósito
Es cierto, lo del videojuego es casi obsesivo, y tocando diferentes géneros. Está el plataformero, con el elfo saltarín como máximo exponente, el 'shooter' (ese disparo al blanco con el dragón como objetivo), de lucha (el duelo Thorin-Azog es más propio de un Virtua Fighter) y por supuesto el RPG, con la comunidad dando brincos por la Tierra Media.
ResponderEliminarPero no se le puede negar a Jackson, pese a todo, el sentido del espectáculo. Lo desborda.
Gracias por el comentario y un saludo,
Rafa