CRÍTICA DE TEATRO
'Las heridas del viento'
Autor: Juan Carlos Rubio
Teatro Lara (Madrid)
Hasta el 17 de diciembre
El teatro off está de moda, ante la crisis parece haber un resurgir de la escena alternativa madrileña. Nacen nuevas salas independientes y pequeñas. Se intenta una cercanía al espectador, un nuevo teatro de cámara.
Los periódicos y los culturales lo celebran y dan la bienvenida a este auge escénico que ofrece tanta variedad, al menos numéricamente. Hay crisis, pero siempre estos periodos suponen una oportunidad, vienen a decir. Independientemente de si es una explosión de creatividad o de precariedad, el fenómeno está ahí. Y toca apuntarse.
Así se presenta esta obra, como un espectáculo off (el Teatro Lara ha habilitado un espacio alternativo para dar cabida a estos formatos. Off no es independencia o innovación vienen a decir, solo tamaño y formato). Y el problema es que igual que se ha montado de esta forma se podría haber hecho a la italiana; es decir, no hay un estudio del espacio, de la disposición del público, de la escenografía y su uso. Confunden estar cerca con cercanía del actor. No se establece una nueva forma de dialogar, de comunicar.
'Las heridas del viento' parte de la figura del padre que al morir se descubre que no era tal como le conocían sus familiares. En este caso su hijo menor se encuentra unas cartas de un supuesto amante homosexual. Amor, algo desconocido para la familia, infidelidad y y homosexualidad, más que suficientes sorpresas como para encontrar al desconocido amante e intentar aclarar que ocurrió y sobre todo, quién era su padre y ahondar en ese posible sentimiento de amor que jamás dio a sus hijos ni a su mujer.
Empieza así una serie de encuentros en los que se trata la cuestión. El texto combina pasajes buenos con otros bastantes más débiles y a veces es en exceso demasiado e intencionadamente teatral, lo que hace que chirríe y pierda naturalidad.
Kiti Mánver realiza de una forma más que notable en su papel de hombre homosexual, contenida y transitando entre la fragilidad, la ironía y el cinismo del hombre desengañado y derrotado, del homosexual que sufrió un régimen como el franquista que le hizo ocultarse durante tanto tiempo y al que la “liberación” no le ha supuesto la felicidad. Y sin embargo, se tiene la sensación de que su personaje juega con la emotividad, que apela a la sentimentalidad del público. Ahí parece ser el único momento en que se juega con el espacio, aunque se le puede achacar que tenga cierto olor a trampa.
Dani Muriel está correcto, yendo de menos a más. Sin embargo le lastra que su personaje está concebido casi sin cambios, plano, y ni él, ni la dirección, logran darle los matices necesarios.
La dirección toma decisiones que cuesta entender, como esa música a través de móvil cuándo se recrean escenas de una época en que no existían. Uso de luces y roturas de cuarta pared que no tienen ninguna justificación y que formalmente tampoco aportan nada.
Teatro a lo alternativo pero que busca una comercialidad obvia. Un texto desigual y un montaje que si acaso merece la pena ver es por el trabajo de Mánver y algunos momentos verdaderamente irónicos y con mala leche de su personaje.
BENJAMÍN JIMÉNEZ
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