'CUANDO DEJE DE LLOVER'. Ecos cíclicos bien dirigidos



CRÍTICA DE TEATRO

'Cuando deje de llover'
Autor: Andrew Bovell
Dirección: Julián Fuentes Reta
Naves del Español-Matadero (Madrid)

El fenómeno exitoso que ha suscitado el texto de Andrew Bovell a nivel mundial llama la atención. ‘Cuando deje de llover’ es una obra muy  ambiciosa y pretenciosa en la medida que abarca cuatro generaciones de una familia, desde 1959 a 2039, alternando la acción entre Europa y Australia. Esta propuesta valiente no es compacta en sí misma debido a una idea de creación textual basada en una precisión que no permite fisuras en su entramado. Dramaturgia cerrada a los puntos suspensivos de la casualidad y del acontecer diario. Esta premisa se aleja de su osadía vital y sus propias resoluciones no son todas acertadas.

La exposición de los acontecimientos jamás despista al espectador y el juego entre tiempos es inteligente y efectivo. La dirección de Fuentes Reta es perfecta. El talento mostrado para desarrollar el texto de Bovell es casi infinito. Lo importante es la historia y Fuentes Reta no carga el escenario con utilería absurda, más bien lo despoja de cualquier estorbo y todo lo que es manipulado en escena siempre tiene una relación causal con lo expuesto. Mesas, sillas, paraguas, copas de vino, maletas… nada recargado, todo práctico y contundente para facilitar el desarrollo de un texto complejo. Los temas tratados en la obra son tan variados como las propias vidas en sí, pero es capaz de proporcionar un abanico temático que ahonda en temas altamente delicados, como puede ser la pederastia, de un modo nada ofensivo y sí repleto de sutilezas extraordinarias. El momento en el que se descubren ciertos acontecimientos escabrosos –sobre la citada pederastia- es el mejor instante de la función. El desafío interpretativo es sobresaliente y todo se plantea con dolor, casi simulando un duelo de pistoleros con la palabra en el crepúsculo. 

El error como algo común, la huida, la derrota, el arrepentimiento, la vuelta al error, la soledad, los sentimientos no correspondidos, la ausencia de padre, la lluvia, la sopa de pescado, las pulsiones internas, el deterioro familiar, las preguntas sin respuestas, el ahogo vital. Para expresar tal viaje emocional el reparto se ha cuidado y todos merecen mención especial. Se consigue que el trabajo actoral sea contundente y jamás excesivo. Sus intenciones no ahondan en ese sustrato melodramático que campea por determinados momentos textuales. Hubiese sido extremadamente sencillo caer en ellos. 

La iluminación, la música y la escenografía son parte primordial en el éxito de la propuesta. Los elementos caminan de la mano creativa para fundirse en un conglomerado vital nada sencillo. Espectáculo irreprochable en su trabajo escénico pero que se asfixia en una propuesta textual que por momentos se excede en coincidencias rimbombantes y en anhelos de jugar con el artificio en una idea de corte eminentemente naturalista. La resolución de Bovell es que todo quede perfectamente cerrado con una pequeña luz final. Esta decisión resta fuerza a una idea de obra, en la que la familia es el motor del conflicto –aderezado por el destino del error continuo- y en el que las idas y venidas no se resuelven de un modo tan sencillo.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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