'TRUMAN'. Amigos hasta el final



CRÍTICA DE CINE

'Truman' (Cesc Gay. España, 2015. 108 minutos)

Durante un tiempo Cesc Gay supuso una garantía. En su cine había algo que escaseaba y ya apenas se percibe. La palabra es verdad. En cada una de sus películas había algo especial y que le diferenciaba de tantos otros directores de su generación, un toque que combinaba naturalidad y frescura. Aunque la crítica le encumbrara con ‘En la ciudad’, fue con ‘Ficción’ (2006) cuando tocó techo, aquella magistral radiografía de una historia de amor no consumado. Desde entonces se busca a aquel autor de diálogos punzantes, visceralidad contenida y capaz de emocionar al más insensible desde lo aparentemente intrascendente. Tres películas más tarde, ‘Truman’ (2015) confirma a un director rendido a su propio estilo, estirado ya en exceso y rebajado por las buenas intenciones y por la necesidad de atrapar fotogramas de actores que se suelen situar por encima de las historias. Es el caso de Ricardo Darín, ya un subgénero en sí mismo, y Javier Cámara, que por muy contenido que se presente, como es el caso en ‘Truman’, quiere y emana intensidad donde quizá no se precise. 

‘Truman’ es una película de aquellas que buscan al público, que lo persiguen si llega al caso, tan deseosa que está de no disgustar. Partiendo de una propuesta esquiva y amarga, dos amigos que se reencuentran debido a la enfermedad terminal de uno de ellos, el tono se va progresivamente dulcificando. Se eluden los aspectos menos agradables y se queda en la acumulación de  anécdotas y escenas aisladas. Gay quiere conmover desde la sonrisa, dando todo el protagonismo a un Darín que en este terreno se mueve como pocos. A nadie le extrañaría que la película resultara la misma sin la presencia del personaje de Cámara, mero figurante pasivo y protagonista de una subtrama ridículamente zanjada, tan de sitcom, con una familiar de su colega. ‘Truman’ deniega información sobre ambos personajes y solo se sabe lo que se ve durante esos cuatro días por un Madrid luminoso de desayuno en barra de bar y breve y poco relevante escarceo por Amsterdam. La historia se sitúa así en el polo opuesto de otras con semejante punto de partida como la alemana ‘Stopped on track’, dura, pétrea, auténtica, o, desde otra rasante, la lírica y por tan subrayada ineficaz ‘Mi vida sin mí’.

Anular cualquier referencia al pasado de los personajes y a los síntomas de una enfermedad terminal le resta honestidad al conjunto. Es cierto que Cesc Gay ha conseguido con ‘Truman’ lo propuesto, una historia amable de perfil y de la que el espectador puede que salga del cine convencido de su sensibilidad, pero lo cierto es que el que todavía guarde en la retina aquel beso de pasión imposible entre Eduard Fernández y Montse Germán o aquellas historias cruzadas rebosantes de dolor de ‘En la ciudad’ cambiaría esa bonhomía y ternura por algo más de profundidad.  

RAFAEL GONZÁLEZ

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