CRÍTICA DE TEATRO
'Reikiavik'
Autor y dirección: Juan Mayorga
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Dos desconocidos juegan una partida de ajedrez en un parque. Esta partida forma parte de una ceremonia, reproducen las partidas del campeonato mundial entre Spassky y Fischer celebradas en Reikiavik en 1972. No sólo las partidas, también todo lo que ocurrió alrededor, las declaraciones de los jugadores, el ambiente, los gobiernos. Esta ceremonia se celebra cuando ambos coinciden en el parque y lo que ahí ocurre no es contaminado por la vida cotidiana de cada uno de los contendientes. Cada vez es distinto, no lo que ha de pasar, sino la forma de desarrollarlo, de narrarlo. Hasta los personajes se intercambian, aunque cada uno tenga cariño por el otro en particular.
En esta ocasión, entra en juego otro personaje, un adolescente saltándose las clases. Este personaje será el testigo de esta final de ajedrez y estará llamado a tomar el relevo de uno de ellos.
Con este argumento, que levemente recuerda a la película “En busca de Bobby Fischer”, Mayorga plantea, como hiciera “En cartas de amor a Stalin”, al individuo superado por el acontecimiento histórico. Así ambos jugadores dejan de ser únicamente Fischer y Spassky para convertirse en la representación de sus dos países, gobiernos, de dos visiones del mundo. Se crea de esta forma una dialéctica entre el individuo, sus aspiraciones, y lo que los demás esperan de ellos. Tensión que se acentúa en cuanto ninguno de los dos personajes se identifica totalmente con su sistema y se encuentran aislados en la capital islandesa.
En el escenario se crean tres conflictos: el de los dos jugadores entre sí y su entorno y el de los dos personajes que recrean esta partida en el parque. Y el ajedrez, el tablero, como único espacio de paz y de verdad.
Los diversos planos de conflicto, los numerosos personajes que han de interpretar los actores, la temática (la final del campeonato del mundo de ajedrez no suena apasionante, las cosas como son) podrían hacer prever un montaje farragoso y tendente a lo intelectual. Sin embargo, el ritmo es trepidante, las transiciones de lugar y de cambios de personajes son casi todas fluidas. Chirría un poco la figura del estudiante, puesto ahí simplemente como línea de fuga, como una solución ante el problema de a quién dirigir lo que se cuenta. Es un mero espectador al que el intento por parte de Mayorga de darle un peso en la historia parece forzado. Algo que lastra también el trabajo de la actriz que da vida a este personaje, es difícil que encuentre su sitio y está a remolque del gran trabajo de sus dos compañeros.
A este ritmo ágil y fluido contribuye mucho la apuesta por una escenografía muy sencilla, apenas una mesa y sillas en el centro, que igual sirve como mesa del parque, la habitación del hotel o el sótano donde se realizan algunas de las partidas finales. Esa sencillez permite adaptarse a los cambios de lugar sin necesidad de cambiar nada. La iluminación y el espacio sonoro también siguen esa línea de sencillez, aunque en este caso cumplen una función meramente funcional de la que quizás se pudiera haber sacado algo más.
'Reikiavik es un montaje más que eficaz, sabe mantener el ritmo y en algunos momentos alcanza la brillantez con unos diálogos dignos del mejor Mayorga. Los dos protagonistas realizan un buen trabajo, bien dirigidos, con un texto en el que podrían haber caído fácilmente en la comodidad de transitar supeficialmente por cada uno de los personajes.
Mayorga parece recuperar algo de pulso y, a través del humor y del gag, vuelve a ahondar en el conflicto del individuo al que las circunstancias históricas le caen encima y tratan de arrasar, del individuo que lucha por no ser anulado por la vorágine del sistema, unos personajes que buscan aferrarse a algo que les sujete, un refugio.
BENJAMÍN JIMÉNEZ
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