¿Dónde está aquel Javier Marías que combinaba formalidad y trama? La crítica ha avalado sus dos últimos títulos, 'Los enamoramientos' (2011) y 'Así empieza lo malo' (2014), como si fuesen la octava maravilla y no lo son. Premios, elogios, traducciones y una larga carrera de reseñas en busca de adjetivos que encumbrasen, aún más si cabe, la obra de Marías. Tras ser galardonado con el prestigioso Library Lion 2016, galardón que, ¡oh sorpresa!, si aceptó, el asunto es llamativo a todas luces. ¿A qué puede deberse? ¿Merece credibilidad lo que le está sucediendo a su obra actual?
Tanto 'Los enamoramientos' como 'Así empieza lo malo' son dos novelas en las que una anécdota no da para tanto. Un acontecimiento se desarrolla gratuitamente hasta la extenuación. Marías siempre tuvo un talento asombroso para combinar una construcción cuidada y elegante con tramas tan naturales como atractivas. Basta con nombrar 'Todas las almas' (1989), 'Mañana en la batalla piensa en mí' (1994) o 'Corazón tan blanco' (1992) para darnos cuenta de la calidad que tenía −y conserva−. Este autor llegó incluso a indagar, de un modo muy original, en la autoficción con 'Negra espalda del tiempo' (1994) −otro título fascinante−, en la que daba un giro a la narrativa española para mostrar el que posiblemente sea su texto más arriesgado.
Sus dos últimas novelas solo poseen talento formal, pero en ningún caso el argumentativo. El problema de sendas narrativas es que el artificio de la forma resulta insuficiente a todas luces. Podría haber bastado para 'nouvelles', pero su apuesta por esas extensiones mastodónticas agotan por ese vacío que narran.
'Veneno y sombra y adiós' (2007) es lo último interesante que ha podido leerse de Marías. Si bien es cierto que no ofrecía la lucidez de títulos anteriores, sí era reconocible. 'Así empieza lo malo', sin embargo, camina sin rumbo fijo. También sus diálogos resultan demasiado artificiosos en ambos textos −'Así empieza lo malo' y 'Los enamoramientos'−. No hay fuerza ni verosimilitud en los mismos. El diálogo es un aspecto que ha descuidado casi más que las tramas. ¿A qué puede deberse y más si tenemos en cuenta su afición por el cine? No importa que sean textos para ser leídos, el habla del personaje requiere un trabajo concienzudo. Bastaría solo con que se leyesen en voz alta para constatar −por si no hubiese quedado claro− que no funcionan. Ostenta que sabe escribir, eso no ofrece duda alguna pero, ¿para qué? Puede que sus ideas se hayan agotado. Esto no tiene por qué ser algo perjudicial para el escritor. Saul Bellow, Agota Kristof o Philip Roth han escrito espléndidas novelas cortas sin que por ello su talento haya sido puesto en duda. El arte de la concreción parece no ser bienvenido para el escritor madrileño. Apostar por la digresión vacua parece ser el territorio en el que se siente más cómodo. A tenor de lo leído, es un error grave pero, mientras la crítica y las ventas le respalden, todo seguirá igual.
Se añora esa valentía que pudo tener en otro tiempo. Tampoco sus artículos publicados en El País ofrecen demasiado. Solo en alguna ocasión resultan interesantes. ¿Qué le sucede a Javier Marías? Su formalismo tedioso y farragoso consigue que, poco a poco, la sombra de este escritor se vaya haciendo difusa y que mañana en la batalla no se piense en él si no pone remedio.
IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ
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