'RAGAZZO'. Ocurrió en Génova



CRÍTICA DE TEATRO

'Ragazzo'
Autoría y dirección: Lali Álvarez Garriga
Compañía: Teatro Tot Terreny
Teatro del Barrio (Madrid)

'Ragazzo' merece que al acabar el público quede en silencio, sin los vítores, un silencio contenido del que intenta asimilar lo que acaba de ocurrir en el escenario, la tragedia de un chico de 23 años en una ciudad italiana.

Génova, 18 de julio del 2001, reunión del G8, la ciudad dividida en varias zonas, en varios colores. Por un lado los líderes del mundo, en otro color miles de activistas de las más distintas procedencias e ideologías reunidos en el Foro. Las imágenes de los enfrentamientos recorren el mundo, la violencia policial recuerda a otros tiempos y a otros lugares, se produce “la mayor suspensión de los derechos democráticos en un país occidental desde la Segunda Guerra Mundial”, en palabras de Amnistía Internacional. 

De repente salta la noticia, un joven encapuchado ha muerto, un anarquista. Muerto por el disparo de un policía, a la cabeza. Años más tarde, cuando se juzgue, se dirá que fue un accidente. La obra está dedicada a la memoria de Carlo.

Toda esta vorágine es presentada desde la calma de una habitación en vacaciones, desde la quietud de un chico que ha venido al Foro Social. Desde la normalidad de un okupa, de un chico corriente que hace una ensalada, que se enamora a primera vista, se queda dormido o baila y corre delante de la policía mientras piensa si aún le dará tiempo de disfrutar del sol y la playa.

Mediante un monólogo, el de un ragazzo, se va desgranando los tres días de la contracumbre, desde lo colectivo de las manifestaciones y conciertos, hasta las vivencias personales de este, sus anhelos, sus contradicciones.

El texto de Lali Álvarez apuesta por la sutilidad, huyendo de las grandes palabras, de la grandilocuencia del orador, para acercarse más sutil, familiar. Y está, sin embargo, terriblemente comprometido, con los valores que aquellos manifestantes exigían y con la memoria de Carlo. Este tono permite que no convirtamos al protagonista en representante de nadie. No se presenta como la encarnación de unos valores o de una ideología. Es un joven que no trata de convencer sino que establece una conversación en la que no guarda nada. Tiene, en este aspecto, cierta analogía con el documental “Del Poder” de Zavan, que jugaba muy bien con el silencio.

La dirección emplea muy bien los cambios de energía y ritmo, de los más íntimos y tranquilos a los de más excitación en las barricadas en la fiesta colectiva del concierto. Sabe manejar los picos de tensión, ayudado por un buen diseño de iluminación que, sin alardes, contribuye con su precisión. Ayuda también a conseguir el dinamismo del montaje una escenografía sencilla, apenas una cama, una mesa y una pequeña alacena que dejan mucho espacio abierto, diáfano, que junto con la transformación de estos enseres en otros objetos mediante la simple acción del teatro, permiten el paso de la casa a la calle con naturalidad.

Cabe destacar también el espacio sonoro creado por la banda valenciana Zoo, capaz de actualizar los sonidos en la órbita de Mano Negra, pero al que dota de mayor crudeza, de sonidos un poco menos festivos.

Todo este buen trabajo se apoya y crece en la magnífica labor interpretativa del jovencísimo Oriol Pla, capaz de mostrar  fragilidad y ternura hasta en los momentos de máxima tensión escénica, de realizar un maravilloso trabajo físico donde su cuerpo, su forma de moverse, es un elemento expresivo más. Sin duda habrá que estar atentos a su evolución.

'Ragazzo' es una rara avis dentro del panorama teatral español, un proyecto comprometido con su planteamiento político y comprometido con lo que se sucede en el escenario, teatro que pone entrañas, honesto, lejos de estos tiempos de equidistancias amables, que reivindica una memoria viva y colectiva, no mausoleos preciosos.

BENJAMÍN JIMÉNEZ DE LA HOZ

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