'LA TÊTE HAUTE'. Los hijos del desarraigo



CRÍTICA DE CINE

'La tête haute' (Emmanuelle Bercot. Francia, 2016. 120 minutos)

Las críticas se cebaron con ‘La tête haute’ (‘La cabeza alta’ a partir de ahora) el día de su estreno. No por su nivel cinematográfico, sino por haber sido la elegida para inaugurar el Festival de Cannes, y no se perdona que un evento de tal magnitud arranque de forma tibia, como así se dijo. En todo caso y con la certeza por anticipado de que no se está ante una producción de primera línea, ‘La cabeza alta’ es una película que con sus defectos sabe despertar el interés, estimular y propiciar la reflexión. Su pecado fue estar donde quizá no era su lugar, porque si hay que hablar de glamour, este brilla por su ausencia en la cinta dirigida por la también actriz Emmanuelle Bercott. 

‘La cabeza alta’ se centra en la adolescencia de Malony, un inadaptado social, una grieta en el sobrio sistema educativo público francés, un hijo del desarraigo. En un país como Francia esta descripción se acopla la mayoría de las veces a la inmigración, aunque aquí no es el caso. Este hecho introduce nuevas variables a la explosiva fórmula, especialmente en la relación del protagonista con sus compañeros de otros orígenes en los centros sociales por los que pasará. Con la única grieta de una muy cuestionable historia de amor, Bercott trabaja con rigor sobre un guion que es un descenso al peor de los infiernos, el que no deja pasar ni un rayo de esperanza. 

La historia de Malony es la de tantos, un recorrido desenfrenado de falta de cariño, trastornos familiares y violencia como resultado. Deja bien clara la culpabilidad de los adultos, representada en esa madre sin cordura y en el desfile incesante de profesionales sociales, jueza incluida, que tratan de reconducir la situación. Es interesante ese tributo un tanto oculto que deja el filme hacia todas esas personas que a cambio de un salario que nunca compensará trabajan codo a codo con los desheredados. Algunos no tienen ni una línea de guion. Héroes, aunque ni lo busquen ni lo deseen. 

Uno puede acabar agotado ante el goteo de ira que brota de cada una de las acciones del protagonista, de su nula o casi imperceptible evolución (magnífica escena la de la entrevista con la directora del colegio) y la tentación de cortar o desviar la mirada es grande. De esta actitud se desprende el gran acierto de este trabajo, esa incomodidad en el trato ante este tipo de adolescentes. Bercott no cae nunca en la sensiblería y el film y su buscado realismo lo agradecen y ni siquiera ese final tan pretendidamente luminoso puede dejar satisfecho al que quiera salir reconfortado del visionado. El problema seguirá estando ahí.

RAFAEL GONZÁLEZ TEJEL

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