'MÁRMOL'. Lujo y distancia




Foto: Moises Fernández Acosta

CRÍTICA DE TEATRO

'Mármol'
Autora: Marina Carr
Dirección: Antonio C. Guijosa
Teatro Valle-Inclán (Madrid)

Mármol y lujo marchan de la mano desde hace siglos. Este material se paga y su acceso queda por lo tanto restringido a los que manejan billetera ancha o quieran aparentarlo. Es tan coto vedado a la mayoría que ni siquiera se tiene en cuenta a la hora de valorar opciones a la hora de construir. Esa distancia con la tierra firme que pisan tantos es la que hace de ‘Mármol’, obra que se pone en escena en estas fechas en el Teatro Valle-Inclán de Madrid, algo con lo que resulta casi imposible conectar. Entre la realidad y la simbología onírica, el texto de la irlandesa Marina Carr (1964) no logra alejarse de un tufo clasista, con personajes que muestran actitudes detestables y encerrados a decisión propia en vidas de mármol, tan sólidas en apariencia como estáticas y plomizas en la realidad. 

´Mármol’ presenta rápido credenciales, drama burgués con dos parejas de clase alta enfrentadas a la rutina. Una anécdota, el borgiano sueño cruzado con tintes eróticos entre dos de sus miembros, hará estallar años de convivencia e hijos en común. La obra desfila entre el drama y algún apunte cómico sin terminar de afilar por ninguno de los dos lados. La puesta en escena es convencional y a disposición de un texto que fluye sin pausas, con personajes que verbalizan hasta su más recóndito pensamiento cuando llevaban años de apariencias y fingimiento. Si la primera parte se sostiene debido a la eficaz labor de las dos actrices (Elena González y Susana Hernández) es en su segundo tramo cuando el montaje decae con estrépito. No hay un núcleo argumental fuerte al que aferrarse, tampoco los personajes despiertan ninguna simpatía y ni siquiera esa potente decisión final que tanto se asemeja a la tomada por el personaje principal de ‘Intimidad’ de Kureishi impone lo que debiera, con el interés ya perdido en el deambular onírico-real de unos personajes con poca piel y demasiado símbolo. 

Hay que agradecer en lo positivo que la obra no se desvíe de las trazas marcadas de inicio y que no caiga en ninguna concesión gratuita o forzada para aliviar el tonelaje dramático que gasta. Los cuatro actores agarran y entienden bien sus papeles y a ellos se debe que ese aire de gravedad no se disipe en toda la función. En este caso, mucho hacen para sostener un texto imposible de extrapolar a la realidad de tantos y una dirección que se mueve en similar rumbo, un tanto apática y demasiado convencional. 

RAFAEL GONZÁLEZ 

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