CRÍTICA DE CINE
'Todos lo saben' (Asghar Farhadi. España. 2018. 130 minutos)
El melodrama es un género en sí mismo que resulta fascinante. Ingmar Bergman lo practicó a lo largo de toda su carrera con resultados excelentes. El problema que puede tener es que el mismo se pase de tuerca y todo lo que narre sea más propio de una telenovela que de una película. Asghar Farhadi se desenvolvía a las mil maravillas en sus historias manteniendo cierto exceso controlado y de ahí que sus películas tuviesen esa doble aceptación tan complicada de crítica y público. En ‘Todos lo saben’ el artefacto se le ha ido de las manos por todos los costados. Nada en la historia posee empaque. Partiendo de un acontecimiento nada original ―eso no es que importe― se da forma a una desarticulada trama repleta de lugares comunes y en los que ninguno de los elementos que pueden poseer fuerza se desarrollan ―el silencio, las rencillas, el engaño, el secreto―. La previsibilidad de lo narrado termina por agotar en un metraje tan excesivo como desigualmente distribuido.
Su comienzo está más cerca de ser un anuncio publicitario ―casa Tarradellas, Fuet…― que de formar parte de una historia. Una presentación que recurre a todos los tópicos sin prescindir de ninguno. Por momentos todo lo sugerido lleva más a un curso de tópicos españoles para extranjeros que al intento de filmar una historia. ¿Qué queda del Farhadi que conseguía que el espectador se interrogase? La lentitud con la que transcurre la cinta no es más que una guía de viaje en la que nada sorprende porque todo está demasiado enunciado. La historia se ahoga en la falta de un desarrollo coherente y eficaz.
El aspecto interpretativo es insuficiente a todas luces. Puede que el propio guion no deje mucho campo de acción a los actores, pero los mismos no dejan de recurrir a sus previsibles trucos para no ofrecer trabajos contundentes. Momentos aparentemente dramáticos despiertan la risa en el espectador. Penélope Cruz se pierde en ese inoperante acento argentino. En ocasiones lo emplea, en otros no ―¿por qué?―. Bardem se queda acomodado en una calma que no va a ninguna parte, a Eduard Fernández le sucede algo similar y cada personaje se queda en una nada que poco aporta. Elvira Mínguez naufraga en ese excesivo dramatismo al que recurre continuamente. Ramón Barea sí pelea más y es el más resolutivo del reparto junto con la parte inicial de Bárbara Lennie y un siempre natural y efectivo Tomás del Estal. Darín vuelve a hacer de Darín y poco más. Son los jóvenes los que intentan mostrar sus cartas, alguno lo consigue y no era tarea sencilla con esas líneas que tenían.
Tampoco el aspecto técnico ofrece algo que vaya más allá de lo correcto. La fotografía está diseñada más para el escaparate que para narrar la historia. Su iluminación está más cerca de la publicidad que del servicio al melodrama. Va por una dirección muy opuesta a lo que plantea el libreto. El montaje es mucho más eficaz pese a una dirección sin alma.
Asghar Farhadi naufraga en una producción que pese a tener buenos ingredientes no aporta nada que no sea una duración exagerada.
IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ
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