'NADA DE NADA'. Crueldad, humor, sexo, amor y veracidad



CRÍTICA LITERARIA

'Nada de nada'
Autor: Hanif Kureishi
Editorial: Anagrama
Páginas: 184




La literatura de Hanif Kureishi golpea. La radiografía que siempre ofrece del ser humano y más concretamente del hombre resulta muy esclarecedora. No se oculta de su condición y como tal la muestra sin miedo. Si ya en la espléndida ‘Intimidad’ (2000) trataba sobre el terror al envejecimiento del hombre y sus tretas para intentar despistar a la edad jugando a ser joven -muy por encima de la supuesta trama de un agotamiento matrimonial- en ‘Nada de nada’ apuesta por el hombre ya viejo. Si en su anterior novela ‘La última palabra’ (2015) tenía como eje central a un alter ego de Naipaul en la figura del malhumorado escritor Mamoon Azam, en ‘Nada de nada’ continúa buceando en la tercera edad con Waldo, un director de cine condenado a pasar su vejez en una silla de ruedas y a grabar con su cámara de vídeo películas que no verán la luz. Los ecos de Naipaul están presentes y pueden apreciarse en detalles de ese director capaz de menospreciar y de llevar su humillación hasta cotas en las que el dolor colea y del que jamás se huye. La prosa del escritor inglés siempre es directa y no se adorna de ambages inútiles. La sordidez es embriagadora y el sentido del humor que la acompaña sirven para que la novela tenga una consistencia tenaz y efectiva. 

Nuevamente el duelo de egos, la supervivencia, la infidelidad, la humillación, el deseo, el voyeurismo y la crueldad vuelven a tener amparo en un texto de Kureishi. Las puñaladas, las traiciones, el regodeo en esa humillación tan recalcitrante como puede ser la sexual, articulan una trama que nunca se ausenta de lo que es. El amor se ha transformado en asco y siempre la mentira es esa arma arrojadiza que puede anular una vida si emplea la seducción como zanahoria contra la rutina asfixiante. El cuarteto de cámara que conforman Waldo, su hermosa mujer pakistaní Zee, el “creador” aprovechado Eddie y la bella y singular Anita están en consonancia y cada uno opera según lo que es y pretende. Los personajes están muy bien definidos y mantienen su coherencia en una trama que bien podría haber transformado los objetivos iniciales. La búsqueda de la seducción se une al autocastigo de asistir al goce de un ser querido. Waldo se autotortura y todo lo cruel que ha sido con los demás en determinados momentos se vuelve contra él mismo, que asiste a su descomposición vital en un campo dónde solo él era el amo. Waldo tiene un pasado. No lo define cómo una mala persona, de hecho, todo lo que hizo por Zee es lo que consigue que ella termine asesinándolo en sus diferentes intentonas. Los amantes son descuidados. El director retirado asiste como espectador a la única película sobre la que ha ejercido el control total, la de la felicidad de su mujer  que sabe hacerle reír y con quién sabe estimular su cuerpo de un modo que creía tener olvidado.  No le importa acudir a los mismos sitios que Waldo le descubrió cuando tenían rutinas juntos ni le importa cederle el despacho que su marido guarda sus premios con su mesa inmaculadamente ordenada. 

Todo tiene un fabuloso aroma a thriller impregnado de buenas referencias a películas, festivales y cineastas. El humor siempre está presente y resalta la relevancia que tiene el tema del dinero como arma para no solo subsistir. El dinero, siempre el mismo, y qué hacer por conseguirlo.  La referencia de la literatura de Simenon es una constante, pero a su vez se enriquece con unas dosis de sexualidad muy ilustrativa en todo lo que relata Waldo, de este modo se une mucho al mundo de Philip Roth. No hay que dejarse engañar por la apariencia, la novela trata de un hombre que tiene miedo porque ve cómo está perdiendo a la mujer que ama. A partir de esa premisa, Kureishi conforma detalles que nutre con muchos elementos pertenecientes a diferentes géneros que se cruzan sin resultar invasivos.

La mirada del voyeur que se queja y que analiza la importancia del dinero para vivir cómo se quiere. Las quejas como reclamo a la voz de un anciano que necesita quejarse para ser escuchado y si le muestran el desnudo femenino todo en su estado se hace más llevadero. Anita, Zee, los celos, el pasado, las trampas, la belleza y continuar existiendo. El tramo final de la novela baja en su intensidad porque se resuelve de un modo rápido. Cinco capítulos más no hubiesen sobrado. Nuevamente los diálogos son ágiles y certeros. Las novelas de Hanif Kureishi pueden leerse perfectamente como guiones y sus guiones como novelas. Se trata de un escritor con una entidad propia muy significativa que siempre ahonda en la decrepitud del ser humano, la falta de esperanza, el humor, el sexo, el dinero, la empatía, el ego, la crueldad, la humillación, el ser, el otro y el deseo de vivir entre tanta mezquindad, pero el deseo de vivir por encima de todo.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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