CRÍTICA DE CINE
'Untouchable' (Ursula Macfarlane. Estados Unidos, 2019. 98 minutos)
‘Untouchable’ supone un torpedo, otro más, en la línea de argumentación de aquellos que cuestionan la ya irrefutable expansión del movimiento de denuncia de agresiones y acosos sexuales sufridos por mujeres. Aquellos que se interrogan por el por qué ha surgido ahora esta oleada de manifestaciones encontrarán una respuesta en el documental de Ursula McFarlane, empezando por el mismo título, cimiento sobre el que se levanta el posicionamiento central de este trabajo y que puede llevar a disquisiciones más profundas. Para el resto, el visionado de la cinta reafirmará su ideas y poco más le añadirá a lo ya sabido, la historia de un depredador sexual, otro hombre de los proclamados hechos a sí mismo y de verdades como puños que mientras construía su imperio laboral engordaba un historial de abusos y agresiones a los que nadie se atrevió a poner freno. Esa barrera en forma de miedo se logra transmitir a lo largo del metraje, tanto en las víctimas como, de una forma diferente y mezclado con los remordimientos, en aquellos que rodeaban a Harvey Weinstein y contribuyeron a levantar ese imperio que fue Miramax. Es en estos últimos testimonios cuando ‘Untouchable’ pellizca algo más fuerte al mostrar esos sentimientos contradictorios en ese grupo de trabajadores, agradecidos en lo profesional por el trampolín que supuso trabajar en un proyecto como el de la productora y al mismo tiempo asqueados por recordar ese tiempo tan venturoso mezclado con lo que hoy ya salió a la luz pública y que hicieron de lado. La mayoría, como en el resto de la industria, eran conocedores de ese lado oscuro de Weinstein. El documental ratifica ese pacto de no agresión, esa rendición ante el poderoso, ese temor a las represalias tantas veces reproducido. En ese enfoque todo lo planteado en pantalla por McFarlane adquiere un tinte mafioso y oscuro, una confluencia de intereses en el que solo las víctimas salían perdiendo y los que amenazaban con denunciar eran acallados al firmar férreos contratos de confidencialidad.
Lejos de levantar una obra de tesis alrededor de este planteamiento, hombre poderoso que acalla a base de billetes las escasas voces de denuncia –hay que decir que acertadamente apenas se da voz y presencia a la figura del agresor-, es interesante ese testimonio colocado en la parte inicial del relato que demuestra que Weinstein ya actuaba así incluso cuando todavía era un desconocido productor musical de una ciudad de interior. En las dudas, titubeos y dolor, visible hasta varias décadas más tarde, de la declaración de la mujer agredida, Hope d’Amore, se edifica uno de los momento más potentes de ‘Untouchable’. Es cierto que en general se trata de un trabajo se asienta sobre hechos que cualquiera que siga la prensa ya conoce y que le lastran ciertos tics televisivos como esas recreaciones borrosas a modo de flash-back que nada aportan, pero con instantes tan sutiles y mantenidos como el citado se constata la amplitud de la problemática. Ya no se trata de un magnate con modales de otra época en pleno siglo XXI ni como a sí mismo se define como “el puto sheriff del pueblo” haciendo y deshaciendo a su antojo desde la pirámide de dólares e influencia, sino de un hombre como cualquier otro con un mínimo de poder en un escalafón laboral reducido y ya dispuesto a obrar de la manera conocida. Uno se pregunta cuantas historias similares se habrán producido y sigue habiendo bajo estos parámetros y sin ningún tipo de foco encima, y más en un entorno social en el que todavía tantos se cuestionan estas denuncias y críticas.
RAFAEL GONZÁLEZ
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