CRÍTICA DE CINE
'Finale' (Søren Juul Petersen. Dinamarca, 2018. 100 minutos)
Apenas provocó sobresaltos y mínimos de tensión en la platea del festival Nocturna 2019 de Madrid la proyección del filme danés ‘Finale’. Observación negativa al tratarse de una cuarta pared acalorada y de tacto fino, proclive a expresar emociones sin demasiadas exigencias. Temperatura tibia la que arroja esta producción que mezcla crítica social, vídeos snuff, un pizquito de tortura y algo menos de suspense. Desde el inicio se muestra juguetona. Con un preámbulo clownesco y que posteriormente se verá sobrante, trata de jugar con la idea de felicidad que se da de Dinamarca y los daneses en cantidad de estudios e investigaciones, con el país nórdico y sus ciudadanos ocupando casi perpetuamente los escalafones superiores. Quiere decir su director y guionista, Søren Juul Petersen, en un mensaje en exceso obvio, que tanto bienestar tiene su reverso, una cara oculta, una represión que puede salir en cualquier instante. Más adelante se verá que esta lectura sociológica se desvía por otros senderos, el de la crítica a la tecnología y al uso que se puede hacer de ella, difuminando esa tesis inicial que se vislumbraba de mayor interés.
Sobra solicitar originalidad y sorpresa cuando ya tanto se ha exprimido la fórmula del cazador misterioso acechando a las presas. Si se le podía haber pedido a ‘Finale’ unos mínimos que le cuesta alcanzar. El guion no entra ni sale ni le interesa en ese juego de engaños acerca de la identidad del que acecha en la oscuridad a dos jóvenes trabajadoras de estación de gasolina. El sentido simbólico o argumental a ese desfilar de secundarios candidatos al cuchillo no se logra solidificar y el trazo grueso con el que están esbozadas las protagonistas, con esos brotes de clasismo que después de repente se olvidan, dificulta que el espectador sienta cercanía, ya no empatía, a la situación que atraviesan.
El desquicie de su tramo final rompe con el tono sobrio y poco estimulante en lo sensorial que se ve con anterioridad. El mensaje que quiere transmitir se difumina entre un festival de desconcierto que también afecta a la puesta en escena, aparatosa en ocasiones, y le pone un envoltorio de autor que si no hubiera existido nadie echaría de menos. El plano final, ese ojo orwelliano que lo ve todo, se funde con esa efigie de la heroína ensangrentada que tanto remite a la de ‘The descent’ de Neil Marshall. Que entre tanto espacio para la felicidad y el bienestar hay daneses que saben odiar y matar, no deja duda.
RAFAEL GONZÁLEZ
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