'LA VIRGEN DE AGOSTO'. Jonás en la verbena de la ballena





CRÍTICA DE CINE


'La virgen de agosto' (Jonás Trueba. España, 2019. 129 minutos)


Eva ha decidido pasar agosto en Madrid. Pero lo va a pasar como si fuera una visitante, como si quisiera ver Madrid con otros ojos, cambiar su relación con la ciudad para descubrirse a sí misma también con nuevos ojos.

Eva ha conseguido que un conocido le deje su casa mientras se va de vacaciones, una casa en Ribera de Curtidores, justo cuando van a empezar las tres fiestas de Madrid. Eva se sube a un autobús turístico, mira por primera vez las lágrimas de San Lorenzo, se abre a conversar con gente desconocida y a dejarse llevar por los encuentros casuales.

Es en este viaje de Eva donde la película de Jonás Trueba funciona en la creación de esa mirada transformada y descubridora de la protagonista. A través de los silencios y los gestos el viaje fluye y los continuos encuentros casuales se insertan con naturalidad. La película tiene su mejor baza precisamente ahí, en lo íntimo, en esos pequeños gestos y silencios, en esa fábula de la nueva Eva que está siendo al dejarse llevar por el ritmo especial de una ciudad en vacaciones, en el que el tiempo parece ser otro- un paréntesis que cada vez es menos en estos tiempos de Ryanair y Airbnb.

Fuera de esa intimidad y ese tiempo suspendido, la película hace aguas, hay una continua percepción de artificio. Es como si Jonás Trueba no supiera que hacer con lo cotidiano, con la vida corriente de esos madrileños que van a las fiestas populares. Toda esa fábula de la transformación interior, todo ese tiempo suspendido en la ciudad en agosto se hace con la ciudad como estorbo.

Es una constante, casi una identidad, en las películas de Jonás esa burbuja de jóvenes artistas de la autodenominada clase creativa. En las verbenas, en las tres que jalonan los quince primeros días de agosto el centro de Madrid, no hay aglomeraciones, ni inmigrantes, ni lateros, no suena música pachanguera a todo volumen desde las casetas, pero si el flamenco indie de Soleá Morente. Tampoco hay borrachos ni turistas, aunque si una alemana que hace perfomances. Casi se podría decir que no se hacen bocatas de calamares de calamares y gallinejas, sino que se vende sushi y arroz crujiente para todos esos jóvenes artistas guapos.

La opción de obviar toda esta cotidianidad propia de unas fiestas populares es perfectamente legítima, pero lastra la propuesta de esa visión poética de la búsqueda. Parece como si al director le molestara lo cotidiano y su presencia le impidiera encontrar lo bello, una muestra de incapacidad que hace que numerosas escenas parezcan demasiado preparadas, artificiosas. A esta artificialidad contribuyen también algunos diálogos demasiado forzados, metidos con calzador, como si Trueba no hubiera encontrado el momento adecuado en el guion y los personajes los hubieran tenido que meter en algún tiempo muerto.

Los personajes, aunque bien defendidos por los actores, sirven para hacer fluir el camino de Eva, así que no tienen una construcción muy elaborada y no terminan de dejar ningún poso, más o menos peculiares, pero de los que se podría haber sacado más. De Eva no llegamos nunca a saber realmente nada de ella, fascinante en su fragilidad. Una pena que vaya perdiendo frescura según avanza la película. Buen trabajo de Itsaso Arana.

‘La virgen de agosto’ es un cuento bonito que quiere mostrar un Madrid amable, un Madrid en el que se ven las estrellas fugaces con todo su brillo, un Madrid en el que cualquier cosa buena puede pasar, tal es así que a veces parece un anuncio de las fiestas hecho por el Ayuntamiento. Un Madrid en agosto donde es posible el cambio y la ciudad puede transformarse. La fábula se deja ver, pero la burbuja hace que vaya alejando cada vez más y se vuelva ligera hasta que estalla y se ve el jabón y el agua.

BENJAMÍN JIMÉNEZ DE LA HOZ

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