'RICARDO III'. Chascarrillos en el descontento


CRÍTICA DE TEATRO

'Ricardo III'
Dirección: Miguel del Arco
Teatro Kamikaze

Ahora que parece que con poner el título de una obra del bardo ya se llenan teatros o se reciben subvenciones o se programan en festivales… no importa que sea lo que sea lo que se encuentre dentro de la sala a la que se acuda a ver la representación. El romance de Miguel del Arco con Shakespeare no es muy placentero. Su ‘Hamlet’ fue muy hermético y su ‘Ricardo III’ rezuma olor a sketch sin gracia. Desde el primer minuto, el capitán Elejalde ya anuncia sus intenciones, un claro ejemplo de intentar justificarse. Nuevamente, tal y cómo hiciesen con ‘Un enemigo del pueblo’, invitan a marcharse del teatro si uno no está conforme. Si devolviesen el importe, quizá podría uno levantarse, no es el caso.

La versión, libre, eso sí, de Antonio Rojano y el propio director es demasiado desacompasada. No está medida en función del propio texto. Busca más el chascarrillo y no dudan en sacar a Franco en su ataúd y a jugar con demasiadas cosas reconocibles de una realidad política que ya de por sí tiene poca gracia. Es muy difícil articular una buena obra que no esté sustentada por un texto sólido. Intentar combatir los vacíos de la dramaturgia con un montaje que en apariencia pretenda ser muy visual no le salva la partida a su director. Si se toma de referencia el texto de Shakespeare, la clave de la obra está en esa mezcla de terror y seducción. El sentido del humor también está presente pero jamás el chascarrillo fácil. Del mismo modo existe un continuo lío por todo ese árbol genealógico enrevesado. En el caso de este montaje parece solo quedarse con el lío de nombres y con nada de lo mencionado. Es una pena también que la escena de seducción con Lady Ana sea tan artificial y no hay ni atisbos de ese curioso sadomasoquismo de la propia Ana. No hay nada de ese lado bufonesco de Ricardo. Las escenas finales antes de la batalla y la no batalla que crean en escena es un desastre dramático en toda su totalidad. Por un lado, advierten lo que se va a ver, cómo queriendo marcar una tendencia que les distancie del original y por otro recurren a introducir con calzador y sin sentido la emblemática frase de la obra “mi reino por un caballo”. No dar apenas chance a la reina Margarita o hacerlo del modo por el que han optado es irrisorio. Cuesta creer que la propuesta parte del texto de Shakespeare. Cuesta ver a ese personaje consciente de su soledad, rechazado por todos y que pierde cualquier tipo de interés por integrarse.

El montaje tiene un aliado en la escenografía. Es muy inteligente la opción de no recargar la escena demasiado. Al tener tan poco interés lo que sucede en el escenario se puede apreciar con detalle el trabajo y la funcionalidad de la misma. Del mismo modo generan inquietud las proyecciones que existen en escena. Del resto no se puede destacar nada. Una pena que el esfuerzo de los actores apenas se perciba.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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