TEATRO. Rostros televisivos para llenar teatros

CRÍTICA DE TEATRO

‘Hombres que escriben en habitaciones pequeñas’. (Dirección: Víctor Conde. Teatro María Guerrero. Sala Princesa)
La obra escrita por Rojano vuelve a indagar en lo que viene confomando su corpus en lo que a abismar se refiere. En esta ocasión la propuesta es más divertida y resulta más compacta que lo ofrecido por el dramaturgo en sus últimas puestas en largo. El reparto es solvente y los cuatro actores consiguen que en los momentos en los que la tensión dramática no evolucione, despierten el interés por un trabajo muy bien ejecutado. Cada actor no ofrece nada en nuevo en su registro, pero lo defienden con solvencia. La obra parte de una premisa en la que tres mujeres encerradas en un sótano de un organismo oficial trazan un plan revolucionario para el que resulta imprescindible contar con un escritor que publica en internet -y sin éxito alguno- y que trabaja en una hamburguesería. ¿Dónde están? Cada idea es más absurda que la anterior y se realizan informes y traducciones torpes que llevan a equívocos y posibles errores garrafales. La propuesta se sostiene por la agilidad del reparto. La escenografía, recargada de archivadores, fotos y demás no aporta en sí misma. De hecho, la disposición no ayuda en muchas ocasiones a los actores que, tienen que tener mucho cuidado para no tropezarse con las piernas del público. Arreglar al futuro regresando al pasado es la premisa que campea continuamente. Escribir sobre escritura. Las referencias que emplea Rojano le permiten que la obra por instantes juegue en un espacio atemporal -aunque las referencias sean del presente-. ‘Hombres que escriben en habitaciones pequeñas’ es un montaje correctamente dirigida por Víctor Conde que dura 90 minutos y que se tolera bien aunque no se aprecie nada novedoso o diferente.

‘¿Quién es el señor Schmitt?’ (Dirigida por Sergio Peris- Mencheta. Teatro Español)
El comienzo es poderoso. Toda esa mezcla maravillosa entre el absurdo y el costumbrismo consigue que lo que está sucediendo en escena atraiga. ¿El teléfono? ¿El retrato? ¿Quién es él? ¿Quién es ella? La complicidad que existe entre Javier Gutiérrez y Cristina Castaño es determinante para que la situación no decaiga. En ese ir y venir de un absurdo rocambolesco, ambos intérpretes tiran de oficio y sin alejarse de los roles que les han hecho conocidos salen más que airosos. La dramaturgia cae en instantes redundantes que hacen perder la osadía con la que se inició. El asumir otros nombres como una nueva vida y saber que es la única solución para no ser abatidos, lleva a que ese humor propuesto vaya tornando a una asfixia que conlleva al terror por el único deseo que es el de vivir a cualquier precio, o no. El resto del reparto funciona cómo acompañantes y resuelven bien los instantes que pretender despertar la carcajada. Hay ideas ingeniosas con el mobiliario como es el empleo de la puerta. Dirección efectiva la de Peris- Mencheta aunque la propuesta no consiga despertar algo que vaya más allá de la curiosidad.

‘Madre coraje y sus hijos’ (Dirigida por Ernesto Caballero. Teatro María Guerrero)
Huelga explicar lo extraordinario que es el texto de Bertolt Brecht. Se puede cuestionar, eso sí, el entendimiento que ha tenido del mismo Ernesto Caballero. Su propuesta es dinámica y aguanta con brío las dos horas y diez minutos. Lo más destacado de la disposición escénica es la ausencia casi total de escenografía. La fuerza del texto es enorme y no necesita de nada más. Los utensilios que vienen empleándose, la carroza de Ana Fierling y pocos elementos más siempre se emplean correctamente y no acaparan un protagonismo innecesario. De este modo, toda la espesura y dolor que describe la obra posee una mayor claridad sin que cierto tipo de escenografía entorpeciese esa libertad de acción. Blanca Portillo no recuerda demasiado al personaje creado por Bretcht. La forma
de evidenciar lo que sabe del final -tal y cómo proponía el autor- es demasiado difuso. Hay una propuesta que parece mezclar una mayor humanidad del personaje con ese distanciamiento que, por otra parte, jamás llega. Hay un elemento melodramático que sitúa al personaje en ninguna parte. Portillo y Caballero han compuesto un personaje laxo y carente de fuerza. Tampoco ayuda nada el vestuario. No juega en ningún momento y esa idea se antoja demasiado ambiciosa y se desinfla. Hay un juego referencial con la actualidad que no tiene calado alguno. El texto que se lee para situar la acción sí funciona y dura el tiempo preciso. Los cuadros son demasiado desiguales y el resultado es esa subsistencia por una partitura buena y un reparto que lucha. Mención especial merece la composición de Ángela Ibañez en su rol de Kattrin.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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