CRÍTICA DE TEATRO
'Yo, Mussolini'
Autor: Leo Bassi
Escenario: Sala Mirador (Madrid)
Pasa la vida y Leo Bassi sigue en la brecha. Recuerda quien esto firma haberle visto en Guadalajara hace unos quince años. Salió a la calle en pañales y embadurnado de miel y plumas en plena noche invernal alcarreña, sin importarle que fuéramos muy escasos los espectadores. Con esa estampa y altavoz en mano, cargó contra políticos incluso locales ante la extrañeza y bocinazos de curiosos. Poco después y en la misma provincia, hoy uno de los feudos de Vox, montó el Bassibus, un vehículo con ruta y parada por los puntos principales de la corrupción PP, con el proyecto faraónico –y fracasado a posteriori- del Ave como puntal. Uno recuerda cómo intentaron amedrentarle y cómo se insultó hasta a los viajeros. Bassi hizo frente y continuó con el espectáculo.
El italiano afincado en España no engaña y aquel que va a verle sabe lo que le espera. Lleva años dando su particular homilía en un local de Lavapiés que ha habilitado a modo de iglesia (Patólica ha hecho llamar a este credo) y de vez en cuando regresa al escenario, como con esta ‘Yo, Mussolini’, auténtica deudora de su espíritu burlón, exagerado y crítico. Hay arrebatos físicos que tocan a la platea, fiereza ideológica, algo de didáctica y llamadas a que el “progre” aburguesado despierte, porque Bassi concluye que al que hay que plantar cara no solo está enfrente, sino que encuentra aliados en el conformismo y la comodidad en la que se vive dentro de la burbuja cultural. No vale, nos dice, con acudir al teatro y ser partícipe de la comunión y comunidad que se crea, Bassi es práctico desde la acción y pide movimento y memoria. De esto último basa en parte su nuevo espectáculo, en el que sitúa a Il Duce, creador del fascismo, por las calles de un Lavapiés actual. Ya no es novedad este tipo de distopías históricas de la confusión, como el largometraje alemán ‘Ha vuelto’ como clara referencia, con Hitler de vuelta a la Alemania del siglo XXI. En teatro se han visto posicionamientos similares como ‘Marx en Lavapiés’, surgida al calor de ‘Marx en el Soho’. Bassi juega con la ventaja de conocer bien al personaje e incluso le favorece cierta similitud expresiva. Así, ‘Yo, Mussolini’ juega tanto al exceso como a la introspección, a la interacción del actor con el público (mínima en comparación con otros montajes), a continuas miradas a la actualidad española y con su parte didáctico-histórica que aporta vigor y le hace superar los esquemas de la simple caricatura del protagonista. Destacan en ese tramo la mención a cuando la revista Times nombró a Mussolini ‘Man of the year’ en 1936 o la incomprensión del líder del Partido Fascista de ver su movimiento de extrema derecha de raigambre popular apropiado hoy por “los pijos”, como califica a los actuales dirigentes de estas organizaciones.
Es cierto que hay partes que no terminan de funcionar, como esa irrupción un tanto artificial de miembros de Vox Lavapiés o que hay momentos en los que Bassi se muestra como cansado o derrotado y esa falta de tensión se contagia. Lo contrarresta con ese ardor interno que sale del que está realmente dispuesto a hacer frente desde su pequeño espacio a la ola reaccionaria que ya está aquí. Por eso son quizás los pasajes más valiosos y útiles dentro de esta obra claramente de tesis aquellos en los que explicita su ausencia de autocomplacencia (“¿quiénes son hoy los referentes de la izquierda?”, pregunta sin que haya respuesta) y su crítica al patio de butacas o a entidades escénicas públicas sibilinas a la hora de exhibir discursos cómplices con el acomodamiento como los Teatros del Canal.
Pasa el tiempo y el viejo camarada Bassi continúa en forma y es buena noticia. Anunció durante el espectáculo una gira mussoliniana por Italia, donde las cosas van todavía peor. Que se cuide y vuelva sano, se le va a necesitar.
RAFAEL GONZÁLEZ
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