CRÍTICA DE CINE
'Las buenas intenciones' (Gilles Legrand. Francia, 2019. 103 minutos)
El foco mediático alumbra al tema de la inmigración, últimamente hasta casi cegarlo. Se asiste a una época en la que se le atribuyen males y se la estigmatiza y estereotipa, cuando no se reduce a la persona al valor económico que aporte. La inmigración es una realidad y no va a desaparecer como si alguien desde el púlpito de la demagogia la metiera en la chistera. Puesta en la diana de tantos, la profesionalidad del sector social y la solidaridad tapan como puede los huecos que dejan las políticas institucionales. ‘Las buenas intenciones’ adopta el punto de vista de una mujer que trabaja en el área. Aborda parte de estos temas, de una complejidad y nivel de detalle que exigiría evitar el trazo grueso, la estilización y la compasión salvadora en la que, de una manera u otra se suele caer. Hay que hilar fino y pese a lo que bien y alto que de inicio apunta la película de Gilles Legrand se queda corta, demasiado, en ese intento de tratar temas importantes con un punto intermedio entre drama y comedia, teniendo en cuenta además antecedentes tan cercanos y precisos como 'Una razón brillante' o 'Fatima'. Se perfilan asuntos graves, pero sin intención de traspasar ninguna línea, así que nadie saldrá tocado, dañado o señalado tras el visionado de ‘Las buenas intenciones’, tan débil y timorata en su resolución como intrascendente en el poso que deja.
El peso de la historia lo lleva el personaje de Isabelle, atribulada Agnès Jaoui, una trabajadora social que lleva al exceso su solidaridad. Es tanta y al final tan artificial que llega a competir y sentir envidia de compañeras de trabajo que cree más preparadas y muestran más empatía con el colectivo inmigrante. Es un tema interesante, sobre todo cuando empieza a afectar a su familia, aunque una vez esbozado no se profundice y el desarrollo lo arrincone en detrimento de una subtrama de superación grupal. En esta ocasión son los estudiantes de un curso de alfabetización que se proponen aprobar el permiso de conducir. ‘Las buenas intenciones’ se convierte en una sucesión de gags, ninguno demasiado desafortunado pero la mayoría sin gracia. El problema es que el estereotipo se adueña de sus personajes y que tampoco hay evolución en los perfiles de mayor interés. El corazón blandito, bien resumido en la secuencia funeraria final, se impone a la angustia que supone a una persona inmigrante superar las trabas personales, laborales y burocráticas que se le ponen por delante a modo de muro. Hay un verdadero problema estructural y ‘Las buenas intenciones’ se queda en la lejanía.
RAFAEL GONZÁLEZ
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